28/03/2018, 03:10
—A mí lo único que me dice eso es que de ser Hibagon, que te recuerdo que aún no está confirmado; se le acaba la comida todos los Tsuchiyobi y tiene que bajar a por más. Eso no me dice nada más.
El gyojin chasqueó la lengua, poco conforme. Que sucediera todas las noches de un día específico de la semana le daba cierta certeza de que quizás no se tratase de Hibagon después de todo, pues no creía capaz a la abominable bestia de los Dojos de organizar las compras como para que le acabase siempre durante los Tsuchiyobi. ¿Y si el camarero tenía razón al suponer que se trataba de alguien disfrazado? ¿Habían viajado hasta Yukio para nada? tendrían que averiguarlo pronto, pues los gobernantes no tendrían la misma disposición que la que tuvieron ellos en su momento cuando aquel Yeti les obligó a preparar una pizza. A ellos no iba a amedrentarles un pam pam en el coco, ni mucho menos.
—No se me ocurre otra alternativa que esa, la verdad. Lo único, que tal vez no tengamos que subir tooooda la montaña. Es más fácil para él, si está allá arriba, bajar hasta nosotros. Podríamos tratar de atraerle con nuestras voces, o con... una deliciosa pizza. No sé, estoy divagando.
Arrojó el borde de su último pedazo al cartón y soltó un suspiro de obeso mientras se sobaba la más que reciente y aún prematura panza de comelón.
—En fin, sugiero que lo meditemos con la almohada. No habrá mejor consejera que esa.
El gyojin chasqueó la lengua, poco conforme. Que sucediera todas las noches de un día específico de la semana le daba cierta certeza de que quizás no se tratase de Hibagon después de todo, pues no creía capaz a la abominable bestia de los Dojos de organizar las compras como para que le acabase siempre durante los Tsuchiyobi. ¿Y si el camarero tenía razón al suponer que se trataba de alguien disfrazado? ¿Habían viajado hasta Yukio para nada? tendrían que averiguarlo pronto, pues los gobernantes no tendrían la misma disposición que la que tuvieron ellos en su momento cuando aquel Yeti les obligó a preparar una pizza. A ellos no iba a amedrentarles un pam pam en el coco, ni mucho menos.
—No se me ocurre otra alternativa que esa, la verdad. Lo único, que tal vez no tengamos que subir tooooda la montaña. Es más fácil para él, si está allá arriba, bajar hasta nosotros. Podríamos tratar de atraerle con nuestras voces, o con... una deliciosa pizza. No sé, estoy divagando.
Arrojó el borde de su último pedazo al cartón y soltó un suspiro de obeso mientras se sobaba la más que reciente y aún prematura panza de comelón.
—En fin, sugiero que lo meditemos con la almohada. No habrá mejor consejera que esa.