5/04/2018, 12:54
—¿Ayame? —escuchó una voz conocida a sus espaldas, y la muchacha se dio la vuelta sorprendida—. ¿Por qué me has citado tan lejos de Amegakure?
Allí estaba Daruu, envuelto en una gruesa capa plateada para protegerse del temporal y plantado a unos diez metros de distancia de su posición. No le extrañaba verle en aquellas playas lejos de los opulentos rascacielos de Amegakure, pues ella misma le había citado con una nota. No. Lo que de verdad le había impresionado era que no le había oído llegar. ¿Tan ensimismada había estado en sus propios pensamientos?
Fue a responder a su pregunta, pero entonces el Hyūga se adelantó con una nueva.
O, más bien, un interrogatorio:
—¿Cuál es el ingrediente secreto de los bollitos de vainilla de mi madre? Responde, extraño, o pensaré que has tratado de urdir una trampa contra mí.
—Oh... —Ayame abrió aún más los ojos, ante lo imprevisto de aquella situación. Enseguida se dio cuenta del por qué de aquel cauto comportamiento de su compañero al recordar que ella misma había caído en una trampa similar, en aquel mismo lugar, a manos de los Kajitsu Hōzuki.
«Ay, ironía del destino...» Si fueran otras las circunstancias, quizás se habría atrevido a bromear, pero no quería acabar con un kunai atravesando su cuello. Ayame conocía de sobra a Daruu como para saber que el chico no se andaba con remilgos. Por eso alzó ambas manos, mostrando su inocencia.
—Las fresas... Kōrishim... no... ¿Cómo se llamaban? En Yukio... Shiro... ¿Shiroshimo? Esas que estaban tan frías que no se podían ni tocar —completó, apurada, sin atreverse a dar un paso—. Sé que es raro que te haya pedido venir hasta aquí, pero quería pedirte un favor, Daruu-kun —añadió, con un ferviente brillo de determinación en sus ojos castaños.
Allí estaba Daruu, envuelto en una gruesa capa plateada para protegerse del temporal y plantado a unos diez metros de distancia de su posición. No le extrañaba verle en aquellas playas lejos de los opulentos rascacielos de Amegakure, pues ella misma le había citado con una nota. No. Lo que de verdad le había impresionado era que no le había oído llegar. ¿Tan ensimismada había estado en sus propios pensamientos?
Fue a responder a su pregunta, pero entonces el Hyūga se adelantó con una nueva.
O, más bien, un interrogatorio:
—¿Cuál es el ingrediente secreto de los bollitos de vainilla de mi madre? Responde, extraño, o pensaré que has tratado de urdir una trampa contra mí.
—Oh... —Ayame abrió aún más los ojos, ante lo imprevisto de aquella situación. Enseguida se dio cuenta del por qué de aquel cauto comportamiento de su compañero al recordar que ella misma había caído en una trampa similar, en aquel mismo lugar, a manos de los Kajitsu Hōzuki.
«Ay, ironía del destino...» Si fueran otras las circunstancias, quizás se habría atrevido a bromear, pero no quería acabar con un kunai atravesando su cuello. Ayame conocía de sobra a Daruu como para saber que el chico no se andaba con remilgos. Por eso alzó ambas manos, mostrando su inocencia.
—Las fresas... Kōrishim... no... ¿Cómo se llamaban? En Yukio... Shiro... ¿Shiroshimo? Esas que estaban tan frías que no se podían ni tocar —completó, apurada, sin atreverse a dar un paso—. Sé que es raro que te haya pedido venir hasta aquí, pero quería pedirte un favor, Daruu-kun —añadió, con un ferviente brillo de determinación en sus ojos castaños.