25/08/2015, 14:21
La pregunta de Ayame supuso una nueva punzada de dolor. Sumada a las otras dos, era un gran peso que le daba ganas de echarse al suelo, de encogerse sobre sí mismo, llorar e ignorar a la lluvia que caía a su enrededor, a su compañera de clase y a todo lo demás. Sin embargo, contra todo pronóstico, y pese a una sombra de dolor que se reflejó en una sonrisa taimada y unos ojos carentes de brillo, se limitó a suspirar y a apoyar la carga un poco más en la barandilla.
—Sí, es un buen lugar... Aunque podría serlo cualquier otro. Sólo necesito entrenar un poco más, y yo también podré hacerme un lugar así —Sonrió, esta vez más abiertamente, y dejó que la enigmática frase encandilara la curiosidad de Ayame, como un buen chorro de combustible para la conversación.
Por supuesto, era una manera de desviar su atención de la muerte de su padre hacia otros temas más alegres.
Miró a Ayame y la contempló con ojos solicitantes, como esperando su inevitable intervención, y le plantó una sonrisa amistosa. De cerca, la chica le pareció incluso más bonita que antes. Aquellos ojos marrones destacaban sobre una piel blanca, casi sin color. Pero ahora que la observaba mejor, no era el único accidente que manchaba la nieve de su rostro: tenía una constelación de pequeñas pequitas en la mejilla que le parecieron adorables.
No pudo evitar ruborizarse un poco, y desvió la mirada azorado.
—Sí, es un buen lugar... Aunque podría serlo cualquier otro. Sólo necesito entrenar un poco más, y yo también podré hacerme un lugar así —Sonrió, esta vez más abiertamente, y dejó que la enigmática frase encandilara la curiosidad de Ayame, como un buen chorro de combustible para la conversación.
Por supuesto, era una manera de desviar su atención de la muerte de su padre hacia otros temas más alegres.
Miró a Ayame y la contempló con ojos solicitantes, como esperando su inevitable intervención, y le plantó una sonrisa amistosa. De cerca, la chica le pareció incluso más bonita que antes. Aquellos ojos marrones destacaban sobre una piel blanca, casi sin color. Pero ahora que la observaba mejor, no era el único accidente que manchaba la nieve de su rostro: tenía una constelación de pequeñas pequitas en la mejilla que le parecieron adorables.
No pudo evitar ruborizarse un poco, y desvió la mirada azorado.