14/04/2018, 13:32
La persona que entró en la habitación no era su madre. Ni siquiera era una mujer. Sino un médico de gesto severo que cerró la puerta tras de sí y se acercó a la camilla del asustado Daruu. Con gesto firme, apoyó una mano en su hombro y le obligó a quedarse quieto contra el colchón.
—No me obligues a aumentar la dosis de los calmantes, mocoso. Necesitas descansar. Y tu madre también —le recriminó, clavando en él sus ojos aguamarina.
Con gesto profesional, el médico metió su mano libre en el bolsillo de la bata y sacó un pequeño cilindro metálico. Al pulsar un botón, la linterna se encendió y apuntó la luz directamente a los ojos de Daruu, examinándole con fijeza. Afortunadamente, las pupilas del chico respondían perfectamente al estímulo de la luz.
—Mantén los ojos abiertos y sigue el movimiento de mi mano. ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo ves?
—No me obligues a aumentar la dosis de los calmantes, mocoso. Necesitas descansar. Y tu madre también —le recriminó, clavando en él sus ojos aguamarina.
Con gesto profesional, el médico metió su mano libre en el bolsillo de la bata y sacó un pequeño cilindro metálico. Al pulsar un botón, la linterna se encendió y apuntó la luz directamente a los ojos de Daruu, examinándole con fijeza. Afortunadamente, las pupilas del chico respondían perfectamente al estímulo de la luz.
—Mantén los ojos abiertos y sigue el movimiento de mi mano. ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo ves?