14/04/2018, 14:17
(Última modificación: 14/04/2018, 14:17 por Aotsuki Ayame.)
Pero, lejos de calmarse, Daruu siguió revolviéndose con las escasas fuerzas que tenía. Sin embargo, en aquellas condiciones no era más que un débil salmón en las garras de un águila.
—¿¡Por qué le has dejado hacerlo, Zetsuo!? ¿¡Por qué!? —bramaba, llorando de rabia e impotencia—. ¡Al cuerno cómo me encuentro! ¿Crees que voy a dejar que urgues en mis ojos con tu técnica? ¿¡Dónde está mamá!? ¡Por qué tuviste que dejarla hacerlo, puto imbécil!
Zetsuo apretó las mandíbulas, y ni siquiera apagó la linterna cuando le asestó una bofetada en la mejilla. Pese a todo, se había contenido, no le había dado demasiado fuerte (dadas las condiciones del recién operado muchacho), sólo lo suficiente como para templar su espíritu.
—¡Jodido, estúpido, mocoso! —farfulló entre dientes, y la mano que aferraba su hombro aplastándole contra el colchón pasó al cuello de su bata para alzarle y acercarle a sus ojos—. ¡Fue su voluntad! ¡Así que deja de comportarte como un jodido niñato desagradecido y acepta el regalo de tu madre! ¿Crees que podría haberme negado? ¡¿Qué derecho habría tenido para hacerlo!? ¡¿Acaso no crees que ella misma habría encontrado la manera de arrancarse los ojos con sus propias manos para dártelos?! ¡He preferido hacerlo yo antes de que cometiera ninguna locura y muriera por ello, idiota!
Le soltó, dejándole caer de nuevo sobre la camilla, y dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Ella está en otra habitación. Necesitaba descansar e intuía cuál iba a ser tu reacción cuando despertaras. No me equivocaba.
Le dirigió una mirada de soslayo, y sus ojos sombríos se afilaron durante un instante.
—No voy a hurgar en tus ojos, si eso es lo que te preocupa. Aunque la tentación es muy fuerte, dadas las circunstancias —añadió, casi arrastrando las sílabas. Volvió a inclinarse sobre la camilla, apoyando ambos brazos en el colchón e inclinándose sobre el muchacho—. Pero ahora mismo me vas a contar con todo lujo de detalles lo que ha ocurrido, Amedama.
—¿¡Por qué le has dejado hacerlo, Zetsuo!? ¿¡Por qué!? —bramaba, llorando de rabia e impotencia—. ¡Al cuerno cómo me encuentro! ¿Crees que voy a dejar que urgues en mis ojos con tu técnica? ¿¡Dónde está mamá!? ¡Por qué tuviste que dejarla hacerlo, puto imbécil!
Zetsuo apretó las mandíbulas, y ni siquiera apagó la linterna cuando le asestó una bofetada en la mejilla. Pese a todo, se había contenido, no le había dado demasiado fuerte (dadas las condiciones del recién operado muchacho), sólo lo suficiente como para templar su espíritu.
—¡Jodido, estúpido, mocoso! —farfulló entre dientes, y la mano que aferraba su hombro aplastándole contra el colchón pasó al cuello de su bata para alzarle y acercarle a sus ojos—. ¡Fue su voluntad! ¡Así que deja de comportarte como un jodido niñato desagradecido y acepta el regalo de tu madre! ¿Crees que podría haberme negado? ¡¿Qué derecho habría tenido para hacerlo!? ¡¿Acaso no crees que ella misma habría encontrado la manera de arrancarse los ojos con sus propias manos para dártelos?! ¡He preferido hacerlo yo antes de que cometiera ninguna locura y muriera por ello, idiota!
Le soltó, dejándole caer de nuevo sobre la camilla, y dejó escapar un largo y tendido suspiro.
—Ella está en otra habitación. Necesitaba descansar e intuía cuál iba a ser tu reacción cuando despertaras. No me equivocaba.
Le dirigió una mirada de soslayo, y sus ojos sombríos se afilaron durante un instante.
—No voy a hurgar en tus ojos, si eso es lo que te preocupa. Aunque la tentación es muy fuerte, dadas las circunstancias —añadió, casi arrastrando las sílabas. Volvió a inclinarse sobre la camilla, apoyando ambos brazos en el colchón e inclinándose sobre el muchacho—. Pero ahora mismo me vas a contar con todo lujo de detalles lo que ha ocurrido, Amedama.