20/04/2018, 12:58
Él chasqueó la lengua como respuesta, aunque enseguida lo acompañó por una carcajada. Una más alegre que la anterior que había mostrado.
—De verdad, siempre dices eso del agua. Entre el Agua y el Hielo, sois una familia de nombrecitos.
Ella también se rio.
—Bueno, Kōri nunca se ha llamado a sí mismo El Hielo. —se defendió, rascándose la nuca—. Es un nombre que le han ido poniendo después de ver... bueno, lo frío que es y cómo maneja ese elemento. Mi padre siempre dice que ya era un genio desde la academia.
Daruu la miró con fijeza, y en aquella ocasión ella no la desvió. Y se sorprendió a sí misma admirando la belleza de aquellos orbes violáceos y que, de alguna manera, le añadían cierto atractivo a Daruu. Pero también se sentía extraña teniendo aquellos pensamientos... Después de todo, habían sido los ojos de su madre...
—¿Qué apodo me pondrías a mi? —añadió sonriente.
Ayame, pillada por sorpresa por la pregunta, parpadeó varias veces, perpleja. Le miró de arriba a abajo durante unos instantes, y entonces no pudo evitar echarse a reír.
—El Pelopincho —resolvió, echando hacia arriba con la punta de sus dedos uno de aquellos mechones locos.
—Sea como sea, a partir de ahora estos ojos son los míos, de modo que tendrás que acostumbrarte —Le guiñó un ojo, y ella se ruborizó ligeramente—. Y yo tendré que acostumbrarme a combatir sin Byakugan...
Ayame entrelazó las manos sobre su regazo. Su intuición le decía que había una invitación oculta tras aquellas palabras, pero de sólo pensarlo sentía una extraña ansiedad en el pecho. Desvió la mirada hacia la ventana, sonriendo con cierto nerviosismo.
—Seguro que puedes hacerlo. Puede que te lleve un tiempo, pero estoy convencida de que lo harás.
—De verdad, siempre dices eso del agua. Entre el Agua y el Hielo, sois una familia de nombrecitos.
Ella también se rio.
—Bueno, Kōri nunca se ha llamado a sí mismo El Hielo. —se defendió, rascándose la nuca—. Es un nombre que le han ido poniendo después de ver... bueno, lo frío que es y cómo maneja ese elemento. Mi padre siempre dice que ya era un genio desde la academia.
Daruu la miró con fijeza, y en aquella ocasión ella no la desvió. Y se sorprendió a sí misma admirando la belleza de aquellos orbes violáceos y que, de alguna manera, le añadían cierto atractivo a Daruu. Pero también se sentía extraña teniendo aquellos pensamientos... Después de todo, habían sido los ojos de su madre...
—¿Qué apodo me pondrías a mi? —añadió sonriente.
Ayame, pillada por sorpresa por la pregunta, parpadeó varias veces, perpleja. Le miró de arriba a abajo durante unos instantes, y entonces no pudo evitar echarse a reír.
—El Pelopincho —resolvió, echando hacia arriba con la punta de sus dedos uno de aquellos mechones locos.
—Sea como sea, a partir de ahora estos ojos son los míos, de modo que tendrás que acostumbrarte —Le guiñó un ojo, y ella se ruborizó ligeramente—. Y yo tendré que acostumbrarme a combatir sin Byakugan...
Ayame entrelazó las manos sobre su regazo. Su intuición le decía que había una invitación oculta tras aquellas palabras, pero de sólo pensarlo sentía una extraña ansiedad en el pecho. Desvió la mirada hacia la ventana, sonriendo con cierto nerviosismo.
—Seguro que puedes hacerlo. Puede que te lleve un tiempo, pero estoy convencida de que lo harás.