14/04/2018, 17:37
¡Maldita pes-ca-di-lla!
¡ca-di-lla!
¡di-lla!
¡ca-di-lla!
¡di-lla!
Aquella frase rebotó en su cabeza como un martillo demoledor. De lado a lado, atizándole los tímpanos y susurrándole a su cólera para que rompiera las capas de hielo que le retenían. Frunció el ceño y dejó caer su enorme mochila, subió ambas manos; y miró a Amedama como el tiburón mira a la foca antes de darle el mordisco final. Porque si las condiciones climáticas, el cansancio acumulado y la frustración del ascenso hacían de Daruu un tipo menos paciente para ciertas cosas, a Kaido le convertía en uno más irascible y cabrón que lo habitual, también.
—Yo grito cuanto me salga de los cojones, jodido ojos de escroto venoso. Y no hablaba de ti, pero con gusto puedo patear tu culo hasta que caigas empinado hasta Yukio. ¿Eh? ¡¿Eh?! —dijo, vangloriado—. ahora, ¿por qué no mejor activas tu podersito visual y me dices ¡en dónde coño está ese cabrón de Hibagon!?
Iracundo, no pudo sentir el ligero temblor que le atizó la planta de los pies. Quizás, entre tanto grito...
Daruu iba a tener razón. Como de costumbre.