3/04/2018, 14:54
—Yo soy Hakagurē Kōtetsu —respondió con tono cansado—. Y esa Seltkalt que llevas en brazos es quien evito nuestro desmembramiento a manos de la horda de no muertos.
El Sarutobi guardo silencio y observo con expresión inescrutable a los jóvenes.
—Ya veo… —dijo, como si aquello no significara nada para él—. Lo cierto es que por el solo hecho de ser una habitante de las nieves debería de ajusticiarla aquí mismo, pero la situación es extraña: no parece una guerrera y antes de llegar parecía estar tratando de defender al grupo de sobrevivientes… Incluso me atrevería a decir —pese a que no comprendo bien su lenguaje— que por la forma que tenían de comunicarse aquellos tres con ella, se trata de alguien importante.
—¿Entonces no le hará daño? —pregunto el peliblanco.
—No, no mientras me pueda ser de alguna utilidad; bien podría resultar una buena rehén —aseguro, y luego su rostro se tornó frio y un tanto hostil—. Pero si decidiera darle muerte, ¿tratarían un par de extranjeros como ustedes de interferir?
La forma de hacer aquella pregunta provoco que se le helara la sangre, aquel sujeto no se andaba con juegos.
—De ser así, ¿acaso crees que podríamos detenerte? —dijo Kōtetsu.
—No, no podrían…, si quisiera hacerlo, nadie podría.
Aquella situación era un hielo delgado sobre el cual debían desplazarse cuidadosamente. Si era cierto que aquel sujeto era un Sarutobi, entonces se trataba de nada más y nada menos que del nieto de Shinda y el heredero de Kazushiro. Hasta donde sabían se trataba de alguien con una crianza “difícil” y de una personalidad muy propensa al odio. También sabían, a modo de testigos, que era indiscutiblemente poderoso; por lo que no resultaba una buena idea llevarle la contraria o provocar su ira.
—Esto aún no ha terminado. Entremos al hotel —dijo, mas como orden que como sugerencia.
Ryūnosuke se encamino por el agujero que daba entrada al hotel, observando con cautela sus alrededores mientras sostenía con firmeza a la inconsciente muchachita. Al llegar al vestíbulo se encontraría con una situación inesperada. Había mucha gente, turistas mesclados con pobladores locales. Había algunos que yacían heridos y otros que aun parecían dominados por el estado de pánico en general.
Hasta Kōtetsu se acercó Shinda, quien presuroso le informo de la situación:
—El edificio fue tomado por los Seltkalt —aclaro primeramente—. Con lo que ocurrió allá fuera parece que se dispersaron y solo dejaron a su líder…
—¿Y dónde está su líder? —pregunto el Hakagurē, ante la imposibilidad de ver enemigo alguno en el recinto.
—Ha tomado por rehenes a quienes le opusieron resistencia, entre ellos mi hermano, y se ha acuartelado en el último piso del hotel.
—¿Qué ha sucedido con los guardias del edificio? —pregunto el joven pelinegro, quien hasta entonces había estado ignorando al anciano.
—Todos murieron en el asalto inicial —respondió Shinda, sin atreverse a mirarle al rostro.
El de ojos grises se dedicó a buscar el característico rostro de su acompañante entre la multitud, pero sus esfuerzos resultaban en vano. De manera similar, Keisuke se vería en la misma dificultad, incapaz de encontrar a su hermano.
—Señor Shinda, ¿acaso hay gente que aún permanece en sus habitaciones? —se atrevió a preguntar.
—No… Todos fueron desalojados y traídos hasta aquí; los que no, sin duda han de estar como rehenes en el último piso.
El Sarutobi guardo silencio y observo con expresión inescrutable a los jóvenes.
—Ya veo… —dijo, como si aquello no significara nada para él—. Lo cierto es que por el solo hecho de ser una habitante de las nieves debería de ajusticiarla aquí mismo, pero la situación es extraña: no parece una guerrera y antes de llegar parecía estar tratando de defender al grupo de sobrevivientes… Incluso me atrevería a decir —pese a que no comprendo bien su lenguaje— que por la forma que tenían de comunicarse aquellos tres con ella, se trata de alguien importante.
—¿Entonces no le hará daño? —pregunto el peliblanco.
—No, no mientras me pueda ser de alguna utilidad; bien podría resultar una buena rehén —aseguro, y luego su rostro se tornó frio y un tanto hostil—. Pero si decidiera darle muerte, ¿tratarían un par de extranjeros como ustedes de interferir?
La forma de hacer aquella pregunta provoco que se le helara la sangre, aquel sujeto no se andaba con juegos.
—De ser así, ¿acaso crees que podríamos detenerte? —dijo Kōtetsu.
—No, no podrían…, si quisiera hacerlo, nadie podría.
Aquella situación era un hielo delgado sobre el cual debían desplazarse cuidadosamente. Si era cierto que aquel sujeto era un Sarutobi, entonces se trataba de nada más y nada menos que del nieto de Shinda y el heredero de Kazushiro. Hasta donde sabían se trataba de alguien con una crianza “difícil” y de una personalidad muy propensa al odio. También sabían, a modo de testigos, que era indiscutiblemente poderoso; por lo que no resultaba una buena idea llevarle la contraria o provocar su ira.
—Esto aún no ha terminado. Entremos al hotel —dijo, mas como orden que como sugerencia.
Ryūnosuke se encamino por el agujero que daba entrada al hotel, observando con cautela sus alrededores mientras sostenía con firmeza a la inconsciente muchachita. Al llegar al vestíbulo se encontraría con una situación inesperada. Había mucha gente, turistas mesclados con pobladores locales. Había algunos que yacían heridos y otros que aun parecían dominados por el estado de pánico en general.
Hasta Kōtetsu se acercó Shinda, quien presuroso le informo de la situación:
—El edificio fue tomado por los Seltkalt —aclaro primeramente—. Con lo que ocurrió allá fuera parece que se dispersaron y solo dejaron a su líder…
—¿Y dónde está su líder? —pregunto el Hakagurē, ante la imposibilidad de ver enemigo alguno en el recinto.
—Ha tomado por rehenes a quienes le opusieron resistencia, entre ellos mi hermano, y se ha acuartelado en el último piso del hotel.
—¿Qué ha sucedido con los guardias del edificio? —pregunto el joven pelinegro, quien hasta entonces había estado ignorando al anciano.
—Todos murieron en el asalto inicial —respondió Shinda, sin atreverse a mirarle al rostro.
El de ojos grises se dedicó a buscar el característico rostro de su acompañante entre la multitud, pero sus esfuerzos resultaban en vano. De manera similar, Keisuke se vería en la misma dificultad, incapaz de encontrar a su hermano.
—Señor Shinda, ¿acaso hay gente que aún permanece en sus habitaciones? —se atrevió a preguntar.
—No… Todos fueron desalojados y traídos hasta aquí; los que no, sin duda han de estar como rehenes en el último piso.