3/04/2018, 00:35
Daruu nadaba en lo más hondo del profundo océano de la monotonía. Y estaba disfrutando como un puto enano.
Estaba tumbado en la cama de su hogar, en Amegakure. Bostezaba con la boca más grande que el final de las tuberías de los canales de la ciudad. Con una mano, sujetaba el mando de la televisión, y con la otra se dedicaba al noble y obsceno oficio de aliviar los picores de sus santos portaobjetos. Allí no habían misiones, ni complicadas expediciones a la montaña en busca de fantasmas con pelo, de dos metros, y que hacían pam pam en el coco cuando algo no les gustaba.
Sólo había un problema.
La película era muy aburrida.
Le dio al botón de cambiar canal. Tras un pequeño destello blanco, en la pantalla apareció un familiar pero borroso rostro, un rostro que ahora que lo veía bien, entrecerrando sus perezosos ojillos blancos, era más bien pálido. Tal vez fuera la retroiluminación de la pantalla, pero hubiese jurado que era un poco azul. Se le oía muy bajo, como si los altavoces estuvieran debajo del agua. «Hay que cambiar de tele pronto», pensó, «porque esto no es normal, madre mía.»
Subió el volumen con el mando. Casi se entendía lo que quería decir.
—¡Dafuu, dfpiefta!
«¿Cómo?»
—¡Afiba, coño, afiba! Que hace un frío de cojon...
Algo hizo click dentro de la mente de Daruu, y esa linda monotonía desapareció de golpe. Despertó sobresaltado, jadeando, doblándose como un resorte y apoyando las dos manos contra el colchón para no volver a caerse. Quitó una de ellas de ahí para restregarse los párpados y contempló, perplejo, a un Kaido haciendo flexiones entre las dos camas. Había un termo de café medio vacío a su lado.
Daruu bajó las piernas de la cama y las apoyó en el suelo.
—Kaido, ¿estás bien? —preguntó—. Creo que deberías dejar el café. —Daruu tomó el termo, se cercioró de que todavía estaba caliente, y sin molestarse en buscar una taza donde echar el café, bebió un buen trago del mismo.
Resultaba extraño que el escualo se hubiera levantado antes que él, pero precisamente por eso se sintió terriblemente culpable de haberse quedado un tiempo extra dormido. En realidad estaba justificado, porque el puto no hacía más que despertarle con ronquidos ordenados de cualquier manera en el tiempo, imprevisibles. Tan pronto había habido silencio como un súbito estruendo que casi lo arrojaba de la cama.
Estaba tumbado en la cama de su hogar, en Amegakure. Bostezaba con la boca más grande que el final de las tuberías de los canales de la ciudad. Con una mano, sujetaba el mando de la televisión, y con la otra se dedicaba al noble y obsceno oficio de aliviar los picores de sus santos portaobjetos. Allí no habían misiones, ni complicadas expediciones a la montaña en busca de fantasmas con pelo, de dos metros, y que hacían pam pam en el coco cuando algo no les gustaba.
Sólo había un problema.
La película era muy aburrida.
Le dio al botón de cambiar canal. Tras un pequeño destello blanco, en la pantalla apareció un familiar pero borroso rostro, un rostro que ahora que lo veía bien, entrecerrando sus perezosos ojillos blancos, era más bien pálido. Tal vez fuera la retroiluminación de la pantalla, pero hubiese jurado que era un poco azul. Se le oía muy bajo, como si los altavoces estuvieran debajo del agua. «Hay que cambiar de tele pronto», pensó, «porque esto no es normal, madre mía.»
Subió el volumen con el mando. Casi se entendía lo que quería decir.
—¡Dafuu, dfpiefta!
«¿Cómo?»
—¡Afiba, coño, afiba! Que hace un frío de cojon...
Algo hizo click dentro de la mente de Daruu, y esa linda monotonía desapareció de golpe. Despertó sobresaltado, jadeando, doblándose como un resorte y apoyando las dos manos contra el colchón para no volver a caerse. Quitó una de ellas de ahí para restregarse los párpados y contempló, perplejo, a un Kaido haciendo flexiones entre las dos camas. Había un termo de café medio vacío a su lado.
Daruu bajó las piernas de la cama y las apoyó en el suelo.
—Kaido, ¿estás bien? —preguntó—. Creo que deberías dejar el café. —Daruu tomó el termo, se cercioró de que todavía estaba caliente, y sin molestarse en buscar una taza donde echar el café, bebió un buen trago del mismo.
Resultaba extraño que el escualo se hubiera levantado antes que él, pero precisamente por eso se sintió terriblemente culpable de haberse quedado un tiempo extra dormido. En realidad estaba justificado, porque el puto no hacía más que despertarle con ronquidos ordenados de cualquier manera en el tiempo, imprevisibles. Tan pronto había habido silencio como un súbito estruendo que casi lo arrojaba de la cama.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)