30/04/2018, 21:31
«No sé por qué voy... Ni por qué me he vestido así... No ha sido buena idea...»
Llevaba una semana con el festival de verano en la cabeza, todas las mañanas mientras entrenaba olía los deliciosos puestos de comida que volaban y llegaban hasta sus fosas nasales, inundándolas y haciendo que su entrenamiento se viese abrumado por su gran apetito. Escuchaba las risas y los gritos de los niños jugando cerca de su casa e incluso oía a más gente de la normal pasar por allí para ir al festival. Sabía que duraba más o menos una semana, y aquel día era el penúltimo antes de que se acabase el festival.
Y, cómo no, había decidido ir.
Por la comida, se repetía muchas veces, por los juegos, se repetía otras; lo que no sabía era por qué, en ese preciso instante, estaba caminando hacia la casa de Nabi para invitarle a acompañarla. Se sentía nerviosa por ir a pedirle que le acompañase, claro que no todos los días te vistes con un kimono corto de color claro con pétalos de cerezo estampados por todos lados, ni llevas el pelo recogido en dos pequeños moños, adornados con pequeñas flores sujetando aquellos rebeldes mechones que se caen normalmente, ni tampoco te has dejado la bandana en casa, ni llevas esas sandalias tan incómodas...
En resumen, no sabía qué estaba haciendo.
Pero ya estaba allí, frente aquel sitio donde vivía su gran amigo de la infancia. Dudó por un instante, ladeando su mirada, pensando si era lo correcto y sopesando por qué su corazón latía tan deprisa si era algo normal.
Quizá estaba avergonzada.
Así que, sin pensarlo más...
Toc, Toc.
Llevaba una semana con el festival de verano en la cabeza, todas las mañanas mientras entrenaba olía los deliciosos puestos de comida que volaban y llegaban hasta sus fosas nasales, inundándolas y haciendo que su entrenamiento se viese abrumado por su gran apetito. Escuchaba las risas y los gritos de los niños jugando cerca de su casa e incluso oía a más gente de la normal pasar por allí para ir al festival. Sabía que duraba más o menos una semana, y aquel día era el penúltimo antes de que se acabase el festival.
Y, cómo no, había decidido ir.
Por la comida, se repetía muchas veces, por los juegos, se repetía otras; lo que no sabía era por qué, en ese preciso instante, estaba caminando hacia la casa de Nabi para invitarle a acompañarla. Se sentía nerviosa por ir a pedirle que le acompañase, claro que no todos los días te vistes con un kimono corto de color claro con pétalos de cerezo estampados por todos lados, ni llevas el pelo recogido en dos pequeños moños, adornados con pequeñas flores sujetando aquellos rebeldes mechones que se caen normalmente, ni tampoco te has dejado la bandana en casa, ni llevas esas sandalias tan incómodas...
En resumen, no sabía qué estaba haciendo.
Pero ya estaba allí, frente aquel sitio donde vivía su gran amigo de la infancia. Dudó por un instante, ladeando su mirada, pensando si era lo correcto y sopesando por qué su corazón latía tan deprisa si era algo normal.
Quizá estaba avergonzada.
Así que, sin pensarlo más...
Toc, Toc.