22/04/2018, 16:23
—No, Ayame —alegó Daruu, negando con la cabeza—. Yo no he dicho que no valgas para combatir. Lo que he dicho es que estás todo el rato juzgándote, y es lo que estás haciendo ahora mismo todavía. Pero tampoco voy a decirte lo contrario, ni a adularte cada vez que hagas algo bien. Porque entonces estoy satisfaciendo tus compulsiones. Buscas que te reconozcan, el placer instantáneo que eso te provocaría, para hundirte de nuevo más adelante. No pienso tratarte nunca mas como una niña consentida. Si quieres ser fuerte, trabaja duro y piensa en ti misma, no en los demás. Esa es la diferencia entre tú y yo, y Kōri-sensei y tu padre, y hasta que no tengas ambición suficiente no superarás el techo de cristal que tú misma te has puesto.
—No sirve de nada... Ya me esfuerzo y no sirve de nada... Sigo siendo débil... —Ayame se arrepintió nada más pronunciar aquellas palabras; pero, de alguna manera, era como si la intervención de El Hielo hubiera bloqueado sus pensamientos para que no pudiera guardarse nada para sí misma.
Kōri la soltó. El hielo se derritió y el brazo de Ayame pronto volvió a adquirir carne y hueso con su forma normal. Pero la muchacha no se movió, aunque seguía apartando la mirada hacia la ventana, como si lo que de verdad quisiera fuera salir volando por ella como un pajarillo asustado.
—Ayame. ¿De verdad crees que puedes superarme a mí o superar a padre ahora mismo? —intervino Kōri, con los brazos apoyados en las rodillas—. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó a mí acertarle el primer golpe? ¿Sabes cuántas veces lo he hecho desde entonces? Pocas. Muy pocas.
Ayame se encogió sobre sí misma.
—Está bien que aspires a ser cada vez mejor, pero intenta alcanzar cotas más cercanas. Intenta sorprenderle, no ganándole, sino actuando.
Se levantó. Se acercó a ella, bloqueando la vista de la ventana, y se inclinó para que sus ojos quedaran a la misma altura.
—Soy vuestro sensei. Y como tal me comprometí a entrenaros y ayudaros a crecer. Y lo del combate no lo he propuesto sólo por Daruu, sino por ti también. ¿Por qué nunca pides ayuda, Ayame?
Ella quiso responder, pero se vio incapaz de hacerlo. Llevaba demasiado tiempo enredándose en sus propios pensamientos y ya no podía liberarse de ellos. La ataban. La constreñían. Y dolía hasta el punto de querer morir. Y cada cosa nueva que le pasaba era una cuerda más enrollada a su alrededor: la derrota de Uchiha Akame, la derrota de Daruu, el engaño de Uchiha Datsue, la decepción de su padre, la decepción de la Arashikage, la pérdida de control sobre el Gobi, el miedo...
El miedo...
Todo pesaba demasiado en sus hombros y ya no podía soportarlo más.
—A... ayudadme... por favor... —susurró con un hilo de voz.
—No sirve de nada... Ya me esfuerzo y no sirve de nada... Sigo siendo débil... —Ayame se arrepintió nada más pronunciar aquellas palabras; pero, de alguna manera, era como si la intervención de El Hielo hubiera bloqueado sus pensamientos para que no pudiera guardarse nada para sí misma.
Kōri la soltó. El hielo se derritió y el brazo de Ayame pronto volvió a adquirir carne y hueso con su forma normal. Pero la muchacha no se movió, aunque seguía apartando la mirada hacia la ventana, como si lo que de verdad quisiera fuera salir volando por ella como un pajarillo asustado.
—Ayame. ¿De verdad crees que puedes superarme a mí o superar a padre ahora mismo? —intervino Kōri, con los brazos apoyados en las rodillas—. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó a mí acertarle el primer golpe? ¿Sabes cuántas veces lo he hecho desde entonces? Pocas. Muy pocas.
Ayame se encogió sobre sí misma.
—Está bien que aspires a ser cada vez mejor, pero intenta alcanzar cotas más cercanas. Intenta sorprenderle, no ganándole, sino actuando.
Se levantó. Se acercó a ella, bloqueando la vista de la ventana, y se inclinó para que sus ojos quedaran a la misma altura.
—Soy vuestro sensei. Y como tal me comprometí a entrenaros y ayudaros a crecer. Y lo del combate no lo he propuesto sólo por Daruu, sino por ti también. ¿Por qué nunca pides ayuda, Ayame?
Ella quiso responder, pero se vio incapaz de hacerlo. Llevaba demasiado tiempo enredándose en sus propios pensamientos y ya no podía liberarse de ellos. La ataban. La constreñían. Y dolía hasta el punto de querer morir. Y cada cosa nueva que le pasaba era una cuerda más enrollada a su alrededor: la derrota de Uchiha Akame, la derrota de Daruu, el engaño de Uchiha Datsue, la decepción de su padre, la decepción de la Arashikage, la pérdida de control sobre el Gobi, el miedo...
El miedo...
Todo pesaba demasiado en sus hombros y ya no podía soportarlo más.
—A... ayudadme... por favor... —susurró con un hilo de voz.