25/03/2018, 20:11
—Verás, yo estaba allí de misión —empezó a relatar Datsue—. Junto a una compañera.
«No podía ser Eri, porque estaba conmigo.» Meditó Ayame para sí, asintiendo en señal de que le estaba escuchando. Debía de ser otra chica de Uzushiogakure, ¿pero la conocería? «Quizás era aquella... ¿Cómo se llamaba...? ¿Moko?»
—La habíamos completado con éxito y decidimos tomarnos la tarde libre —continuó él—. Yo fui al concurso y ella… a los baños termales. Fue entonces, tras mi actuación, cuando recibí el chivatazo. Mi compañera estaba en apuros.
Ayame abrió los ojos de par en par, expectante. Pero Datsue parecía regodearse con su intriga, alargando un melodramático silencio con el que la empujaba a preguntar sobre el desenlace de aquella historia... o a asfixiarlo si no continuaba hablando.
—Resulta que mientras estaba en los baños, alguien le había robado la ropa interior de su taquilla. Por suerte, mi compañera tenía un olfato prodigioso. Pudimos rastrear la prenda...
—¿Rastreó su propia ropa interior...? —no pudo evitar preguntar, asqueada, pero calló enseguida al darse cuenta de que había le había interrumpido.
—...que nos llevó a un pequeño motel pegado a las murallas de la ciudad. Y allí, en una de las habitaciones…
Una nueva pausa, acompañada de un melodramático golpe de aire que golpeó con violencia a los dos jóvenes. Si no fuera por las barreras de seguridad, las probabilidades de que uno de los dos terminara cayendo al vacío sólo iban en aumento.
—… Kaido —confesó, con el rostro compungido, y Ayame palideció de forma terrible—. No sé si le conoces. Un chico alto, piel azul y con dientes como cuchillas. En Uzu se le conoce como el Tiburón de Amegakure, aunque después de este incidente… —Carraspeó.
—No...
—Sí, Ayame, sí. Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, yo tampoco me lo hubiese creído. El gran y temible Kaido, el tiburón, un jodido pervertido. Pero eso fue lo que pasó, y así es como te lo cuento.
—¡No puede ser! —exclamó Ayame, con el corazón hundido. ¿Kaido, un pervertido? ¿El mismo Kaido que le había salvado la vida en la guarida de los Kajitsu Hōzuki? ¿Su primo? ¿Agua de su agua?—. ¡Kaido-san no haría algo así! Él... ¡Seguro que fue otra persona transformada en él tratando de inculparle!
«No podía ser Eri, porque estaba conmigo.» Meditó Ayame para sí, asintiendo en señal de que le estaba escuchando. Debía de ser otra chica de Uzushiogakure, ¿pero la conocería? «Quizás era aquella... ¿Cómo se llamaba...? ¿Moko?»
—La habíamos completado con éxito y decidimos tomarnos la tarde libre —continuó él—. Yo fui al concurso y ella… a los baños termales. Fue entonces, tras mi actuación, cuando recibí el chivatazo. Mi compañera estaba en apuros.
Ayame abrió los ojos de par en par, expectante. Pero Datsue parecía regodearse con su intriga, alargando un melodramático silencio con el que la empujaba a preguntar sobre el desenlace de aquella historia... o a asfixiarlo si no continuaba hablando.
—Resulta que mientras estaba en los baños, alguien le había robado la ropa interior de su taquilla. Por suerte, mi compañera tenía un olfato prodigioso. Pudimos rastrear la prenda...
—¿Rastreó su propia ropa interior...? —no pudo evitar preguntar, asqueada, pero calló enseguida al darse cuenta de que había le había interrumpido.
—...que nos llevó a un pequeño motel pegado a las murallas de la ciudad. Y allí, en una de las habitaciones…
Una nueva pausa, acompañada de un melodramático golpe de aire que golpeó con violencia a los dos jóvenes. Si no fuera por las barreras de seguridad, las probabilidades de que uno de los dos terminara cayendo al vacío sólo iban en aumento.
—… Kaido —confesó, con el rostro compungido, y Ayame palideció de forma terrible—. No sé si le conoces. Un chico alto, piel azul y con dientes como cuchillas. En Uzu se le conoce como el Tiburón de Amegakure, aunque después de este incidente… —Carraspeó.
—No...
—Sí, Ayame, sí. Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, yo tampoco me lo hubiese creído. El gran y temible Kaido, el tiburón, un jodido pervertido. Pero eso fue lo que pasó, y así es como te lo cuento.
—¡No puede ser! —exclamó Ayame, con el corazón hundido. ¿Kaido, un pervertido? ¿El mismo Kaido que le había salvado la vida en la guarida de los Kajitsu Hōzuki? ¿Su primo? ¿Agua de su agua?—. ¡Kaido-san no haría algo así! Él... ¡Seguro que fue otra persona transformada en él tratando de inculparle!