4/04/2018, 01:49
—Kaido, ¿estás bien?
—Estoy de puta madre, ¿y tú? —dijo, como si se tratase de una indagación casual—. duermes como un tronco macho. Y luego decís que ¡juf, juf! soy yo el del ¡uno, dos! sueño profundo, no te jode.
Terminó su última flexión y abandonó el ras del suelo. Tenía los brazos hinchados y la carótida palpitándole a millón mientras su sistema luchaba por quemar la cafeína. Luego miró a Daruu, sonriente; mientras observaba con candidez los remolinos uzureños que tenía el tipo en el coco.
—Ahora, jovencito, ve a lavarte los dientes y a peinarte un poco el cabello antes de salir a la calle, porque así fijo que le pinchas un ojo a alguien. Yo, en el entretanto, te espero fuera. Vamos, mueve el culo. ¡Vamos!
Torció el gesto de inmediato y comenzó a ataviarse nuevamente de los harapos que le protegerían del frío. Una vez hubiese quedado más envuelto que un burrito costeños de esos que sirven en Taikarune, abandonaría la habitación y tomaría la delantera hasta los linderos exteriores del hostal. Pisar la nueve, echar un ojo alrededor y ver qué tanto movimiento había a esas horas, que podían ser, quizás, las mejores en cuanto a condiciones climáticas que les fueran permisibles a la hora de avocarse a subir la enorme montaña. Que a la distancia, el pico de los Dojos se antojaba como un juego de niños en comparación con la cúspide de las blancas cordilleras de aquella ciudad.
—Estoy de puta madre, ¿y tú? —dijo, como si se tratase de una indagación casual—. duermes como un tronco macho. Y luego decís que ¡juf, juf! soy yo el del ¡uno, dos! sueño profundo, no te jode.
Terminó su última flexión y abandonó el ras del suelo. Tenía los brazos hinchados y la carótida palpitándole a millón mientras su sistema luchaba por quemar la cafeína. Luego miró a Daruu, sonriente; mientras observaba con candidez los remolinos uzureños que tenía el tipo en el coco.
—Ahora, jovencito, ve a lavarte los dientes y a peinarte un poco el cabello antes de salir a la calle, porque así fijo que le pinchas un ojo a alguien. Yo, en el entretanto, te espero fuera. Vamos, mueve el culo. ¡Vamos!
Torció el gesto de inmediato y comenzó a ataviarse nuevamente de los harapos que le protegerían del frío. Una vez hubiese quedado más envuelto que un burrito costeños de esos que sirven en Taikarune, abandonaría la habitación y tomaría la delantera hasta los linderos exteriores del hostal. Pisar la nueve, echar un ojo alrededor y ver qué tanto movimiento había a esas horas, que podían ser, quizás, las mejores en cuanto a condiciones climáticas que les fueran permisibles a la hora de avocarse a subir la enorme montaña. Que a la distancia, el pico de los Dojos se antojaba como un juego de niños en comparación con la cúspide de las blancas cordilleras de aquella ciudad.