26/04/2018, 02:27
Kaido contempló la intervención de Daruu con perplejidad, aunque no le costó identificarse con su razonamiento.
Lo cierto es que le tenía como el chico más jovial y cándido de todo Amegakure, quien buenamente había sesgado la vida de los Kajitsu, con el agravante justificado de que la vida de su amada peligraba. Ahora, sin embargo, se trataba sólo de un crudo y profundo instinto de supervivencia que sencillamente, en situaciones como aquella; daba carta blanca para deslizar el filo de su arma sin ningún tipo de miramientos. Siempre buscando la certeza de que una vez que abandonas Amegakure por el motivo que fuese, estaba en tus manos poder volver.
Y para tú volver, quizás otro no lo podría hacer. Alguna cama iba a quedar vacía y no vas a desear que sea la tuya. ¿O sí?
Frush, su propia kunai se adentró justo en el músculo del corazón de aquel que yacía inconsciente, a su merced. Un final piadoso para un hombre que por suerte, no iba a enterarse de cómo murió, ni de sufrir en el interín de ello. Kaido le miró a la cara por última vez —estaba convencido de que no se era un hombre si no veías a tu víctima a la cara— y aguardó hasta que el corazón dejara de latir para retirar su arma.
Luego, la limpió con la nieve.
—¿Has leído alguna vez acerca de la antigua Kirigakure? —comentó, anecdótico. Casi nostálgico—. o de sus costumbres. Relatan los libros de historia que para poder graduarte de la academia, tenías que enfrentarte a muerte a tus compañeros de graduación. Sólo uno sobrevivía. O a veces ninguno. Ahora no parece tan descabellado, ¿verdad? aprender éste gaje particular del oficio incluso antes de obtener la bandana. Porque bueno, admitamos que para otros no es tan sencillo acostumbrarse a... matar como lo ha sido para nosotros.
Se puso de pie y comenzó a andar, si es que Daruu se había dirigido hacia la salida de la cueva.
Lo cierto es que le tenía como el chico más jovial y cándido de todo Amegakure, quien buenamente había sesgado la vida de los Kajitsu, con el agravante justificado de que la vida de su amada peligraba. Ahora, sin embargo, se trataba sólo de un crudo y profundo instinto de supervivencia que sencillamente, en situaciones como aquella; daba carta blanca para deslizar el filo de su arma sin ningún tipo de miramientos. Siempre buscando la certeza de que una vez que abandonas Amegakure por el motivo que fuese, estaba en tus manos poder volver.
Y para tú volver, quizás otro no lo podría hacer. Alguna cama iba a quedar vacía y no vas a desear que sea la tuya. ¿O sí?
Frush, su propia kunai se adentró justo en el músculo del corazón de aquel que yacía inconsciente, a su merced. Un final piadoso para un hombre que por suerte, no iba a enterarse de cómo murió, ni de sufrir en el interín de ello. Kaido le miró a la cara por última vez —estaba convencido de que no se era un hombre si no veías a tu víctima a la cara— y aguardó hasta que el corazón dejara de latir para retirar su arma.
Luego, la limpió con la nieve.
—¿Has leído alguna vez acerca de la antigua Kirigakure? —comentó, anecdótico. Casi nostálgico—. o de sus costumbres. Relatan los libros de historia que para poder graduarte de la academia, tenías que enfrentarte a muerte a tus compañeros de graduación. Sólo uno sobrevivía. O a veces ninguno. Ahora no parece tan descabellado, ¿verdad? aprender éste gaje particular del oficio incluso antes de obtener la bandana. Porque bueno, admitamos que para otros no es tan sencillo acostumbrarse a... matar como lo ha sido para nosotros.
Se puso de pie y comenzó a andar, si es que Daruu se había dirigido hacia la salida de la cueva.