8/04/2018, 12:11
«¿Qué cojones pretende, Kunie-sensei...?»
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven jōnin cuando vio a su antigua maestra susurrar unas palabras al oído del señor. Akame tenía claro que aquello no podía ser bueno para el prisionero, y mucho menos para ellos; el primero no le importaba, pero los segundos...
Cuando Iekatsu solicitó saber si los ninja estaban allí, el Uchiha dio un ligero respingo. Antes de que pudiera decir o hacer nada, Datsue alzó la voz y dio un paso al frente. Akame le siguió. Ahora estaban en primera línea, frente a los cuatro guardias que custodiaban a Makoto Masaru, y la mirada cansada, enferma del señor los escudriñaba con un deje curioso.
—Por todos es conocido que Toritaka Iekatsu es un señor compasivo y justo —comenzó a decir el marchito noble, mientras la mujer de ojos dorados observaba la escena con una sonrisa—. Así pues, satisfaré tu deseo... Lucharás contra este joven shinobi.
Akame miró a su compadre, señalado por el dedo índice —raquítico y huesudo— de Iekatsu. El prisionero se volteó para ver al muchacho y una mueca de disgusto se dibujó en su rostro.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, ¿qué honor hay en luchar contra un ninja? —replicó.
El señor de Rōkoku pareció dudar un momento, y como un acto reflejo sus ojos viajaron hacia su hombro derecho, donde la mujer de pelo negro estaba. Ella capturó su mirada y asintió de forma apenas perceptible.
—Esa es mi decisión, y es final. Tomadla o dejadla.
Makoto Masaru emitió un suspiro de resignación antes de inclinarse en otra florida reverencia.
—Os transmito mi más profundo agradecimiento, Iekatsu-sama.
—Sea pues —y con un gesto de su mano, el señor indicó a uno de los guardias que liberase al cautivo de sus grilletes.
El tintineo de las cadenas inundó la concurrida estancia, ahora en silencio. Uno de los guardias se sacó la espada del cinto y se la tendió a Masaru, que la cogió con delicadeza. El prisionero miró el filo de la hoja y sopesó la empuñadura con gesto experto mientras los cuatro guardias retrocedían para agrandar la formación de cuadrado alrededor suya, creando una especie de cuadrilátero de combate imaginario.
—Adelante, Datsue-san. ¿He de suponer que vais armado? —quiso saber Iekatsu, con la mirada fija en el joven jōnin.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven jōnin cuando vio a su antigua maestra susurrar unas palabras al oído del señor. Akame tenía claro que aquello no podía ser bueno para el prisionero, y mucho menos para ellos; el primero no le importaba, pero los segundos...
Cuando Iekatsu solicitó saber si los ninja estaban allí, el Uchiha dio un ligero respingo. Antes de que pudiera decir o hacer nada, Datsue alzó la voz y dio un paso al frente. Akame le siguió. Ahora estaban en primera línea, frente a los cuatro guardias que custodiaban a Makoto Masaru, y la mirada cansada, enferma del señor los escudriñaba con un deje curioso.
—Por todos es conocido que Toritaka Iekatsu es un señor compasivo y justo —comenzó a decir el marchito noble, mientras la mujer de ojos dorados observaba la escena con una sonrisa—. Así pues, satisfaré tu deseo... Lucharás contra este joven shinobi.
Akame miró a su compadre, señalado por el dedo índice —raquítico y huesudo— de Iekatsu. El prisionero se volteó para ver al muchacho y una mueca de disgusto se dibujó en su rostro.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, ¿qué honor hay en luchar contra un ninja? —replicó.
El señor de Rōkoku pareció dudar un momento, y como un acto reflejo sus ojos viajaron hacia su hombro derecho, donde la mujer de pelo negro estaba. Ella capturó su mirada y asintió de forma apenas perceptible.
—Esa es mi decisión, y es final. Tomadla o dejadla.
Makoto Masaru emitió un suspiro de resignación antes de inclinarse en otra florida reverencia.
—Os transmito mi más profundo agradecimiento, Iekatsu-sama.
—Sea pues —y con un gesto de su mano, el señor indicó a uno de los guardias que liberase al cautivo de sus grilletes.
El tintineo de las cadenas inundó la concurrida estancia, ahora en silencio. Uno de los guardias se sacó la espada del cinto y se la tendió a Masaru, que la cogió con delicadeza. El prisionero miró el filo de la hoja y sopesó la empuñadura con gesto experto mientras los cuatro guardias retrocedían para agrandar la formación de cuadrado alrededor suya, creando una especie de cuadrilátero de combate imaginario.
—Adelante, Datsue-san. ¿He de suponer que vais armado? —quiso saber Iekatsu, con la mirada fija en el joven jōnin.