26/08/2015, 17:54
Pero Daruu no tardó en sonreír, y señaló de nuevo hacia el pequeño rincón, inusualmente verde dentro de una aldea de asfalto y lluvia, de los sauces llorones. Ayame volvió a seguir la dirección de su dedo, pero no podía esperarse lo que escucharía a continuación.
—C... ¿Cómo? —balbuceó, sobresaltada.
Según las palabras de Daruu, había sido su padre quien había construido aquellos árboles. Por un momento, y extrañada ante el término que había utilizado, Ayame pensó que su compañero se habría equivocado al hablar. Que quizás su padre era jardinero y había sido él quien plantara aquellos sauces y por ello lo considerara su lugar favorito de entrenamiento. Pero era ella la que se equivocaba. Esos sauces no habían sido acompañantes silenciosos del entrenamiento del ninja, habían sido fruto de esos entrenamientos.
¿Pero cómo? Ayame terminó por torcer el gesto, incapaz de comprender lo que estaba tratando de transmitirle. Fue entonces cuando sintió dos golpecitos en el hombro que le hicieron dar un brinco, sobresaltada ante el inesperado contacto físico.
Daruu había juntado las manos, con los dedos entrelazados en un sello. Su rostro, antes afable, denotaba ahora una seriedad propia de la concentración en la que se había sumido. Ayame aguardó, impaciente pero silenciosa. Y cuando de la abertura de sus dos manos unidas surgió un gusano verde, se retiró un paso hacia atrás.
«Espera, eso no es...»
Le costó algunos segundos comprender que no era un gusano. Era un delicado tallo verde el que se abría paso hacia el cielo abierto. La planta crecía y crecía, retorciéndose sobre sí misma, hasta acabar en un pequeño capullo que se abrió con un elegante despliegue de sus tres pétalos azulados que terminaron doblándose hacia abajo doblegados por la fuerza de la gravedad.
Era un precioso lirio. Como el que le daba su nombre. Y Daruu se lo estaba ofreciendo.
—Yo... yo... —tartamudeaba. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué su corazón latía de aquella manera tan desenfrenada? Ayame apoyó la mano en la barandilla, ligeramente mareada ante la situación. Nunca se había enfrentado a algo así, y era incapaz de saber cómo debía actuar. Con timidez, tomó el lirio con su mano libre y acarició con gesto distraído los pétalos. No había duda de que la planta era auténtica, la suavidad de sus pétalos lo confirmaba—. Gracias... Es precioso.
Se mantuvo algunos segundos en silencio, consciente de la atenta mirada de Daruu, mientras su cerebro luchaba por sacar algo inteligente a la luz.
—Entonces... ¿Esos sauces los hizo tu padre... igual que tú has hecho este lirio? ¡Es increíble! —exclamó, emocionada.
—C... ¿Cómo? —balbuceó, sobresaltada.
Según las palabras de Daruu, había sido su padre quien había construido aquellos árboles. Por un momento, y extrañada ante el término que había utilizado, Ayame pensó que su compañero se habría equivocado al hablar. Que quizás su padre era jardinero y había sido él quien plantara aquellos sauces y por ello lo considerara su lugar favorito de entrenamiento. Pero era ella la que se equivocaba. Esos sauces no habían sido acompañantes silenciosos del entrenamiento del ninja, habían sido fruto de esos entrenamientos.
¿Pero cómo? Ayame terminó por torcer el gesto, incapaz de comprender lo que estaba tratando de transmitirle. Fue entonces cuando sintió dos golpecitos en el hombro que le hicieron dar un brinco, sobresaltada ante el inesperado contacto físico.
Daruu había juntado las manos, con los dedos entrelazados en un sello. Su rostro, antes afable, denotaba ahora una seriedad propia de la concentración en la que se había sumido. Ayame aguardó, impaciente pero silenciosa. Y cuando de la abertura de sus dos manos unidas surgió un gusano verde, se retiró un paso hacia atrás.
«Espera, eso no es...»
Le costó algunos segundos comprender que no era un gusano. Era un delicado tallo verde el que se abría paso hacia el cielo abierto. La planta crecía y crecía, retorciéndose sobre sí misma, hasta acabar en un pequeño capullo que se abrió con un elegante despliegue de sus tres pétalos azulados que terminaron doblándose hacia abajo doblegados por la fuerza de la gravedad.
Era un precioso lirio. Como el que le daba su nombre. Y Daruu se lo estaba ofreciendo.
—Yo... yo... —tartamudeaba. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué su corazón latía de aquella manera tan desenfrenada? Ayame apoyó la mano en la barandilla, ligeramente mareada ante la situación. Nunca se había enfrentado a algo así, y era incapaz de saber cómo debía actuar. Con timidez, tomó el lirio con su mano libre y acarició con gesto distraído los pétalos. No había duda de que la planta era auténtica, la suavidad de sus pétalos lo confirmaba—. Gracias... Es precioso.
Se mantuvo algunos segundos en silencio, consciente de la atenta mirada de Daruu, mientras su cerebro luchaba por sacar algo inteligente a la luz.
—Entonces... ¿Esos sauces los hizo tu padre... igual que tú has hecho este lirio? ¡Es increíble! —exclamó, emocionada.