22/03/2018, 02:54
El puño de Keisuke descendió con fuerza sobre la inconmovible masa de hielo; y esta le respondió de forma equivalente, arrojándolo y haciéndolo retroceder varios metros por causa de una misteriosa energía reflejada. Kōtetsu se acercó a verificar su estado, que seguramente resultaría ser una mescla de conmoción y aturdimiento.
—Ni un rasguño… —dijo en voz baja el moreno, observando el frio muro que les impedía la entrada.
Por su parte, la princesa se mantenía envuelta en una acalorada discusión con sus semejantes, intercediendo por el grupo que yacía agazapado y a la espera detrás de ella. Hacia cuanto podía para convencer a los guerreros, pero era tan joven y con tan poca experiencia en asuntos diplomáticos. Sus palabras resultaban cada vez más molestas en aquellos fríos oídos, y sus argumentos comenzaban a flaquear peligrosamente. En algún punto, víctima de una desesperación exagerada, debió de proferir alguna blasfemia merecedora de una bofetada contundente. Los Seltkalt le miraban con desprecio y enojo; mientras que ella, desde el suelo, aun determinada a cumplir con el que creía su deber, les dedicaba una mirada honesta y valiente.
Todos se quedaron estáticos ante el rumbo de los acontecimientos; tanto, que la bola de fuego que cayó del cielo les tomó por sorpresa.
—¡Al suelo! —grito el Sarutobi, quien parecía ser el único que había advertido aquel ataque.
Pero sus palabras fueron en vano, la enorme llama esférica impacto violentamente la masa helada que bloqueaba la entrada de El nido de cristal. La onda de choque derribo a todos los sobrevivientes y a una buena parte de los no muertos que estaban cerca. El moreno se levantó sintiéndose un tanto aturdido por el repentino fogonazo, el calor y la luz. Observo con incredulidad el agujero humeante en donde había estado la pequeña muralla de hielo, y que ahora permitiría el paso al interior del edificio.
—¿Que fue lo que sucedió? ¿Acaso fue usted Shinda?... Pensé que no podía utilizar ninjutsu.
—No he sido yo… Ha sido… Ese solo puedo haber sido… Ryūnosuke. —Se le veía absorto, distante y tan confundido como todos los demás.
Los tres guerreros se pusieron en máximo estado de alerta, y en respuesta también lo hizo su legión de resurrectos.
De entre la neblina, desde detrás de los nativos, se pudo percibir el acercamiento de una figura cada vez más clara. Camino con calma y lentitud hasta que se hizo completamente visible: sin duda alguna era un hombre joven, alto y que aparentaba estar en buenas condiciones físicas. Su mirada serena pero ardiente deambulo por todo el sitio, analizando la situación con sus ojos dorados y brillantes. Su cabello corto y negro se agitaba con la ventisca, aunque parecía no sentir incomodidad alguna por el frio. Por su piel y vestimentas oscuras, quedaba claro que no se trataba de un nativo, acaso puede que fuese un aliado… Los guerreros respondieron a su presencia intercambiando algunas palabras y colocándose a la defensiva, dándole la espalda al grupo de refugiados. Al recién llegado parecía no preocuparle aquello; ni amedrentarle las cientos de miradas, azules y ardientes, que los cadáveres andantes le dedicaban.
—Adelante, refúgiense en el edificio. Yo me encargare del resto —aseguro, con voz confiada y fervorosa.
—¡Adelante, vamos! —les exigió el Hakagurē, atento a aprovechar la oportunidad.
Cuando todos los aldeanos hubieron ingresado, una parte de él pidió que entrase y se ocupase de lo suyo; pero otras, que termino por ganar el debate, le exigió que se quedase y viese como terminaba aquella escaramuza. Además, ambas partes habían llegado al acuerdo de que, para bien o para mal, no podían simplemente dejar tirada allí a la aun inmóvil Sepayauitl…, no después del valor que había mostrado y del respiro que les había conseguido.
El tiempo que se tomó para decidir basto para que, al final, solo Keisuke, Shinda y él quedasen frente a la entrada, a la espera de una confrontación segura.
—No sé quién sea ese sujeto, pero creo que ni siquiera un Jōnin tendría el poder suficiente como enfrentar a esos tres y a su horda de no muertos.
Y sin embargo se había quedado allí, porque algo en la seguridad con que hablaba aquel hombre le decía que era inmensamente fuerte.
—Ni un rasguño… —dijo en voz baja el moreno, observando el frio muro que les impedía la entrada.
Por su parte, la princesa se mantenía envuelta en una acalorada discusión con sus semejantes, intercediendo por el grupo que yacía agazapado y a la espera detrás de ella. Hacia cuanto podía para convencer a los guerreros, pero era tan joven y con tan poca experiencia en asuntos diplomáticos. Sus palabras resultaban cada vez más molestas en aquellos fríos oídos, y sus argumentos comenzaban a flaquear peligrosamente. En algún punto, víctima de una desesperación exagerada, debió de proferir alguna blasfemia merecedora de una bofetada contundente. Los Seltkalt le miraban con desprecio y enojo; mientras que ella, desde el suelo, aun determinada a cumplir con el que creía su deber, les dedicaba una mirada honesta y valiente.
Todos se quedaron estáticos ante el rumbo de los acontecimientos; tanto, que la bola de fuego que cayó del cielo les tomó por sorpresa.
—¡Al suelo! —grito el Sarutobi, quien parecía ser el único que había advertido aquel ataque.
Pero sus palabras fueron en vano, la enorme llama esférica impacto violentamente la masa helada que bloqueaba la entrada de El nido de cristal. La onda de choque derribo a todos los sobrevivientes y a una buena parte de los no muertos que estaban cerca. El moreno se levantó sintiéndose un tanto aturdido por el repentino fogonazo, el calor y la luz. Observo con incredulidad el agujero humeante en donde había estado la pequeña muralla de hielo, y que ahora permitiría el paso al interior del edificio.
—¿Que fue lo que sucedió? ¿Acaso fue usted Shinda?... Pensé que no podía utilizar ninjutsu.
—No he sido yo… Ha sido… Ese solo puedo haber sido… Ryūnosuke. —Se le veía absorto, distante y tan confundido como todos los demás.
Los tres guerreros se pusieron en máximo estado de alerta, y en respuesta también lo hizo su legión de resurrectos.
De entre la neblina, desde detrás de los nativos, se pudo percibir el acercamiento de una figura cada vez más clara. Camino con calma y lentitud hasta que se hizo completamente visible: sin duda alguna era un hombre joven, alto y que aparentaba estar en buenas condiciones físicas. Su mirada serena pero ardiente deambulo por todo el sitio, analizando la situación con sus ojos dorados y brillantes. Su cabello corto y negro se agitaba con la ventisca, aunque parecía no sentir incomodidad alguna por el frio. Por su piel y vestimentas oscuras, quedaba claro que no se trataba de un nativo, acaso puede que fuese un aliado… Los guerreros respondieron a su presencia intercambiando algunas palabras y colocándose a la defensiva, dándole la espalda al grupo de refugiados. Al recién llegado parecía no preocuparle aquello; ni amedrentarle las cientos de miradas, azules y ardientes, que los cadáveres andantes le dedicaban.
—Adelante, refúgiense en el edificio. Yo me encargare del resto —aseguro, con voz confiada y fervorosa.
—¡Adelante, vamos! —les exigió el Hakagurē, atento a aprovechar la oportunidad.
Cuando todos los aldeanos hubieron ingresado, una parte de él pidió que entrase y se ocupase de lo suyo; pero otras, que termino por ganar el debate, le exigió que se quedase y viese como terminaba aquella escaramuza. Además, ambas partes habían llegado al acuerdo de que, para bien o para mal, no podían simplemente dejar tirada allí a la aun inmóvil Sepayauitl…, no después del valor que había mostrado y del respiro que les había conseguido.
El tiempo que se tomó para decidir basto para que, al final, solo Keisuke, Shinda y él quedasen frente a la entrada, a la espera de una confrontación segura.
—No sé quién sea ese sujeto, pero creo que ni siquiera un Jōnin tendría el poder suficiente como enfrentar a esos tres y a su horda de no muertos.
Y sin embargo se había quedado allí, porque algo en la seguridad con que hablaba aquel hombre le decía que era inmensamente fuerte.