17/04/2018, 11:07
—Ay, por Amenokami, ¿pero qué estoy haciendo? —se preguntó Ayame por enésima vez.
Si dijera que no sentía miedo, estaría mintiendo. Porque en realidad estaba aterrorizada. Pero su voluntad oscilaba entre el terror y la determinación cada vez que volvía a mirar el libro Bingo que había tomado prestado de la habitación de su hermano y volvía a mirar la página el retrato robot de aquella hermosa mujer de cabellos rubios que caían sobre sus hombros como una cascada y fascinantes ojos esmeralda.
«Naia...» Leyó, también por enésima vez, en tal de grabarlo a fuego en su memoria.
No había sido difícil encontrarla en el libro, pero intuía que sería muchísimo más difícil encontrarla en la realidad. Por eso se había desplazado de nuevo hasta la playa de Amenokami, para buscar nuevas pistas o huellas que le pudieran dar una idea de hacia dónde se habría podido dirigir la mujer después de robarle los ojos a Daruu.
Y la determinación volvía a virar hacia el terror.
Lo que se encontró allí, sin embargo, fue un grotesco escenario lleno de huellas inidentificables y manchas de sangre por doquier. Ayame, intentando por todos los medios olvidar la escena que había ocurrido allí, intentó seguir con la mirada la dirección de las huellas...
Una gaviota gritó desde el cielo.
Y entonces sintió que una garra se cerraba en torno a su brazo y el mundo se agitaba a su alrededor. Quiso descomponer su cuerpo en agua para escapar, pero entonces algo le golpeó un lateral del rostro con la fuerza de un martillo y cayó sobre la arena profundamente aturdida.
—¡¿...SABER QUÉ COJONES ESTÁS HACIENDO?! —atinó a escuchar, por encima del zumbido que se había instalado en sus oídos, pero su cerebro era incapaz de procesar la información y no pudo más que emitir un débil gemido. Volvieron a levantarla agarrándola con crudeza por debajo del brazo, pero las piernas de la muchacha apenas conseguían mantenerla de pie—. ¡JODIDA, ESTÚPIDA, CRÍA! ¡¡¿¿POR QUÉ COJONES NUNCA HACES CASO DE LO QUE TE DICEN??!! ¡¡¡AYAME!!!
El látigo volvió a restallar contra su rostro, y Ayame volvió a caer sobre la arena entre convulsionados sollozos.
—Y... ¡N...!
Si dijera que no sentía miedo, estaría mintiendo. Porque en realidad estaba aterrorizada. Pero su voluntad oscilaba entre el terror y la determinación cada vez que volvía a mirar el libro Bingo que había tomado prestado de la habitación de su hermano y volvía a mirar la página el retrato robot de aquella hermosa mujer de cabellos rubios que caían sobre sus hombros como una cascada y fascinantes ojos esmeralda.
«Naia...» Leyó, también por enésima vez, en tal de grabarlo a fuego en su memoria.
No había sido difícil encontrarla en el libro, pero intuía que sería muchísimo más difícil encontrarla en la realidad. Por eso se había desplazado de nuevo hasta la playa de Amenokami, para buscar nuevas pistas o huellas que le pudieran dar una idea de hacia dónde se habría podido dirigir la mujer después de robarle los ojos a Daruu.
Y la determinación volvía a virar hacia el terror.
Lo que se encontró allí, sin embargo, fue un grotesco escenario lleno de huellas inidentificables y manchas de sangre por doquier. Ayame, intentando por todos los medios olvidar la escena que había ocurrido allí, intentó seguir con la mirada la dirección de las huellas...
Una gaviota gritó desde el cielo.
Y entonces sintió que una garra se cerraba en torno a su brazo y el mundo se agitaba a su alrededor. Quiso descomponer su cuerpo en agua para escapar, pero entonces algo le golpeó un lateral del rostro con la fuerza de un martillo y cayó sobre la arena profundamente aturdida.
—¡¿...SABER QUÉ COJONES ESTÁS HACIENDO?! —atinó a escuchar, por encima del zumbido que se había instalado en sus oídos, pero su cerebro era incapaz de procesar la información y no pudo más que emitir un débil gemido. Volvieron a levantarla agarrándola con crudeza por debajo del brazo, pero las piernas de la muchacha apenas conseguían mantenerla de pie—. ¡JODIDA, ESTÚPIDA, CRÍA! ¡¡¿¿POR QUÉ COJONES NUNCA HACES CASO DE LO QUE TE DICEN??!! ¡¡¡AYAME!!!
El látigo volvió a restallar contra su rostro, y Ayame volvió a caer sobre la arena entre convulsionados sollozos.
—Y... ¡N...!