4/05/2018, 21:42
La pelirroja jugaba con Stuffy, quien se había tumbado a su lado, acariciándole ligeramente el lomo y haciéndole cosquillas en la parte superior de sus patas delanteras, mientras el padre de Nabi tomaba asiento frente a ella, pareció dudar por unos momentos, pero pronto abrió la boca para interactuar con la amiga de su hijo. Ella solía cortarse con los padres de sus amigos, mayormente porque ella llevaba años sin hablar con la suya propia, y su padre murió antes de poder conocerlo del todo, así que no sabía bien lo que era tener una figura paternal ni cómo interactuar con ella.
— Bueno, Eri-chan, ¿para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes, no es por presionaros pero tú no te preocupes, podréis seguir con vuestra vida de ninjas, me los dejáis por aquí para que ella se entretenga y ya. Si fuera por mi, yo le hacía un par de niños más suyos y todos tan felices, pero... bueno, ya sabes lo que pasó con el parto de Nabi. Si es que ese niño no ha hecho más que liarla desde el principio.
Eri enrrojeció al instante, incapaz de procesar la perla que aquel hombre acababa de soltar. ¿Cómo que tener hijos? ¿Estaba insinuando que Nabi y ella...? ¡No! ¡Eso era imposible! ¡Impensable! Por Shiona-sama...
—D-disc-culpe... No cr-
Sin embargo el sonido de la madera corriéndose la hizo pegar un pequeño salto sobre sus piernas, dejando de acariciar a Stuffy rápidamente, como si la hubieran pillado haciendo algo realmente malo, cuando ni si quiera sabía cómo actuar. Por ello, la madre de Nabi la encontraría enrojecida hasta las orejas, intentando ocultar sus ojos con los mechones perdidos de su flequillo.
— Entonces añades un poco más de perejil y la metes en el horno y te queda una pizza que no tiene ni punto de comparación con la que hacen en los restaurantes estos de comida basura de ahora. Sobretodo, JAMÁS le eches cebolla a la carbonara. Eso sería sacrilegio y tendría que mandarte a todo el clan Inuzuka a destruir ese engendro de la naturaleza.
La Uzumaki estaba demasiado confusa, tanto que terminó por dejar de escuchar la conversación de los mayores. Aquello le había venido grande, y solo de pensar en tener hijos con alguien hacía que se pusiera nerviosa. ¿No tenía quince años? ¿Qué era eso de tener hijos? ¡Si ni si quiera había tenido pareja! Aquello era demasiado, demasiado...
No escuchó cuando Nabi irrumpió en la habitación, pero sí cuando se quejó sobre sus camisetas extravagantes, levantando instintivamente su mirada para encontrarse con un chico irreconocible: el castaño estaba vestido con un yukata oscuro, largo, acompañado de un obi rojizo a la cintura. Su cabello estaba peinado de tal manera que ningún mechón le rehuía como de costumbre, y su enojo parecía tan ajeno a su felicidad habitual que lo encontró...
No sabía definir aquello.
¿Para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes... Aquello resonó en su cabeza, y sin dejar de mirar a Nabi volvió a enrojecer totalmente, incapaz de controlar sus impulsos. Cerró los ojos fuertemente y apartó la mirada, avergonzada por su comportamiento.
No supo cuando, pero la madre de Nabi la tomó tan rápido que no supo cuando ambos terminaron fuera de casa, sin Stuffy saltando a su lado, con la puerta cerrada en sus narices. Estaba atónita, demasiado asombrada como para decir algo coherente ese día.
— Vaya, Eri-chan, estás preciosa.
La kunoichi se giró al chico, aún con las mejillas coloradas, e hizo un amago de sonrisa sin mirar a Nabi directamente a los ojos.
—Gr-gracias, tú también estás... muy bien...
— Bueno... ¿tenías algún plan?
—Esto... yo... —balbuceaba sin sentido, mirando hacia todos lados, intentando encontrar la razón por la que se había metido en un kimono, arreglado y venido hasta aquella casa embrujada —. Quería ir a la feria... Por eso venía a proponerte acompañarme... Ya sabes, como siempre estamos juntos...
Su conversación era más abrumadora de lo normal, dejaba arrastrar las palabras y a veces tartamudeaba, como una chiquilla nerviosa, pero no podía evitarlo, ahora cada vez que miraba a Nabi se imaginaba pequeños Inuzukas pelirrojos montados sobre un perro cojo.
— Bueno, Eri-chan, ¿para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes, no es por presionaros pero tú no te preocupes, podréis seguir con vuestra vida de ninjas, me los dejáis por aquí para que ella se entretenga y ya. Si fuera por mi, yo le hacía un par de niños más suyos y todos tan felices, pero... bueno, ya sabes lo que pasó con el parto de Nabi. Si es que ese niño no ha hecho más que liarla desde el principio.
Eri enrrojeció al instante, incapaz de procesar la perla que aquel hombre acababa de soltar. ¿Cómo que tener hijos? ¿Estaba insinuando que Nabi y ella...? ¡No! ¡Eso era imposible! ¡Impensable! Por Shiona-sama...
—D-disc-culpe... No cr-
Sin embargo el sonido de la madera corriéndose la hizo pegar un pequeño salto sobre sus piernas, dejando de acariciar a Stuffy rápidamente, como si la hubieran pillado haciendo algo realmente malo, cuando ni si quiera sabía cómo actuar. Por ello, la madre de Nabi la encontraría enrojecida hasta las orejas, intentando ocultar sus ojos con los mechones perdidos de su flequillo.
— Entonces añades un poco más de perejil y la metes en el horno y te queda una pizza que no tiene ni punto de comparación con la que hacen en los restaurantes estos de comida basura de ahora. Sobretodo, JAMÁS le eches cebolla a la carbonara. Eso sería sacrilegio y tendría que mandarte a todo el clan Inuzuka a destruir ese engendro de la naturaleza.
La Uzumaki estaba demasiado confusa, tanto que terminó por dejar de escuchar la conversación de los mayores. Aquello le había venido grande, y solo de pensar en tener hijos con alguien hacía que se pusiera nerviosa. ¿No tenía quince años? ¿Qué era eso de tener hijos? ¡Si ni si quiera había tenido pareja! Aquello era demasiado, demasiado...
No escuchó cuando Nabi irrumpió en la habitación, pero sí cuando se quejó sobre sus camisetas extravagantes, levantando instintivamente su mirada para encontrarse con un chico irreconocible: el castaño estaba vestido con un yukata oscuro, largo, acompañado de un obi rojizo a la cintura. Su cabello estaba peinado de tal manera que ningún mechón le rehuía como de costumbre, y su enojo parecía tan ajeno a su felicidad habitual que lo encontró...
No sabía definir aquello.
¿Para cuando vais a tener niños? Porque mi moza quiere nietos cuanto antes... Aquello resonó en su cabeza, y sin dejar de mirar a Nabi volvió a enrojecer totalmente, incapaz de controlar sus impulsos. Cerró los ojos fuertemente y apartó la mirada, avergonzada por su comportamiento.
No supo cuando, pero la madre de Nabi la tomó tan rápido que no supo cuando ambos terminaron fuera de casa, sin Stuffy saltando a su lado, con la puerta cerrada en sus narices. Estaba atónita, demasiado asombrada como para decir algo coherente ese día.
— Vaya, Eri-chan, estás preciosa.
La kunoichi se giró al chico, aún con las mejillas coloradas, e hizo un amago de sonrisa sin mirar a Nabi directamente a los ojos.
—Gr-gracias, tú también estás... muy bien...
— Bueno... ¿tenías algún plan?
—Esto... yo... —balbuceaba sin sentido, mirando hacia todos lados, intentando encontrar la razón por la que se había metido en un kimono, arreglado y venido hasta aquella casa embrujada —. Quería ir a la feria... Por eso venía a proponerte acompañarme... Ya sabes, como siempre estamos juntos...
Su conversación era más abrumadora de lo normal, dejaba arrastrar las palabras y a veces tartamudeaba, como una chiquilla nerviosa, pero no podía evitarlo, ahora cada vez que miraba a Nabi se imaginaba pequeños Inuzukas pelirrojos montados sobre un perro cojo.