8/04/2018, 13:18
A juzgar por la cara que se le quedó a todo el mundo en aquel salón —a excepción del bueno de Akame—, la respuesta de Datsue fue lo último que cualquiera de ellos se hubiese esperado. Durante unos largos instantes se hizo un silencio tan tenso que podría haberse cortado con la espada que empuñaba Masaru, ya libre de sus cadenas. El señor Iekatsu, el prisionero, los guardias e incluso el público de peticionarios a espaldas de los Uchiha. Todos estaban anonadados por las palabras de Datsue.
Fue la dama de ojos dorados la que rompió el mutis generalizado.
—¿Es esta la famosa cortesía de los shinobi del Remolino entonces? ¿Negarse a la simple petición de su anfitrión? ¿Debe entonces Makoto Masaru-dono resignarse a morir en el cadalso, como un delincuente corriente? —alzó ambos brazos al público—. ¡Así pagan los ninja la hospitalidad de nuestro buen señor!
Casi al momento, un coro de cuchicheos y bufidos molestos se levantó en el salón. Las miradas de todos se centraron en Datsue, y no le transmitían precisamente cordialidad, sino más bien una profunda enquina y el desagrado más sincero. Era evidente que, a través de las palabras de la dama, el ninja no había ofendido sólo al señor de Rōkoku, sino que mediante ellas el malestar se había colectivizado rápidamente.
Incluso Makoto Masaru parecía molesto. Volviéndose hacia el señor, protestó.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, este shinobi es un cobarde.
Fue la dama de ojos dorados la que rompió el mutis generalizado.
—¿Es esta la famosa cortesía de los shinobi del Remolino entonces? ¿Negarse a la simple petición de su anfitrión? ¿Debe entonces Makoto Masaru-dono resignarse a morir en el cadalso, como un delincuente corriente? —alzó ambos brazos al público—. ¡Así pagan los ninja la hospitalidad de nuestro buen señor!
Casi al momento, un coro de cuchicheos y bufidos molestos se levantó en el salón. Las miradas de todos se centraron en Datsue, y no le transmitían precisamente cordialidad, sino más bien una profunda enquina y el desagrado más sincero. Era evidente que, a través de las palabras de la dama, el ninja no había ofendido sólo al señor de Rōkoku, sino que mediante ellas el malestar se había colectivizado rápidamente.
Incluso Makoto Masaru parecía molesto. Volviéndose hacia el señor, protestó.
—Iekatsu-sama, con todo el respeto, este shinobi es un cobarde.