22/04/2018, 14:32
—Y yo gané. Eso es lo que ha ocurrido —fue Daruu el que respondió, sobresaltando a Ayame, que se volvió hacia él rápidamente. Pero él no los miraba directamente; en su lugar, estaba concentrado en la pizza que degustaba. Le dio otro bocado mientras su compañera se veía incapaz de desmentir sus palabras y sentía el yugo de la mirada de Kōri—. Siempre que yo gane, ella se pondrá así. Porque a ella en realidad no le interesa mejorar. Le interesa sentir que es válida, que no es peor que los demás, que no es un lastre. Sólo quiere ganar para validarse a sí misma y ponerle un falso parche a su falta de autoestima.
Ayame abrió la boca para protestar, pero las palabras quedaron enredadas en su garganta, junto al resto de pensamientos que había estado arrastrando. Le habría gustado hacerlo, pero no podía desmentirlo de ninguna manera, y por eso apartó la mirada mientras su rostro iba enrojeciendo progresivamente, con un doloroso nudo en la garganta.
—Y mientras siga con esa mentalidad, no sólo perderá, sino que no disfrutará de combatir contra ninguno de sus compañeros porque estará siempre juzgándose.
Ayame apretó los puños sobre las rodillas y la mandíbula hasta que sus dientes crujieron. Se levantó de golpe, pero entonces sintió la gélida mano de Kōri cerrándose en torno a su brazo.
—¡Suéltame!
Empujó el hombro hacia delante y licuó su brazo para deshacerse del agarre... Pero no lo consiguió y exhaló un quejido de dolor cuando sintió un punzante frío penetrando en sus músculos y sus huesos. Kōri seguía agarrándola, o más bien agarraba el fragmento de hielo amorfo en el que se había convertido el brazo de la kunoichi, y tenía un sello formulado en su otra mano.
—No vas a volver a huir —sentenció, y sus ojos destellaron con una intensidad que Ayame hacía mucho que no veía—. Basta ya, Ayame. Sé que llevas arrastrando ese sentimiento desde la final de ese torneo, pero ya está bien.
Ella intentó retroceder, pero al verse impedida sólo pudo apartar la cabeza hacia un lado, con lágrimas en los ojos.
—¿Algún día confiarás en nosotros para contarnos qué pasa por esa cabeza tuya?
Y con esas palabras, Kōri había lanzado el golpe de gracia contra el frágil corazón de cristal de la muchacha, que se apretó el puño contra el entrecejo tratando de ocultar las lágrimas. Sus hombros convulsionaron ligeramente, pero aún se mantuvo en silencio. A Kōri no le importó. Él tenía toda la paciencia del mundo y no iba a soltarla hasta que hablara.
—Que Daruu-kun tiene toda la razón... no valgo para combatir... —respondió al fin—. No soy poderosa como vosotros... ni como nadie en realidad... Ese objetivo de enfrentarme a mi padre no era más que una estupidez... Lo... lo vi cuando me enfrenté a Daruu-kun... y lo he visto hoy en la playa... Debería... rendirme...
Ayame abrió la boca para protestar, pero las palabras quedaron enredadas en su garganta, junto al resto de pensamientos que había estado arrastrando. Le habría gustado hacerlo, pero no podía desmentirlo de ninguna manera, y por eso apartó la mirada mientras su rostro iba enrojeciendo progresivamente, con un doloroso nudo en la garganta.
—Y mientras siga con esa mentalidad, no sólo perderá, sino que no disfrutará de combatir contra ninguno de sus compañeros porque estará siempre juzgándose.
Ayame apretó los puños sobre las rodillas y la mandíbula hasta que sus dientes crujieron. Se levantó de golpe, pero entonces sintió la gélida mano de Kōri cerrándose en torno a su brazo.
—¡Suéltame!
Empujó el hombro hacia delante y licuó su brazo para deshacerse del agarre... Pero no lo consiguió y exhaló un quejido de dolor cuando sintió un punzante frío penetrando en sus músculos y sus huesos. Kōri seguía agarrándola, o más bien agarraba el fragmento de hielo amorfo en el que se había convertido el brazo de la kunoichi, y tenía un sello formulado en su otra mano.
—No vas a volver a huir —sentenció, y sus ojos destellaron con una intensidad que Ayame hacía mucho que no veía—. Basta ya, Ayame. Sé que llevas arrastrando ese sentimiento desde la final de ese torneo, pero ya está bien.
Ella intentó retroceder, pero al verse impedida sólo pudo apartar la cabeza hacia un lado, con lágrimas en los ojos.
—¿Algún día confiarás en nosotros para contarnos qué pasa por esa cabeza tuya?
Y con esas palabras, Kōri había lanzado el golpe de gracia contra el frágil corazón de cristal de la muchacha, que se apretó el puño contra el entrecejo tratando de ocultar las lágrimas. Sus hombros convulsionaron ligeramente, pero aún se mantuvo en silencio. A Kōri no le importó. Él tenía toda la paciencia del mundo y no iba a soltarla hasta que hablara.
—Que Daruu-kun tiene toda la razón... no valgo para combatir... —respondió al fin—. No soy poderosa como vosotros... ni como nadie en realidad... Ese objetivo de enfrentarme a mi padre no era más que una estupidez... Lo... lo vi cuando me enfrenté a Daruu-kun... y lo he visto hoy en la playa... Debería... rendirme...