29/03/2018, 21:28
Pero Datsue negó con la cabeza. Y antes de que continuara hablando, a Ayame se le cayó el alma a los pies.
—Ojalá, Ayame, ojalá. ¡Pero sabía cosas de mí que solo Kaido conocía! —exclamó—. Le pillamos en el baño de su habitación… Desnudo —bajó la mirada, y Ayame tragó saliva, incapaz de creer lo que estaba escuchando—. Mejor será que no te describa lo que estaba haciendo… —carraspeó, y desvió la mirada hacia un lado—, con las prendas.
La kunoichi desvió la mirada, clavando sus pupilas en un punto inexistente en el suelo. No podía creerlo. Le costaba creerlo. De alguna manera, incluso le costaba entenderlo. Era como si las palabras de Datsue rebotaran en sus oídos sin terminar de ser descifradas. Quizás era ella misma, levantando una barrera. Pero su significado seguía atravesándola sin remedio, empapándola.
—¡Ayame! —exclamó Datsue de repente, sobresaltándola—. Por favor, ¡no puede saber que te lo dije! Ya sabes como es… La violencia está en su naturaleza. Él… él me amenazó que si osaba contárselo a alguien sería lo último que hiciese. Por favor, te lo ruego —clamaba, claramente desesperado. El Uchiha terminó incluso por arrodillarse, y antes de que pudiera retroceder la tomó por las piernas, con ojos inundados de lágrimas—. ¡No me delates o me matará!
—Yo... yo... —balbuceó Ayame, consternada.
Le miraba, pero sólo veía a Kaido. Kaido, el hombre-tiburón, como ella misma le había bautizado desde el primer día que vio su extraño color de piel y los dientes como navajas que llenaban sus mandíbulas. Kaido, al que temió al conocer como Hōzuki y posible Kajitsu. Kaido... el mismo que le salvó de los mismos. Kaido... el mismo que ahora se presentaba como un pervertido.
Ayame sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, con el pecho inundado de la más absoluta decepción.
—No... no lo haré...
¿Pero qué cara iba a poner cuando le viera la próxima vez? ¿Cómo iba a poder disimular aquella puñalada en forma de desilusión que acababa de sufrir?
—Ojalá, Ayame, ojalá. ¡Pero sabía cosas de mí que solo Kaido conocía! —exclamó—. Le pillamos en el baño de su habitación… Desnudo —bajó la mirada, y Ayame tragó saliva, incapaz de creer lo que estaba escuchando—. Mejor será que no te describa lo que estaba haciendo… —carraspeó, y desvió la mirada hacia un lado—, con las prendas.
La kunoichi desvió la mirada, clavando sus pupilas en un punto inexistente en el suelo. No podía creerlo. Le costaba creerlo. De alguna manera, incluso le costaba entenderlo. Era como si las palabras de Datsue rebotaran en sus oídos sin terminar de ser descifradas. Quizás era ella misma, levantando una barrera. Pero su significado seguía atravesándola sin remedio, empapándola.
—¡Ayame! —exclamó Datsue de repente, sobresaltándola—. Por favor, ¡no puede saber que te lo dije! Ya sabes como es… La violencia está en su naturaleza. Él… él me amenazó que si osaba contárselo a alguien sería lo último que hiciese. Por favor, te lo ruego —clamaba, claramente desesperado. El Uchiha terminó incluso por arrodillarse, y antes de que pudiera retroceder la tomó por las piernas, con ojos inundados de lágrimas—. ¡No me delates o me matará!
—Yo... yo... —balbuceó Ayame, consternada.
Le miraba, pero sólo veía a Kaido. Kaido, el hombre-tiburón, como ella misma le había bautizado desde el primer día que vio su extraño color de piel y los dientes como navajas que llenaban sus mandíbulas. Kaido, al que temió al conocer como Hōzuki y posible Kajitsu. Kaido... el mismo que le salvó de los mismos. Kaido... el mismo que ahora se presentaba como un pervertido.
Ayame sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, con el pecho inundado de la más absoluta decepción.
—No... no lo haré...
¿Pero qué cara iba a poner cuando le viera la próxima vez? ¿Cómo iba a poder disimular aquella puñalada en forma de desilusión que acababa de sufrir?