8/04/2018, 15:46
—La mayoría de quienes lo requerían ya han recibido primeros auxilios, por lo que de momento la situación está controlada.
Sin duda el anciano Sarutobi se refería a como estaban las cosas en el vestíbulo: entre los que estaban allí refugiados no había quienes requiriesen atención urgente, puede que debido a que quienes sufrieron heridas graves ya habían pasado a otra vida, acaso menos fría. En el hotel no había más enemigos por los cuales preocuparse, excepto por aquellos que permanecían refugiados en uno de los últimos pisos, con una dotación nada despreciable de rehenes.
—¿Tienes algún plan en mente? —se atrevió a preguntar Keisuke.
—¡Mi “modus operandi” es el de irrumpir rápida y violentamente y dar muerte a todo aquel que sea enemigo!
El joven de ojos grises no pudo evitar sentirse perturbado ante aquella declaración; pues distaba de sonar como solo una fanfarronada, y sin duda alguna parecía la receta perfecta para una masacre innecesaria.
—Sin embargo… —continuo—. En esta ocasión las condiciones no están dadas para ello, el que tengan a mi tío-abuelo de rehén complica mucho las cosas.
—Entonces, ¿considerarías un intercambio de rehenes? —sugirió el Hakagurē; pues creía que si Sepayauitl de verdad era una princesa, entonces su líder estaría dispuesto a negociar con ellos.
—Supongo, no es como si me quedara otra opción —admitió, mostrando cierta frustración—. Ya veré si funciona.
—“Ya veremos” —corrigió Kōtetsu—. Te acompañare; tengo a alguien cercano entre los rehenes y no creo que puedas socorrerle si las negociaciones llegan a fallar.
Ryūnosuke dejó escapar una áspera risa y le contesto:
—Pues haces bien: mi prioridad es la cabecilla de mi clan, los demás me importan poco, sobre todo si son extranjeros —aclaro con firmeza y de manera impersonal—. Solo debo advertirte que no me estorbes y que ni se te ocurra meterte en mi camino. ¿Has entendido?
—Entendido —dijo con calma.
Con aquello acordado, no habría problema alguno si Keisuke también decidía unirse a aquella misión de rescate en donde tendrían que hacer de negociadores. La chiquilla nativa aun yacía inconsciente, sin saber todo el drama que se desarrollaba a su alrededor. Los jóvenes podrían atender un poco sus heridas, mientras que el guerrero de cabello negro se encargaba de dar órdenes y de organizar la situación. Al final decidió que utilizarían el elevador manual, pues creía poco probable que a aquellas alturas decidieran poner una trampa allí.
En cierto momento pudieron estar los cuatro a bordo de la maquina: la muchachita, el Sarutobi, el Inoue y el Hakagurē. Pero este último advertiría que algo les faltaba, pues lo que siempre se necesitaba entre personas que han de comunicarse: un mismo lenguaje. Con aquello en mente le hizo señales a Shinda para que abordara junto con ellos.
—¿Qué crees que haces? —le pregunto indignado el pelinegro.
—Si vamos a negociar, necesitamos de alguien que conozca su lenguaje y sus costumbres… Y no te ofendas, pero me pareces más del tipo guerrero que del tipo erudito.
Antes de que pudiera replicar a aquella lógica, ya eran cinco los que abordaban el elevador de madera, que ya comenzaba a ponerse en movimiento, gracias a los mecanismos manuales que los empleados del hotel se encargaban de operar.
Luego, la tensión y el silencio que anteceden a un gran evento.
Sin duda el anciano Sarutobi se refería a como estaban las cosas en el vestíbulo: entre los que estaban allí refugiados no había quienes requiriesen atención urgente, puede que debido a que quienes sufrieron heridas graves ya habían pasado a otra vida, acaso menos fría. En el hotel no había más enemigos por los cuales preocuparse, excepto por aquellos que permanecían refugiados en uno de los últimos pisos, con una dotación nada despreciable de rehenes.
—¿Tienes algún plan en mente? —se atrevió a preguntar Keisuke.
—¡Mi “modus operandi” es el de irrumpir rápida y violentamente y dar muerte a todo aquel que sea enemigo!
El joven de ojos grises no pudo evitar sentirse perturbado ante aquella declaración; pues distaba de sonar como solo una fanfarronada, y sin duda alguna parecía la receta perfecta para una masacre innecesaria.
—Sin embargo… —continuo—. En esta ocasión las condiciones no están dadas para ello, el que tengan a mi tío-abuelo de rehén complica mucho las cosas.
—Entonces, ¿considerarías un intercambio de rehenes? —sugirió el Hakagurē; pues creía que si Sepayauitl de verdad era una princesa, entonces su líder estaría dispuesto a negociar con ellos.
—Supongo, no es como si me quedara otra opción —admitió, mostrando cierta frustración—. Ya veré si funciona.
—“Ya veremos” —corrigió Kōtetsu—. Te acompañare; tengo a alguien cercano entre los rehenes y no creo que puedas socorrerle si las negociaciones llegan a fallar.
Ryūnosuke dejó escapar una áspera risa y le contesto:
—Pues haces bien: mi prioridad es la cabecilla de mi clan, los demás me importan poco, sobre todo si son extranjeros —aclaro con firmeza y de manera impersonal—. Solo debo advertirte que no me estorbes y que ni se te ocurra meterte en mi camino. ¿Has entendido?
—Entendido —dijo con calma.
Con aquello acordado, no habría problema alguno si Keisuke también decidía unirse a aquella misión de rescate en donde tendrían que hacer de negociadores. La chiquilla nativa aun yacía inconsciente, sin saber todo el drama que se desarrollaba a su alrededor. Los jóvenes podrían atender un poco sus heridas, mientras que el guerrero de cabello negro se encargaba de dar órdenes y de organizar la situación. Al final decidió que utilizarían el elevador manual, pues creía poco probable que a aquellas alturas decidieran poner una trampa allí.
En cierto momento pudieron estar los cuatro a bordo de la maquina: la muchachita, el Sarutobi, el Inoue y el Hakagurē. Pero este último advertiría que algo les faltaba, pues lo que siempre se necesitaba entre personas que han de comunicarse: un mismo lenguaje. Con aquello en mente le hizo señales a Shinda para que abordara junto con ellos.
—¿Qué crees que haces? —le pregunto indignado el pelinegro.
—Si vamos a negociar, necesitamos de alguien que conozca su lenguaje y sus costumbres… Y no te ofendas, pero me pareces más del tipo guerrero que del tipo erudito.
Antes de que pudiera replicar a aquella lógica, ya eran cinco los que abordaban el elevador de madera, que ya comenzaba a ponerse en movimiento, gracias a los mecanismos manuales que los empleados del hotel se encargaban de operar.
Luego, la tensión y el silencio que anteceden a un gran evento.