15/04/2018, 13:01
Kaido frunció el ceño, visiblemente molesto, y arrojó la mochila al suelo. «Oh, ¿así que quieres pelea, cabrón? La vas a tener. LA VAS A TENER.» Daruu apartó con el pie su propio equipaje para dejar espacio a la refriega, hizo un gesto de arremangarse —aunque el anorak fue imposible de arremangar, para su propio bien—, y se acercó a Kaido dispuesto a darle la tunda de su vida.
—Yo grito cuanto me salga de los cojones, jodido ojos de escroto venoso. Y no hablaba de ti, pero con gusto puedo patear tu culo hasta que caigas empinado hasta Yukio. ¿Eh? ¡¿Eh?! Ahora, ¿por qué no mejor activas tu podersito visual y me dices ¡en dónde coño está ese cabrón de Hibagon!?
—¡Oh, créeme, medio mierda, no necesito ningún podersito para pegarte una paliza, cara-anchoa! —vociferó.
Los muchachos se acercaron. Se detuvieron cuando estaban a un metro cuando detectaron un gran temblor a su alrededor.
—Kaido. Perdóname por lo que te he dicho. Ahora... ¿qué te parece si cogemos las mochilas y...?
Otro gran temblor. Un par de rocas cayeron del suelo. Una de ellas entre los dos.
—¡¡CORREMOS!! —Daruu señaló a la entrada de la cueva. Las rocas empezaron a derrumbarse en su dirección, atrapándolos y amenazándolos con aplastar sus cabezas. La única escapatoria estaba hacia el interior de la cueva, una perspectiva que no agradaba a ninguno de los dos.
El muchacho se abalanzó sobre su mochila, dando una voltereta por el suelo y poniéndosela a medio levantarse. Salió corriendo hacia el interior de la cueva. Activó su Byakugan para asegurarse de que su compañero estaba bien y corría detrás de él. Las rocas fueron desprendiéndose, una tras otra, persiguiéndolos por un túnel que cada vez se hacía más estrecho. El último enorme pedazo de piedra estuvo apunto de chafarles. Daruu cogió la mano de Kaido y tiró de ella, saltando justo a tiempo de que cayera al suelo, llenando la estancia, totalmente a oscuras, de un polvo que llenaba e intoxicaba los pulmones.
—¡Mierda! ¡Joder! ¡Cof, cof! —Daruu se acercó a las rocas y les dio varias palmadas—. ¡Ayuda, ayuda!
Se dio la vuelta hacia Kaido.
—Estamos atrapados. Atrapados.
Volvió a mirar a la pared de rocas e hizo un esfuerzo con su Byakugan para mirar a través.
—No hay espacio ni de coña. Ni abriendo camino. Tardaríamos años —dijo. Luego ahogó un grito, y le enseñó la palma de la mano a Kaido—. Espera. ¿Hibagon? ¡HIBAGON! —Allá al fondo, una criatura enorme y peluda inspeccionaba con curiosidad la entrada de la caverna y acariciaba las rocas con el dedo sin comprender cómo había podido derrumbarse.
La enorme montaña nevada de pelo levantó el rostro y clavó la oreja a las piedras. Luego, se retiró y dio varios saltitos de alegría. Luego, puso las manos en la roca, haciendo un altavoz improvisado, y gritó:
—¡SEÑOR PELOPINCHO! ¡HIBAGON LLEVAR SEMANAS BUSCANDO SEÑOR PELOPINCHO Y SEÑOR AZUL! —La voz del abominable ser vibró a través de las piedras de la cueva—. ¿¡PERO QUE HACER AHÍ, HOMBRE!? ¿¡NO VER QUE CUEVA ROTA!?
Daruu se llevó una mano a la frente.
—Yo grito cuanto me salga de los cojones, jodido ojos de escroto venoso. Y no hablaba de ti, pero con gusto puedo patear tu culo hasta que caigas empinado hasta Yukio. ¿Eh? ¡¿Eh?! Ahora, ¿por qué no mejor activas tu podersito visual y me dices ¡en dónde coño está ese cabrón de Hibagon!?
—¡Oh, créeme, medio mierda, no necesito ningún podersito para pegarte una paliza, cara-anchoa! —vociferó.
Los muchachos se acercaron. Se detuvieron cuando estaban a un metro cuando detectaron un gran temblor a su alrededor.
—Kaido. Perdóname por lo que te he dicho. Ahora... ¿qué te parece si cogemos las mochilas y...?
Otro gran temblor. Un par de rocas cayeron del suelo. Una de ellas entre los dos.
—¡¡CORREMOS!! —Daruu señaló a la entrada de la cueva. Las rocas empezaron a derrumbarse en su dirección, atrapándolos y amenazándolos con aplastar sus cabezas. La única escapatoria estaba hacia el interior de la cueva, una perspectiva que no agradaba a ninguno de los dos.
El muchacho se abalanzó sobre su mochila, dando una voltereta por el suelo y poniéndosela a medio levantarse. Salió corriendo hacia el interior de la cueva. Activó su Byakugan para asegurarse de que su compañero estaba bien y corría detrás de él. Las rocas fueron desprendiéndose, una tras otra, persiguiéndolos por un túnel que cada vez se hacía más estrecho. El último enorme pedazo de piedra estuvo apunto de chafarles. Daruu cogió la mano de Kaido y tiró de ella, saltando justo a tiempo de que cayera al suelo, llenando la estancia, totalmente a oscuras, de un polvo que llenaba e intoxicaba los pulmones.
—¡Mierda! ¡Joder! ¡Cof, cof! —Daruu se acercó a las rocas y les dio varias palmadas—. ¡Ayuda, ayuda!
Se dio la vuelta hacia Kaido.
—Estamos atrapados. Atrapados.
Volvió a mirar a la pared de rocas e hizo un esfuerzo con su Byakugan para mirar a través.
—No hay espacio ni de coña. Ni abriendo camino. Tardaríamos años —dijo. Luego ahogó un grito, y le enseñó la palma de la mano a Kaido—. Espera. ¿Hibagon? ¡HIBAGON! —Allá al fondo, una criatura enorme y peluda inspeccionaba con curiosidad la entrada de la caverna y acariciaba las rocas con el dedo sin comprender cómo había podido derrumbarse.
La enorme montaña nevada de pelo levantó el rostro y clavó la oreja a las piedras. Luego, se retiró y dio varios saltitos de alegría. Luego, puso las manos en la roca, haciendo un altavoz improvisado, y gritó:
—¡SEÑOR PELOPINCHO! ¡HIBAGON LLEVAR SEMANAS BUSCANDO SEÑOR PELOPINCHO Y SEÑOR AZUL! —La voz del abominable ser vibró a través de las piedras de la cueva—. ¿¡PERO QUE HACER AHÍ, HOMBRE!? ¿¡NO VER QUE CUEVA ROTA!?
Daruu se llevó una mano a la frente.