16/04/2018, 11:02
Y allí estaban de nuevo, después de la estrambótica escena, sentados en sendas sillas y en la camilla. La pobre enfermera que había estado acompañando a Kiroe en su camino hacia allí les acababa de reprender por su infantil comportamiento y ahora Ayame, sonrojada hasta las orejas, no dejaba de mirarse las rodillas como si fueran lo más interesante del mundo en aquellos instantes.
Kiroe y Daruu siguieron hablando de la nueva condición de la mujer, de su irrefrenable deseo de mejorar la vida de su hijo y de las consecuencias que eso podría acarrearle para su vida diaria. Durante un momento, a Ayame se le pasó por la cabeza la terrible pregunta de si su padre habría hecho lo mismo por ella, pero enseguida la desechó a un lado, no queriendo conocer la respuesta. Fue entonces cuando entró en la conversación la Pastelería de Kiroe-chan, la vida y el orgullo de aquella antigua kunoichi que había servido durante un tiempo como tapadera para actuar como espía en las sombras, pero que después había acabado convirtiéndose en su vida de verdad... Una vida que le había traído tan buenos momentos, y que, por mucho que se esforzara en ocultarlo, Ayame sabía bien que le rompería el corazón dejar.
La muchacha se mordió el labio inferior cuando Daruu sugirió dejar la vía ninja en pos de continuar con el legado familiar. No podría haberle culpado, de todas maneras, pero las palabras de su madre le hicieron recapacitar. Al menos por el momento.
«Si no le hubiera citado en la Playa de Amenokami esto no habría pasado...» Pensó Ayame, torturándose a sí misma. Pese a todo lo que habían hablado, se sentía responsable de toda aquella desgracia. Daruu había insistido en que no había sido ella, pero aunque era verdad que en aquella ocasión ella no había perdido el control ni había sido la que le había arrancado los ojos a Daruu... «Si hubiésemos entrenado en la aldea... esto no habría pasado...» Sólo por su egoísta deseo de que nadie interfiriera en su combate.
Ayame levantó la cabeza hacia Kiroe. Hacia aquella mujer tan diferente de la del día anterior. Apretó sendos puños sobre las rodillas.
—Kiroe-san —la llamó, interviniendo en la conversación por primera vez. Puede que no pudiera cambiar lo ocurrido, pero...—. Creo... creo que puedo ayudar. —Y no se estaba refiriendo a la pastelería, sino a darle un regalo que, hasta ahora había sido un orgullo muy importante para ella. Volvió la cabeza momentáneamente hacia su compañero—. Daruu-kun, ¿recuerdas nuestro enfrentamiento en la playa, cuando te acerté en la pierna con una flecha a través de la bomba de luz? ¿Recuerdas cuando me viste entrenar el tiro con arco con los ojos tapados? —preguntó, despacio, casi paladeando cada sílaba—. Eso es porque puedo ver... Sin ver...
»Kiroe-san, puedo enseñarte una técnica de voz para utilizar la ecolocalización —culminó, con el corazón latiéndole con fuerza.
Kiroe y Daruu siguieron hablando de la nueva condición de la mujer, de su irrefrenable deseo de mejorar la vida de su hijo y de las consecuencias que eso podría acarrearle para su vida diaria. Durante un momento, a Ayame se le pasó por la cabeza la terrible pregunta de si su padre habría hecho lo mismo por ella, pero enseguida la desechó a un lado, no queriendo conocer la respuesta. Fue entonces cuando entró en la conversación la Pastelería de Kiroe-chan, la vida y el orgullo de aquella antigua kunoichi que había servido durante un tiempo como tapadera para actuar como espía en las sombras, pero que después había acabado convirtiéndose en su vida de verdad... Una vida que le había traído tan buenos momentos, y que, por mucho que se esforzara en ocultarlo, Ayame sabía bien que le rompería el corazón dejar.
La muchacha se mordió el labio inferior cuando Daruu sugirió dejar la vía ninja en pos de continuar con el legado familiar. No podría haberle culpado, de todas maneras, pero las palabras de su madre le hicieron recapacitar. Al menos por el momento.
«Si no le hubiera citado en la Playa de Amenokami esto no habría pasado...» Pensó Ayame, torturándose a sí misma. Pese a todo lo que habían hablado, se sentía responsable de toda aquella desgracia. Daruu había insistido en que no había sido ella, pero aunque era verdad que en aquella ocasión ella no había perdido el control ni había sido la que le había arrancado los ojos a Daruu... «Si hubiésemos entrenado en la aldea... esto no habría pasado...» Sólo por su egoísta deseo de que nadie interfiriera en su combate.
Ayame levantó la cabeza hacia Kiroe. Hacia aquella mujer tan diferente de la del día anterior. Apretó sendos puños sobre las rodillas.
—Kiroe-san —la llamó, interviniendo en la conversación por primera vez. Puede que no pudiera cambiar lo ocurrido, pero...—. Creo... creo que puedo ayudar. —Y no se estaba refiriendo a la pastelería, sino a darle un regalo que, hasta ahora había sido un orgullo muy importante para ella. Volvió la cabeza momentáneamente hacia su compañero—. Daruu-kun, ¿recuerdas nuestro enfrentamiento en la playa, cuando te acerté en la pierna con una flecha a través de la bomba de luz? ¿Recuerdas cuando me viste entrenar el tiro con arco con los ojos tapados? —preguntó, despacio, casi paladeando cada sílaba—. Eso es porque puedo ver... Sin ver...
»Kiroe-san, puedo enseñarte una técnica de voz para utilizar la ecolocalización —culminó, con el corazón latiéndole con fuerza.