12/04/2018, 16:49
(Última modificación: 12/04/2018, 16:50 por Uchiha Akame.)
El Uchiha se movió con la rapidez que le confería su entrenamiento ninja y la clarividencia de su particular Dōjutsu para esquivar con efectivos movimientos los ataques de Masaru. La lucha era claramente entre dos crotrincantes de considerable destreza, y a los ojos de la mayoría del público muchos golpes apenas eran perceptibles; los que sí, arrancaban un "Oooh" de tanto en tanto.
Sin embargo, en un momento dado Datsue decidió hacer uso de sus conocimientos en el arte ninja del Bukijutsu para intentar desarmar a su rival y, previsiblemente, poner fin al duelo. Los aceros se trabaron y el charka del Uchiha fluyó como un río por la hoja negra de la espada de Akame, cedida en préstamo, hasta provocar que saltaran chispas entre ambas katanas.
—Para vuestra fortuna, shinobi-san, no estoy interesado en ganar este duelo —le susurró el noble, tan cerca que sólo ellos dos podrían oírlo—. Sino en cumplir con el primer deber de un prisionero.
Al principio pareció que el shinobi iba a llevarse el gato al agua, pero para su mala fortuna, Masaru acabó inclinando la balanza a su favor gracias a su fuerza física superior. Cuando su espada parecía a punto de ceder ante la de Datsue, el guerrero del clan Makoto recolocó ligeramente la posición de sus piernas y, haciendo fuerza con las mismas, empujó la hoja del ninja hacia arriba. El Uchiha notó cómo la empuñadura azabache de su arma se le resbalaba de entre los dedos inevitablemente.
—¡Yaaaaaaaargh! —con el rugido de un león, Masaru desarmó por completo a su oponente.
La espada de Akame voló por los aires un par de metros hasta caer a los pies de su dueño, que la recogió y se apresuró a evaluar su estado, como temiendo que hubiese sufrido algún desperfecto.
El público, por su parte, rompió en aplausos y vítores hacia el que tan sólo minutos antes se encontraban humillado y encadenado. La dama de ojos color miel torció el gesto en una expresión que dejaba translucir que ella no había previsto semejante resultado para la contienda; y, al verla, Akame no supo si sentir miedo —por lo imprevisible de su reacción— o gozo —porque sus planes acababan de verse frustrados—.
—Habéis ganado con honor, Masaru-dono —concedió el señor Iekatsu—. Así pues, tal y como prometí, podréis elegir de qué modo queréis ser ejecutado.
El joven Makoto se cuadró en el sitio, realizando una profunda reverencia.
—Es un honor, Iekatsu-sama —masculló, cerrando los ojos—. Pero prefiero vivir un día más.
Antes de que cualquiera de los presentes pudiera reaccionar ante sus palabras, un objeto esférico y del tamaño de un puño salió despedido desde algún punto entre el público para estrellarse en mitad del cuadrilátero imaginario que formaban los guardias de la casa Toritaka. La Hikaridama hizo explosión al instante, invadiendo la estancia con su cegador destello.
Se desató el caos. Los peticionarios empezaron a correr de un lado para otro, cegados, empujándose, derribándose y dando tumbos. Por encima del griterío general, Akame pudo escuchar la voz de su antigua maestra.
—¡Guardias! ¡Guardias! ¡El prisionero intenta escapar!
Pese a que se esforzaban, los guardias eran incapaces de reaccionar. Cuando los presentes recuperaron el don de la vista, no quedaba rastro de Makoto Masaru en aquella sala.