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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El joven de piel morena asintió silenciosamente, mostrándose un poco más seguro y determinado de lo que realmente estaba.

El Sarutobi menor abrió la puerta, con lentitud y un tanto de desconfianza. En cuanto ambas piezas comenzaron a separarse, un aire frio y ominoso les dio la bienvenida a la estancia. Mientras la muchachita Seltkalt se mantenía detrás de ellos, Kōtetsu paseo su vista por la amplitud de la estancia. Fue entonces que vio aquello que estaban buscando: al final del salón, en una gran y elegante silla yacía sentada, con cierto aire de grande, la líder de los Seltkalt.

Es idéntica a Sepayauitl —susurro para sí mismo.

Pero lo cierto era que aquella mujer de cabellos blancos y largos y de piel pálida, tenía unos ojos azules que ardían como un misterioso fuego helado. Su postura denotaba confianza y su mirada resultaba fríamente criptica. Detrás de ella yacían amarrados siete de los huéspedes del hotel, aquellos que habían puesto resistencia; entre ellos, se encontraban Naomi y Hazegawa. Se les veía bien, aunque un tanto aturdidos y somnolientos. Al lado de aquel mueble suntuoso, yacía de pie Sarutobi Kazushiro, cabecilla de su clan, señor territorial de Hakushi; su rostro era una curiosa mescla de indignación, miedo y odio.

¡Bienvenidos, invasores y foráneos! —dijo la Seltkalt desde su trono.

Su voz firme, fría y aun así femenina tomo por sorpresa a los recién llegados; casi tanto como lo haría el que supiese hablar su mismo lenguaje.

Eso hará las cosas más fáciles —declaro el pelinegro—. ¡Deja en libertad al líder del clan!

¡No estás en condiciones de exigir nada, profanador de esta tierra! —exclamo, con voz calmada pero poderosa.

No creas que te encuentras en mejor situación que yo, salvaje de las nieves.

Desde detrás de los muchachos, el Sarutobi menor halo a la muchachita, quien no pudo sino dejarse llevas hasta quedar frente al grupo. La líder nativa no se inmuto ante aquello; o, al menos, no dio muestras de que aquella inesperada situación repercutiera mucho en su ser… Sin embargo, se sintió como la tensión del ambiente aumentaba gradualmente.

¡Yo soy Sesekpan de los Seltkalt!, líder de los habitantes primigenios de esta tierra y protectora de la misma —aseguro con orgullo y determinación—.Contéstame, Ryūnosuke de los Sarutobi, ¿Por qué quieren agrandar sus pecados?

Tú y tu gente han de saber mucho sobre pecados: matan a civiles débiles e indefensos, y luego los traen de vuelta para que les sirvan de esclavos, como burlándose de sus muertes.

Yo lo sé, ambas tribus se han dejado consumir por el pecado de la guerra. Pero hoy estoy aquí porque sus ofensas han sobrepasado los límites.

Da igual, hace tiempo que estoy fuera de aquí y no me entero de mucho. A mi parecer, tú y gente estaban esperando a que yo me marchara para atacar el pueblo, como los monstruos que son.

La respuesta es tanto un si como un no —dijo con cierta muestra de ira—. Esto no es un acto de venganza, de ser así hubiese atacado a aquel anciano que yace detrás de ti y que hace dos veces diez años dio muerte a mi padre. Esto es un acto de justicia, pues no vine por vidas, vine por aquello que nos ha sido robado y vendido.

¿De qué me hablas? —pregunto con cierta confusión.

Tu ser ignora muchas cosas: esta abominación de edificio, este tributo al ego y al odio, fue construido con las ancestrales reliquias de mi gente. Reliquias que tu líder robo, matando y saqueando indiscriminadamente. Reliquias que tú escoltaste para que fueran vendidas en los lugares más allá del mar… Aun así, aun sabiendo eso, ¿puedes seguir diciendo que nosotros somos los monstruos?

Por primera vez en mucho tiempo, el joven Sarutobi se había quedado sin argumentos con los cuales replicar. Sin duda era alguien impulsivo y arrogante, con una crianza difícil, pero le habían ensañado bien a respetar las tradiciones, aquello era lo que le movía. No podía siquiera imaginar el odio que sentiría si su propia espada, una reliquia de su familia, fuese robada y vendida. Tampoco podía evitar, durante un instante, ponerse en el lugar de aquella nativa, aunque odiase tal sensación de condescendencia.

¡Maldita sea, no estoy aquí para debatir sobre lo bueno y lo malo o sobre quien es el monstruo en verdad! —exclamo, molesto—. ¡Solo deja ir a mi líder para que podamos terminar con esto!

Sesekpan hizo un gesto y libero a los otros siete retenidos, que para ella poca importancia tenían. No paso mucho hasta que Kōtetsu y Keisuke se encontraron junto a sus acompañantes, que por alguna razón estaban imposibilitados para usar chakra. Ahora solo quedaba hacer el verdadero intercambio, el de la princesa por el del cabecilla.
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RE: La muerte es blanca y tiene los ojos azules - por Hanamura Kazuma - 13/04/2018, 14:53


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