15/04/2018, 15:19
—Naomi, ¿te encuentras bien? —pregunto el peliblanco en cuanto la tuvo cerca.
—Estaré bien, mi señor, solo estoy un poco aturdida.
De los rehenes solo quedaba el señor de El Palacio de Cristal, que esperaba impaciente y temeroso el momento para recuperar su libertad. Los dioses habían jugado a su favor, pues aunque no tenía consigo las reliquias robadas, el que la hermana menor de la líder Seltkalt fuese el rehén aseguraba su liberación inmediata.
—Kōtetsu, ¿lo sientes?— quiso confirmarlo —No puedo usar chakra...
El joven de ojos grises se concentró y trato de moldear su chakra, pero confirmo que no era capaz de ello.
—Yo estoy igual, ¿qué sucede? —se mostró confuso.
—Es una habilidad especial de los Seltkalt: los ejemplares más poderosos son capaces de “enfriar” el sistema circulatorio de chakra de quienes yacen a su alrededor… No funciona en quienes tienen un chakra bien entrenado, pero sigue siendo una habilidad peligrosa; la herida que me imposibilito para seguir siendo un guerrero fue a causa de un uso extremo de esta misma habilidad.
Los demás rehenes se fueron retirando de aquella fría sala, hasta que solo quedaron los jóvenes ninjas, los Sarutobi y los Seltkalt. El pelinegro y la peliblanca se miraban con contrastante fiereza, pero ninguno parecía tener intenciones de iniciar un combate. Aquello resultaba entendible, los guerreros podían combatir hasta la muerte, pero los que eran incapaces de defenderse estaban demasiado comprometidos como para iniciar un combate que amenazara su seguridad. Ciertamente aquella situación se manifestaba como una plena declaración de guerra, una en la cual el primer encuentro tendría que terminar en una necesaria retirada y en una obligatoria abstinencia a la persecución.
—¡Andando¡ —exigió Ryūnosuke, mientras daba un leve empujón a la muchachita para que se pusiese en marchar.
Ambos rehenes comenzaron a caminar el uno hacia el otro, con lentitud y precaución.
—Shinda-san, ¿qué eran esas reliquias a las que se refería? —pregunto el peliblanco.
—Pues… —dudo por un instante, como si hubiese algo que se escapase parcialmente a sus conocimientos—. Viendo lo lejos que han llegado, solo puede tratarse de amoxtin uejkani (el códice de lo inmemorial): Por lo que he investigado, se trata de una serie de ocho tablillas que contienen todo lo referente a los orígenes de su pueblo. Las mismas están hechas de un hielo cristalino que jamás se derrite, entregadas a ellos por la benevolencia de los dioses primigenios que partieron de este mundo… Semejantes artefactos han de tener un valor inconmensurable entre los coleccionistas de antigüedades; pero su valor ha de ser más grande para los Seltkalt, pues debió ser como si robaran el único recuerdo verdadero de su identidad.
Ryūnosuke se detesto por ello, pero su hábil sentido del oído impidió que se hiciera el sordo ante aquella información que el guardián del conocimiento estaba compartiendo.
De pronto, mientras la mente del pelinegro se nublaba con pensamientos contradictorios, el líder de los Sarutobi se acercó a la princesa y la aprisiono por el cuello, justo cuando esta pasaba a su lado. La aferro con fuerza estranguladora, mientras le gritaba a su sobrino segundo:
—¡Es tu oportunidad, Ryūnosuke, mátala! —grito con vehemencia.
La líder de los nativos se movió como un rayo hacia su hermana, pero fue interceptada por el heredero de los Sarutobi. Inmediatamente comenzó una batalla entre ambos, arrojándose ataques e intercambiando fuego y hielo sin pausa alguna. Dada la ubicación y la situación, ambos se limitaban a usar ataques de corto alcance y pequeña escala, destinados a objetivos personales. Ambos se limitaban a moverse en busca de alguna oportunidad o de un hueco para atacar. Sesekpan no buscaba matar a su oponente, sino una leve abertura para atacar a quien tenía prisionera a su hermana. Aquello molestaba en demasía a Ryūnosuke, quien se limitaba a defender sin estar seguro de que hacer; pues su mente, sencilla como era, no había concebido que tal escenario pudiese desarrollarse. El anciano y la chiquilla forcejeaban violentamente, mientras que el feroz combate que se desarrollaba a su alrededor se mantenía en un punto muerto, mientras las llamaradas y las ráfagas heladas danzaban a su alrededor, por toda la sala.
—Estaré bien, mi señor, solo estoy un poco aturdida.
De los rehenes solo quedaba el señor de El Palacio de Cristal, que esperaba impaciente y temeroso el momento para recuperar su libertad. Los dioses habían jugado a su favor, pues aunque no tenía consigo las reliquias robadas, el que la hermana menor de la líder Seltkalt fuese el rehén aseguraba su liberación inmediata.
—Kōtetsu, ¿lo sientes?— quiso confirmarlo —No puedo usar chakra...
El joven de ojos grises se concentró y trato de moldear su chakra, pero confirmo que no era capaz de ello.
—Yo estoy igual, ¿qué sucede? —se mostró confuso.
—Es una habilidad especial de los Seltkalt: los ejemplares más poderosos son capaces de “enfriar” el sistema circulatorio de chakra de quienes yacen a su alrededor… No funciona en quienes tienen un chakra bien entrenado, pero sigue siendo una habilidad peligrosa; la herida que me imposibilito para seguir siendo un guerrero fue a causa de un uso extremo de esta misma habilidad.
Los demás rehenes se fueron retirando de aquella fría sala, hasta que solo quedaron los jóvenes ninjas, los Sarutobi y los Seltkalt. El pelinegro y la peliblanca se miraban con contrastante fiereza, pero ninguno parecía tener intenciones de iniciar un combate. Aquello resultaba entendible, los guerreros podían combatir hasta la muerte, pero los que eran incapaces de defenderse estaban demasiado comprometidos como para iniciar un combate que amenazara su seguridad. Ciertamente aquella situación se manifestaba como una plena declaración de guerra, una en la cual el primer encuentro tendría que terminar en una necesaria retirada y en una obligatoria abstinencia a la persecución.
—¡Andando¡ —exigió Ryūnosuke, mientras daba un leve empujón a la muchachita para que se pusiese en marchar.
Ambos rehenes comenzaron a caminar el uno hacia el otro, con lentitud y precaución.
—Shinda-san, ¿qué eran esas reliquias a las que se refería? —pregunto el peliblanco.
—Pues… —dudo por un instante, como si hubiese algo que se escapase parcialmente a sus conocimientos—. Viendo lo lejos que han llegado, solo puede tratarse de amoxtin uejkani (el códice de lo inmemorial): Por lo que he investigado, se trata de una serie de ocho tablillas que contienen todo lo referente a los orígenes de su pueblo. Las mismas están hechas de un hielo cristalino que jamás se derrite, entregadas a ellos por la benevolencia de los dioses primigenios que partieron de este mundo… Semejantes artefactos han de tener un valor inconmensurable entre los coleccionistas de antigüedades; pero su valor ha de ser más grande para los Seltkalt, pues debió ser como si robaran el único recuerdo verdadero de su identidad.
Ryūnosuke se detesto por ello, pero su hábil sentido del oído impidió que se hiciera el sordo ante aquella información que el guardián del conocimiento estaba compartiendo.
De pronto, mientras la mente del pelinegro se nublaba con pensamientos contradictorios, el líder de los Sarutobi se acercó a la princesa y la aprisiono por el cuello, justo cuando esta pasaba a su lado. La aferro con fuerza estranguladora, mientras le gritaba a su sobrino segundo:
—¡Es tu oportunidad, Ryūnosuke, mátala! —grito con vehemencia.
La líder de los nativos se movió como un rayo hacia su hermana, pero fue interceptada por el heredero de los Sarutobi. Inmediatamente comenzó una batalla entre ambos, arrojándose ataques e intercambiando fuego y hielo sin pausa alguna. Dada la ubicación y la situación, ambos se limitaban a usar ataques de corto alcance y pequeña escala, destinados a objetivos personales. Ambos se limitaban a moverse en busca de alguna oportunidad o de un hueco para atacar. Sesekpan no buscaba matar a su oponente, sino una leve abertura para atacar a quien tenía prisionera a su hermana. Aquello molestaba en demasía a Ryūnosuke, quien se limitaba a defender sin estar seguro de que hacer; pues su mente, sencilla como era, no había concebido que tal escenario pudiese desarrollarse. El anciano y la chiquilla forcejeaban violentamente, mientras que el feroz combate que se desarrollaba a su alrededor se mantenía en un punto muerto, mientras las llamaradas y las ráfagas heladas danzaban a su alrededor, por toda la sala.