7/05/2018, 16:59
—¿Una carrera? Bueno, me parec... —de repente, Datsue echó a correr como alma huyendo del Yomi—. ¡Espera, traidor! ¡Eso es trampa!
Akame sacudió la cabeza y echó a correr, calle abajo, tras su compadre. Y volvieron a ser niños de Academia; ¿o tal vez, muy dentro de ellos, nunca habían dejado de serlo?
El Sol acababa de salir por el horizonte, tras los altos montes que rodeaban el valle donde estaba ubicada Rōkoku, cuando Akame sacó de uno de los bolsillos de su chaleco militar el pergamino que les acreditaba como ninjas del Remolino en misión oficial para mostrárselo a uno de los guardias que —naginata en mano— custodiaban la entrada a la parte amurallada del asentamiento. No hizo falta. El señor Iekatsu se había asegurado de que todos bajo su dominio conociesen la identidad y el propósito de aquellos dos jóvenes; no debían ser molestados.
Cuando los jōnin pasaron bajo el arco de piedra para ingresar en la fortaleza del linaje Toritaka, Akame no pudo evitar sentir cierto vértigo. Pese a todas las aventuras que había vivido, y que podían valerle una cierta mención de veteranía, aquella era la misión más importante en la que había participado. «Dado que lo de los Hilos resultó no salir como esperábamos...»
Al encuentro les salió la dama de melena negra y ojos dorados, que vestía un precioso kimono violeta con ribetes dorados. Iba rodeada de media docena de guardias, todos enfundados en pesadas armaduras y con exquisitas katanas al cinto; lo que podía indicar que se trataba de lo mejorcito de Rōkoku.
—Buenos días, ninjas —les saludó, con aquella voz que era capaz de embelesar hasta al guerrero más curtido, y los seis soldados se cuadraron a su alrededor formando un perímetro infranqueable—. Creo que no hemos tenido el placer de presentarnos... Akechi Tome, dama de Toritaka Iekatsu-sama.
Akame trató de contener la explosión de sentimientos que surgía en su interior, pero no pudo evitar alzar una ceja y torcer los labios con desconfianza. Dentro de su cabeza, una pregunta reverberaba con la intensidad y frecuencia de un eco lejano.«¿Qué hace ella aquí?» Y el no tener respuesta le provocaba una profunda molestia, como si tuviese miedo de que, en cualquier momento, aquella mujer haría algo que daría al traste con la misión. «¿Y si ha venido a por mí? ¿Y si...?»
Negó con la cabeza. Él era ahora un ninja de Uzushiogakure no Sato, atrás quedaban sus tiempos mozos en Tengu.
—Este último viaje es muy importante para nuestro señor Iekatsu —agregó la mujer—. Espero que sea cierto lo que cuentan de ustedes, los ninjas del Remolino.
Akame sacudió la cabeza y echó a correr, calle abajo, tras su compadre. Y volvieron a ser niños de Academia; ¿o tal vez, muy dentro de ellos, nunca habían dejado de serlo?
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El Sol acababa de salir por el horizonte, tras los altos montes que rodeaban el valle donde estaba ubicada Rōkoku, cuando Akame sacó de uno de los bolsillos de su chaleco militar el pergamino que les acreditaba como ninjas del Remolino en misión oficial para mostrárselo a uno de los guardias que —naginata en mano— custodiaban la entrada a la parte amurallada del asentamiento. No hizo falta. El señor Iekatsu se había asegurado de que todos bajo su dominio conociesen la identidad y el propósito de aquellos dos jóvenes; no debían ser molestados.
Cuando los jōnin pasaron bajo el arco de piedra para ingresar en la fortaleza del linaje Toritaka, Akame no pudo evitar sentir cierto vértigo. Pese a todas las aventuras que había vivido, y que podían valerle una cierta mención de veteranía, aquella era la misión más importante en la que había participado. «Dado que lo de los Hilos resultó no salir como esperábamos...»
Al encuentro les salió la dama de melena negra y ojos dorados, que vestía un precioso kimono violeta con ribetes dorados. Iba rodeada de media docena de guardias, todos enfundados en pesadas armaduras y con exquisitas katanas al cinto; lo que podía indicar que se trataba de lo mejorcito de Rōkoku.
—Buenos días, ninjas —les saludó, con aquella voz que era capaz de embelesar hasta al guerrero más curtido, y los seis soldados se cuadraron a su alrededor formando un perímetro infranqueable—. Creo que no hemos tenido el placer de presentarnos... Akechi Tome, dama de Toritaka Iekatsu-sama.
Akame trató de contener la explosión de sentimientos que surgía en su interior, pero no pudo evitar alzar una ceja y torcer los labios con desconfianza. Dentro de su cabeza, una pregunta reverberaba con la intensidad y frecuencia de un eco lejano.«¿Qué hace ella aquí?» Y el no tener respuesta le provocaba una profunda molestia, como si tuviese miedo de que, en cualquier momento, aquella mujer haría algo que daría al traste con la misión. «¿Y si ha venido a por mí? ¿Y si...?»
Negó con la cabeza. Él era ahora un ninja de Uzushiogakure no Sato, atrás quedaban sus tiempos mozos en Tengu.
—Este último viaje es muy importante para nuestro señor Iekatsu —agregó la mujer—. Espero que sea cierto lo que cuentan de ustedes, los ninjas del Remolino.