16/04/2018, 22:36
—Mamá, ¿tú tienes hambre? Deberíamos de ir nosotros a comer también —intervino de repente Daruu, dirigiéndose hacia Kiroe—. Ya sabes. A nuestras habitaciones y eso. Deben de haberlas dejado allí.
—Ay, sí... qué hambre que tengo...
—Entonces será mejor que vayamos a por nuestras bandejas, ¿eh?
—Sí hijo sí, vámonos. Bueno chicos, ya nos vamos viendo. ¿Lo pilláis? ¡Viendo!
Ayame no supo ni qué cara poner ante aquel súbito chiste.
—¡Mamá, déjalo ya, yo no le veo la gracia!
—Lo raro es que yo sí que pueda verla.
—¡MAMÁ!
Y al final, Ayame sonrió con cierta lástima. Suponía que era bueno que Kiroe se tomara con humor su nueva condición, pero realmente no sabía cómo actuar en casos así.
«Al menos puedo ayudarla... aunque sea poco.» Pensó Ayame, mirándose las manos con una tímida sonrisa. ¿Había sentido aquel orgullo sobre sus técnicas antes? Aquella sensación de poder ayudar a los demás...
Daruu y Kiroe se levantaron y se dirigieron hacia la puerta de la habitación. Sin embargo, cuando Daruu pasó justo por su lado, su voz llegó hasta sus oídos.
—No quiero que lo hagas. Bajo ningún concepto.
Ayame se quedó momentáneamente paralizada, aún después de que se cerrara la puerta detrás de ellos. Lentamente, hundió la cuchara en la sopa y se quedó mirando las tenues ondas que se habían creado a su alrededor. ¿Daruu también se había dado cuenta de sus intenciones? ¿Tan cristalina era? ¿Tan mala era ocultando las cosas? ¿Pero es que acaso él no deseaba la venganza después de haber perdido sus ojos a manos de aquella mujer?
—Ayame —escuchó la voz de su padre, agachado junto a ella, sobresaltándola. Había clavado sus ojos en ella, y Ayame se vio atrapada por su mirada. Porque más allá de la habitual severidad, había algo más que no solía ver en aquellos profundos iris. Algo que no estaba muy segura de cómo catalogar—. Hablo muy en serio. No busques a esa mujer.
Ella tragó saliva, con el sudor frío perlando su frente.
—¿Pero por qué...? Después de lo que ha hecho esa...
—Porque no te puedes hacer una idea de lo peligrosa que es esa mujer. Por eso —respondió él, sacudiendo la cabeza.
—La... ¿La conoces?
Él entrecerró los ojos ligeramente.
—Esto no es ningún juego de niños. Ni siquiera los Kajitsu Hōzuki pueden compararse a ella, y ya viste lo que sufrimos en su guarida. Así que, Ayame, te lo vuelvo a repetir. No. Hagas. Ninguna. Locura. Si ni siquiera Daruu va detrás de ella es porque es consciente de su poder. Él ya lo ha vivido. Y lo último que queremos todos es hacer más sacrificios innecesarios.
Ella agachó aún más la cabeza, con lágrimas en los ojos, pero terminó por asentir. Zetsuo se reincorporó y, después de dudarlo un instante, le revolvió los cabellos a su hija.
—Y ahora come, recupera fuerzas y crece para convertirte en una fuerte kunoichi de la que pueda sentirme orgulloso.
—Ay, sí... qué hambre que tengo...
—Entonces será mejor que vayamos a por nuestras bandejas, ¿eh?
—Sí hijo sí, vámonos. Bueno chicos, ya nos vamos viendo. ¿Lo pilláis? ¡Viendo!
Ayame no supo ni qué cara poner ante aquel súbito chiste.
—¡Mamá, déjalo ya, yo no le veo la gracia!
—Lo raro es que yo sí que pueda verla.
—¡MAMÁ!
Y al final, Ayame sonrió con cierta lástima. Suponía que era bueno que Kiroe se tomara con humor su nueva condición, pero realmente no sabía cómo actuar en casos así.
«Al menos puedo ayudarla... aunque sea poco.» Pensó Ayame, mirándose las manos con una tímida sonrisa. ¿Había sentido aquel orgullo sobre sus técnicas antes? Aquella sensación de poder ayudar a los demás...
Daruu y Kiroe se levantaron y se dirigieron hacia la puerta de la habitación. Sin embargo, cuando Daruu pasó justo por su lado, su voz llegó hasta sus oídos.
—No quiero que lo hagas. Bajo ningún concepto.
Ayame se quedó momentáneamente paralizada, aún después de que se cerrara la puerta detrás de ellos. Lentamente, hundió la cuchara en la sopa y se quedó mirando las tenues ondas que se habían creado a su alrededor. ¿Daruu también se había dado cuenta de sus intenciones? ¿Tan cristalina era? ¿Tan mala era ocultando las cosas? ¿Pero es que acaso él no deseaba la venganza después de haber perdido sus ojos a manos de aquella mujer?
—Ayame —escuchó la voz de su padre, agachado junto a ella, sobresaltándola. Había clavado sus ojos en ella, y Ayame se vio atrapada por su mirada. Porque más allá de la habitual severidad, había algo más que no solía ver en aquellos profundos iris. Algo que no estaba muy segura de cómo catalogar—. Hablo muy en serio. No busques a esa mujer.
Ella tragó saliva, con el sudor frío perlando su frente.
—¿Pero por qué...? Después de lo que ha hecho esa...
—Porque no te puedes hacer una idea de lo peligrosa que es esa mujer. Por eso —respondió él, sacudiendo la cabeza.
—La... ¿La conoces?
Él entrecerró los ojos ligeramente.
—Esto no es ningún juego de niños. Ni siquiera los Kajitsu Hōzuki pueden compararse a ella, y ya viste lo que sufrimos en su guarida. Así que, Ayame, te lo vuelvo a repetir. No. Hagas. Ninguna. Locura. Si ni siquiera Daruu va detrás de ella es porque es consciente de su poder. Él ya lo ha vivido. Y lo último que queremos todos es hacer más sacrificios innecesarios.
Ella agachó aún más la cabeza, con lágrimas en los ojos, pero terminó por asentir. Zetsuo se reincorporó y, después de dudarlo un instante, le revolvió los cabellos a su hija.
—Y ahora come, recupera fuerzas y crece para convertirte en una fuerte kunoichi de la que pueda sentirme orgulloso.