24/04/2018, 03:14
(Última modificación: 24/04/2018, 03:16 por Umikiba Kaido.)
—Tío, ¿has disparado... el brazo?
—Técnicamente, sí. ¿Guay, no? !aaaah!
»¡Mierda, cuidado!
Muy tarde. Estaba tan concentrado en recuperar la forma de su brazo que no se percató de la poca fuerza que aplicó a la llave con la que sostenía a su presa, y éste, al liberarse, le mandó a volar hasta el techo de la cueva tras un fuerte empujón ascendente. Para la suerte de todos, los genes que corrían por su adn le conferían una serie de habilidades particulares que en situaciones como aquella, se convertían en un salvaguarda bastante peculiar, digno sólo de los miembros del clan Hōzuki.
Y Daruu lo sabía perfectamente. Kaido desde luego que también. El maleante, muy a su pesar...
—Estás jodidísimo, amigo.
Cloc, Cloc. Dos gotas mojaron apenas la nieve sobre la que pisaban los reunidos, aún y cuando allí no había llovido.
—¡Ja, ja, ja! ¡Eso me gustaría verlo, "amigo"!
Cloc, cloc... cloc. Aquella última le mojó el cogote al malhechor y de pronto un cántaro se le echó encima.
—No, si verlo, no creo que lo veas venir —Daruu se encogió de hombros.
—¿Huh?
¡Clank! no habría porra más dura que la de su brazo hinchado, que aterrizó cual tempestad sobre el rostro del enemigo, noqueándolo en el acto. El tipo cayó al suelo, despotricado en la nieve, y Kaido le miró con credulidad. Luego le echó un ojo a los otros dos, que víctimas de la hoja de Daruu, habían tintado la nieve de un rojo muerte.
—Vaya, quién iba a decir que Amedama Daruu era un ninja de muñeca suelta —dijo, mientras le daba la vuelta al último de los caídos—. sería bueno dejar a éste con vida, igual y nos sirve en caso de necesitar un salvoconducto que exima a Hibagon de los robos. ¿Pero y con el resto, qué cojones hacemos?
Era una situación complicada. Ahora no sólo contaban con el peso del bienestar de Hibagon sobre sus hombros sino también el de un par de cadáveres. Que no por ello sus muertes no estaban plenamente justificada —así de crudo era el mundo ninja, o caes tú, o cae otro— aunque tampoco hacía de aquel meollo un asunto más sencillo, tampoco.
Kaido miró a Daruu a los ojos —quizás iba a ser la última que contemplaba su dojutsu—. con leve preocupación.
—¿habrán más de estos tipos aquí arriba? —indagó, en voz alta.
—Técnicamente, sí. ¿Guay, no? !aaaah!
»¡Mierda, cuidado!
Muy tarde. Estaba tan concentrado en recuperar la forma de su brazo que no se percató de la poca fuerza que aplicó a la llave con la que sostenía a su presa, y éste, al liberarse, le mandó a volar hasta el techo de la cueva tras un fuerte empujón ascendente. Para la suerte de todos, los genes que corrían por su adn le conferían una serie de habilidades particulares que en situaciones como aquella, se convertían en un salvaguarda bastante peculiar, digno sólo de los miembros del clan Hōzuki.
Y Daruu lo sabía perfectamente. Kaido desde luego que también. El maleante, muy a su pesar...
—Estás jodidísimo, amigo.
Cloc, Cloc. Dos gotas mojaron apenas la nieve sobre la que pisaban los reunidos, aún y cuando allí no había llovido.
—¡Ja, ja, ja! ¡Eso me gustaría verlo, "amigo"!
Cloc, cloc... cloc. Aquella última le mojó el cogote al malhechor y de pronto un cántaro se le echó encima.
—No, si verlo, no creo que lo veas venir —Daruu se encogió de hombros.
—¿Huh?
¡Clank! no habría porra más dura que la de su brazo hinchado, que aterrizó cual tempestad sobre el rostro del enemigo, noqueándolo en el acto. El tipo cayó al suelo, despotricado en la nieve, y Kaido le miró con credulidad. Luego le echó un ojo a los otros dos, que víctimas de la hoja de Daruu, habían tintado la nieve de un rojo muerte.
—Vaya, quién iba a decir que Amedama Daruu era un ninja de muñeca suelta —dijo, mientras le daba la vuelta al último de los caídos—. sería bueno dejar a éste con vida, igual y nos sirve en caso de necesitar un salvoconducto que exima a Hibagon de los robos. ¿Pero y con el resto, qué cojones hacemos?
Era una situación complicada. Ahora no sólo contaban con el peso del bienestar de Hibagon sobre sus hombros sino también el de un par de cadáveres. Que no por ello sus muertes no estaban plenamente justificada —así de crudo era el mundo ninja, o caes tú, o cae otro— aunque tampoco hacía de aquel meollo un asunto más sencillo, tampoco.
Kaido miró a Daruu a los ojos —quizás iba a ser la última que contemplaba su dojutsu—. con leve preocupación.
—¿habrán más de estos tipos aquí arriba? —indagó, en voz alta.