15/04/2018, 20:24
Y Daruu asintió con lentitud.
—Zetsuo-san dijo que no pudo hacerla cambiar de parecer —dijo—. Maldita sea... podría haberme dado sólo uno. ¡Podría haberme dejado sobrevivir sin ojos! Seguro que me las hubiera apañado...
—¡Y seguro que yo me las apañaré, cabeza de chorlito! —intervino de repente la voz de Kiroe, desde la puerta.
Ayame se sobresaltó al escucharla, pero aún más al ver a la mujer, siempre alegre, sonriente y enérgica, en aquellas condiciones. Se mordió el labio inferior, y se tuvo que tapar la boca para acallar un nuevo sollozo. Amedama Kiroe, débil, armada con un gotero y un bastón de invidente, entró en la habitación del brazo de una enfermera.
—¿Está bien que me vaya ya, Kiroe-san?
—Sí, sí, ya puedes irte. Gracias por enseñarme el camino a la habitación —respondió, zafándose de la ayuda antes de caminar hacia su hijo—. ¡A ver, dónde estás!
Daruu se levantó de manera inmediata y se abrazó a su madre con fuerza. Ella rio, como si no estuviera ocurriendo nada en realidad, y Ayame, paralizada desde su sitio asistió como testigo al reencuentro entre madre e hijo. Hasta que...
—Ayame-chan, cariño —la llamó, y Ayame volvió a sobresaltarse—. ¿Hay alguna silla por aquí en la que pueda sentarm... ¡AUCH!
La pobre mujer se acababa de chocar contra el armario del fondo de la habitación.
—Ki... ¡Kiroe-san! —Ayame se apresuró a ponerse de pie para intentar ayudarla...
Pero lo había hecho demasiado rápido. Y llevaba varios días sin catar la comida que, incansablemente, las enfermeras le ponían una y otra vez sobre la mesita. La habitación se oscureció de repente. Los sonidos le llegaron embotados a los oídos. Tuvo que apoyarse en la cama con una mano, pero eso no evitó que las rodillas le fallaran y terminara cayendo al suelo entre extenuados resuellos.
—Zetsuo-san dijo que no pudo hacerla cambiar de parecer —dijo—. Maldita sea... podría haberme dado sólo uno. ¡Podría haberme dejado sobrevivir sin ojos! Seguro que me las hubiera apañado...
—¡Y seguro que yo me las apañaré, cabeza de chorlito! —intervino de repente la voz de Kiroe, desde la puerta.
Ayame se sobresaltó al escucharla, pero aún más al ver a la mujer, siempre alegre, sonriente y enérgica, en aquellas condiciones. Se mordió el labio inferior, y se tuvo que tapar la boca para acallar un nuevo sollozo. Amedama Kiroe, débil, armada con un gotero y un bastón de invidente, entró en la habitación del brazo de una enfermera.
—¿Está bien que me vaya ya, Kiroe-san?
—Sí, sí, ya puedes irte. Gracias por enseñarme el camino a la habitación —respondió, zafándose de la ayuda antes de caminar hacia su hijo—. ¡A ver, dónde estás!
Daruu se levantó de manera inmediata y se abrazó a su madre con fuerza. Ella rio, como si no estuviera ocurriendo nada en realidad, y Ayame, paralizada desde su sitio asistió como testigo al reencuentro entre madre e hijo. Hasta que...
—Ayame-chan, cariño —la llamó, y Ayame volvió a sobresaltarse—. ¿Hay alguna silla por aquí en la que pueda sentarm... ¡AUCH!
La pobre mujer se acababa de chocar contra el armario del fondo de la habitación.
—Ki... ¡Kiroe-san! —Ayame se apresuró a ponerse de pie para intentar ayudarla...
Pero lo había hecho demasiado rápido. Y llevaba varios días sin catar la comida que, incansablemente, las enfermeras le ponían una y otra vez sobre la mesita. La habitación se oscureció de repente. Los sonidos le llegaron embotados a los oídos. Tuvo que apoyarse en la cama con una mano, pero eso no evitó que las rodillas le fallaran y terminara cayendo al suelo entre extenuados resuellos.