4/04/2018, 01:24
«Bingo.»
Aunque Daruu jamás podría haber sabido a ciencia cierta si entre todos aquellos datos habría una mentira, desde luego las palabras eran convincentes, y cuadraban con lo que ya sabía de los doujutsu por experiencia propia y con lo que había observado del propio sharingan. Durante todo el tiempo que duró la explicación —bueno, menos por la coña del final—, Daruu mantuvo un perfil analítico, y saboreó cada una de las sílabas que salían de la boca de Datsue, interiorizándolas, y, desde luego, entendiendo muchas cosas.
Asintió, y le golpeó el hombro amistosamente.
—¿Ves? Ahora sí que puedo poner cosas yo en la balanza —dijo—. Y por cierto, más de una vez me han mirado raro por tener estos ojos. Y cuando los activo —La pupila en su byakugan se hizo ligeramente perceptible, como una sombra de un color ligeramente más oscuro, y las venas de los laterales de sus ojos se hincharon— no gano mucho más atractivo.
Se giró y contempló el paisaje del bosque de abajo, a lo largo del camino.
—¿Ves aquél árbol de allí? —dijo, señalando a un cocotero solitario encima de una loma, a muchísima distancia—. ¿Sabrías decirme cuántos de esos frutos peludos cuelgan de lo alto de él? ¿No? Yo sí. Son tres. Exactamente. Y uno de ellos está un poco pocho ya.
Le encaró de nuevo.
—Y... nosotros, a diferencia de vosotros, sí que podemos ver el corazón —dijo, y tal y como había dicho Datsue, rozó con la punta de sus dedos el centro del pecho del Uchiha. Y el chico sintió una pequeña, pequeñísima punzada de dolor, como cuando a uno le entra flato después de una buena carrera—. Combina estas dos cosas y entonces podrás de verdad decir que tienes una buena vista.
Habían más cosas, por supuesto, como que podían ver en trescientos sesenta grados o incluso los propios tenketsu. Pero había secretos que podían permanecer ocultos. Y había otros que ni siquiera alguien como Daruu había podido alcanzar con la punta de los dedos, o poner en práctica para cerciorarse de que eran ciertos.
—Bien, ahora que estamos en paz en ese sentido, vamos a entrar a la cueva y a ver si veo el cofre a través del suelo —dijo—, o si, como dijo el capitán, la equis sólo era un señuelo.
Daruu y Datsue se internaron en la cueva. Era un espacio ámplio y en realidad bastante bien iluminado en cuanto se llegaba a una caverna grande con al menos otras dos salidas.
Y allí estaba el tesoro, justo en el centro de la caverna, enterrado tras dos metros de tierra. A Daruu le dio un vuelco al corazón: el pirata les había mentido.
—¡Está ahí! —señaló—. ¡Lo que intentaba el muy cabrón era disuadirnos de buscarlo!
»Eh... ¿no te sobrará una pala, verdad?
Aunque Daruu jamás podría haber sabido a ciencia cierta si entre todos aquellos datos habría una mentira, desde luego las palabras eran convincentes, y cuadraban con lo que ya sabía de los doujutsu por experiencia propia y con lo que había observado del propio sharingan. Durante todo el tiempo que duró la explicación —bueno, menos por la coña del final—, Daruu mantuvo un perfil analítico, y saboreó cada una de las sílabas que salían de la boca de Datsue, interiorizándolas, y, desde luego, entendiendo muchas cosas.
Asintió, y le golpeó el hombro amistosamente.
—¿Ves? Ahora sí que puedo poner cosas yo en la balanza —dijo—. Y por cierto, más de una vez me han mirado raro por tener estos ojos. Y cuando los activo —La pupila en su byakugan se hizo ligeramente perceptible, como una sombra de un color ligeramente más oscuro, y las venas de los laterales de sus ojos se hincharon— no gano mucho más atractivo.
Se giró y contempló el paisaje del bosque de abajo, a lo largo del camino.
—¿Ves aquél árbol de allí? —dijo, señalando a un cocotero solitario encima de una loma, a muchísima distancia—. ¿Sabrías decirme cuántos de esos frutos peludos cuelgan de lo alto de él? ¿No? Yo sí. Son tres. Exactamente. Y uno de ellos está un poco pocho ya.
Le encaró de nuevo.
—Y... nosotros, a diferencia de vosotros, sí que podemos ver el corazón —dijo, y tal y como había dicho Datsue, rozó con la punta de sus dedos el centro del pecho del Uchiha. Y el chico sintió una pequeña, pequeñísima punzada de dolor, como cuando a uno le entra flato después de una buena carrera—. Combina estas dos cosas y entonces podrás de verdad decir que tienes una buena vista.
Habían más cosas, por supuesto, como que podían ver en trescientos sesenta grados o incluso los propios tenketsu. Pero había secretos que podían permanecer ocultos. Y había otros que ni siquiera alguien como Daruu había podido alcanzar con la punta de los dedos, o poner en práctica para cerciorarse de que eran ciertos.
—Bien, ahora que estamos en paz en ese sentido, vamos a entrar a la cueva y a ver si veo el cofre a través del suelo —dijo—, o si, como dijo el capitán, la equis sólo era un señuelo.
Daruu y Datsue se internaron en la cueva. Era un espacio ámplio y en realidad bastante bien iluminado en cuanto se llegaba a una caverna grande con al menos otras dos salidas.
Y allí estaba el tesoro, justo en el centro de la caverna, enterrado tras dos metros de tierra. A Daruu le dio un vuelco al corazón: el pirata les había mentido.
—¡Está ahí! —señaló—. ¡Lo que intentaba el muy cabrón era disuadirnos de buscarlo!
»Eh... ¿no te sobrará una pala, verdad?