9/04/2018, 03:21
—¿Bromeas? ¡Mira esta ventisca! Si ya nos costó aterrizar aquí, imagínate tratar de emprender vuelo ahora, y subir hacia el pico. Sería un suicidio —Kaido asintió. Tenía sentido, y no parecía muy dispuesto a probar la teoría. Luego volteó hacia Daruu que llamó su atención—. ¡Vamos, Kaido! He visto una cueva más adelante con el Byakugan. Podremos refugiarnos de la tormenta.
El hyuga puso quinta marcha y arrancó con fuerza hacia la colina empinada. Su virtuosa observación le permitió divisar una formación rocosa con la cual pudieran protegerse de los vientos gélidos y huracanados que parecían querer sacarlos de la montaña a toda costa. El escualo también hizo lo propio, forzándose al máximo para no perder el paso de su compañero, pues quedar separados podía resultar mortal.
Tenían que mantenerse juntos durante el ascenso, costase lo que costase.
Una vez dentro de la protección natural, se retiró la bufanda del rostro y trató de recobrar de nuevo el aliento que tanto se le resistía en volver. De más está decir que le costó horrores, dado los bajos niveles de oxígeno que decrecían con cada metro de altura que iban ganando durante su peligrosa travesía.
Terminó por tirarse al suelo también, y bebió dos sorbos de su petaca especial. Luego peinó el interior de la cueva de cabo a rabo, tratando de no dejarse ningún rincón sin revisar.
No quería que un oso polar les arrancara el pescuezo, por lo que era mejor prevenir y no lamentar.
—¡¿Holaaaaaa olaaaa laaa aaa —gritó, y su voz se convirtió de pronto en una cadena interminable de querencias que rebotaban entre las superficies rocosas de la cueva— ¡¿Hay alguien ahí ... guien ahí en a...
Resopló, hastiado, y miró a Daruu.
—De verdad espero que sea Hibagon. O sino alguien va a conocer el camino rápido, y no va a aterrizar en un maldito lago, precisamente.
El hyuga puso quinta marcha y arrancó con fuerza hacia la colina empinada. Su virtuosa observación le permitió divisar una formación rocosa con la cual pudieran protegerse de los vientos gélidos y huracanados que parecían querer sacarlos de la montaña a toda costa. El escualo también hizo lo propio, forzándose al máximo para no perder el paso de su compañero, pues quedar separados podía resultar mortal.
Tenían que mantenerse juntos durante el ascenso, costase lo que costase.
Una vez dentro de la protección natural, se retiró la bufanda del rostro y trató de recobrar de nuevo el aliento que tanto se le resistía en volver. De más está decir que le costó horrores, dado los bajos niveles de oxígeno que decrecían con cada metro de altura que iban ganando durante su peligrosa travesía.
Terminó por tirarse al suelo también, y bebió dos sorbos de su petaca especial. Luego peinó el interior de la cueva de cabo a rabo, tratando de no dejarse ningún rincón sin revisar.
No quería que un oso polar les arrancara el pescuezo, por lo que era mejor prevenir y no lamentar.
—¡¿Holaaaaaa olaaaa laaa aaa —gritó, y su voz se convirtió de pronto en una cadena interminable de querencias que rebotaban entre las superficies rocosas de la cueva— ¡¿Hay alguien ahí ... guien ahí en a...
Resopló, hastiado, y miró a Daruu.
—De verdad espero que sea Hibagon. O sino alguien va a conocer el camino rápido, y no va a aterrizar en un maldito lago, precisamente.