8/04/2018, 21:10
Asahina Kunie esbozó una sonrisa estudiada, calculada, cuando el joven shinobi mordió el anzuelo y, queriendo poner al público de su lado, aceptó el reto. No dejó que se la viera demasiado satisfecha ni interesada; sólo lo justo para creer que el ojito derecho del señor Iekatsu había satisfecho su capricho a ojos del populacho.
—Ten cuidado —susurró Akame a su compadre mientras le tendía su espada, negra como el carbón—. Esto me da muy mala espina...
La multitud formada por los peticionarios que habían acudido aquella mañana a las audiencias con el señor de Rōkoku se arremolinó alrededor del cuadrilátero imaginario que formaban los cuatro soldados de pesada armadura, como un enjambre de moscas en torno a la miel. «Artesanos, comerciantes, nobles, ricos, pobres... La violencia los pone al mismo nivel. Los atrae a todos por igual», pensó con cierta molestia el Uchiha mientras retrocedía algunos pasos para no quedarse expuesto más allá de la multitud.
Masaru, por su parte, empuñó su propia espada con firmeza y la sostuvo en alto frente a sí, con las piernas abiertas formando un arco y las rodillas ligeramente flexionadas. Por su postura, se podía intuir que tenía destreza y experiencia en semejantes lides; lo que, por otro lado, era de esperar de un noble de Hi no Kuni.
—Pueden comenzar —dijo el señor Iekatsu, con un hilo de voz, y acto seguido le sobrevino un ataque de tos que empañó cualquier vestigio de solemnidad que el momento pudiera tener.
El espadachín no dijo nada, sino que se limitó a fijar sus ojos en la figura de Datsue y esperar a que éste se pusiera en guardia. El cuadrilátero formado por los guardias medía unos seis metros de lado, lo que no daría a ninguno de los oponentes demasiado margen para maniobrar durante la contienda.
—Ten cuidado —susurró Akame a su compadre mientras le tendía su espada, negra como el carbón—. Esto me da muy mala espina...
La multitud formada por los peticionarios que habían acudido aquella mañana a las audiencias con el señor de Rōkoku se arremolinó alrededor del cuadrilátero imaginario que formaban los cuatro soldados de pesada armadura, como un enjambre de moscas en torno a la miel. «Artesanos, comerciantes, nobles, ricos, pobres... La violencia los pone al mismo nivel. Los atrae a todos por igual», pensó con cierta molestia el Uchiha mientras retrocedía algunos pasos para no quedarse expuesto más allá de la multitud.
Masaru, por su parte, empuñó su propia espada con firmeza y la sostuvo en alto frente a sí, con las piernas abiertas formando un arco y las rodillas ligeramente flexionadas. Por su postura, se podía intuir que tenía destreza y experiencia en semejantes lides; lo que, por otro lado, era de esperar de un noble de Hi no Kuni.
—Pueden comenzar —dijo el señor Iekatsu, con un hilo de voz, y acto seguido le sobrevino un ataque de tos que empañó cualquier vestigio de solemnidad que el momento pudiera tener.
El espadachín no dijo nada, sino que se limitó a fijar sus ojos en la figura de Datsue y esperar a que éste se pusiera en guardia. El cuadrilátero formado por los guardias medía unos seis metros de lado, lo que no daría a ninguno de los oponentes demasiado margen para maniobrar durante la contienda.