5/04/2018, 19:14
—Meh —el Uchiha dejó escapar un bufido indiferente y lo acompañó de un gesto bastante gráfico con su mano derecha, dando a entender que había perdido el interés en saber cómo su Hermano había sido capaz de obtener semejante información. Cuando Datsue empezaba a irse por las ramas era porque no quería contar algo, y él estaba demasiado cansado en ese momento como para intentar sonsacárselo.
—Pf, ni me lo recuerdes —replicó Akame, de mala gana, cuando Datsue se refirió en clave al Ichibi—. Condenado demonio...
Con esas, el Uchiha apuró su cigarrillo y luego lo tiró al suelo de la taberna, aplastándolo con el tacón de sus botas militares. Luego se puso en pie y se echó el petate al hombro. Dejó unos cuantos billetes sobre la mesa —suficiente para pagar su cena y su jarra de cerveza— y se encaminó hacia las escaleras.
Cuando entró en la parca habitación que le correspondía compartir con Datsue, el alma se le cayó a los pies. Estaba cansado de viajar todo el día y le dolían los pies, pero cuanto tendría para descansar esa noche sería una precaria cama de sábanas sucias que, para más inri, tendría que dividirse a medias con su compadre. «Cagüen...» Resignado, el Uchiha soltó la mochila en el lado derecho de la cama, se quitó la capa y el chaleco militar, las botas y el equipamiento. Lo dejó todo junto al petate y se tumbó boca arriba en el parco lecho.
—Hasta mañanba —musitó con desgana, para luego volverse hacia el lado exterior de la cama y cerrar los ojos.
Akame abrió un ojo con la primera luz del alba. Calculó que debían ser las siete y media u ocho de la mañana, teniendo en cuenta que el Sol acababa de salir y ya estaban casi en Verano. Se desperezó, desentumeciéndose los músculos y frotándose los ojos hinchados y surcados de ojeras. Aquella noche el Ichibi no le había dado tregua, y apenas había sido capaz de dormir. Su compadre tampoco lo había pasado mucho mejor.
Se levantó, se vistió con su uniforme de jōnin de Uzushiogakure y se colocó los portaobjetos y la espada en su funda bandolera. Dejó la capa de viaje dentro de su mochila, pues incluso a aquellas horas tempranas la temperatura ya era lo suficientemente cálida como para que no hicese falta semejante prenda.
Bajó sin esperar a Datsue y, para su sorpresa, se encontró con que Ralexion no estaba allí. «Tal vez siga dormido...» Sea como fuere, se sentó en una de las muchas mesas libres que había e hizo seña al tabernero.
—¿Qué tiene para desayunar? —quiso saber el Uchiha.
—Pan recién horneado, miel, mantequilla y salchichas —le respondió el hombre con su potente vozarrón—. Y hay cerveza fresca.
—Pónganos dos raciones cargadas con esos manjares —pidió Akame amablemente—. Pero deje la cerveza, mejor un té verde para mí.
El tipo asintió y desapareció tras la puerta que daba a la cocina.
—Pf, ni me lo recuerdes —replicó Akame, de mala gana, cuando Datsue se refirió en clave al Ichibi—. Condenado demonio...
Con esas, el Uchiha apuró su cigarrillo y luego lo tiró al suelo de la taberna, aplastándolo con el tacón de sus botas militares. Luego se puso en pie y se echó el petate al hombro. Dejó unos cuantos billetes sobre la mesa —suficiente para pagar su cena y su jarra de cerveza— y se encaminó hacia las escaleras.
Cuando entró en la parca habitación que le correspondía compartir con Datsue, el alma se le cayó a los pies. Estaba cansado de viajar todo el día y le dolían los pies, pero cuanto tendría para descansar esa noche sería una precaria cama de sábanas sucias que, para más inri, tendría que dividirse a medias con su compadre. «Cagüen...» Resignado, el Uchiha soltó la mochila en el lado derecho de la cama, se quitó la capa y el chaleco militar, las botas y el equipamiento. Lo dejó todo junto al petate y se tumbó boca arriba en el parco lecho.
—Hasta mañanba —musitó con desgana, para luego volverse hacia el lado exterior de la cama y cerrar los ojos.
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Akame abrió un ojo con la primera luz del alba. Calculó que debían ser las siete y media u ocho de la mañana, teniendo en cuenta que el Sol acababa de salir y ya estaban casi en Verano. Se desperezó, desentumeciéndose los músculos y frotándose los ojos hinchados y surcados de ojeras. Aquella noche el Ichibi no le había dado tregua, y apenas había sido capaz de dormir. Su compadre tampoco lo había pasado mucho mejor.
Se levantó, se vistió con su uniforme de jōnin de Uzushiogakure y se colocó los portaobjetos y la espada en su funda bandolera. Dejó la capa de viaje dentro de su mochila, pues incluso a aquellas horas tempranas la temperatura ya era lo suficientemente cálida como para que no hicese falta semejante prenda.
Bajó sin esperar a Datsue y, para su sorpresa, se encontró con que Ralexion no estaba allí. «Tal vez siga dormido...» Sea como fuere, se sentó en una de las muchas mesas libres que había e hizo seña al tabernero.
—¿Qué tiene para desayunar? —quiso saber el Uchiha.
—Pan recién horneado, miel, mantequilla y salchichas —le respondió el hombre con su potente vozarrón—. Y hay cerveza fresca.
—Pónganos dos raciones cargadas con esos manjares —pidió Akame amablemente—. Pero deje la cerveza, mejor un té verde para mí.
El tipo asintió y desapareció tras la puerta que daba a la cocina.