28/08/2015, 19:56
La peliazul empezó a hablar con el perro en ese tipico tono con el que hablan a los bebes. Mientras, Nabi, con la espalda apoyada en la puerta, para aguantarla en caso de que volvieran a arañarla, cavilaba sobre las posibilidades que tenian para deshacerse de aquella manada. Los chuchos no paraban de ladrar en la puerta misma del apartamento. La idea de salir y hacerles frente a puros katones se abria paso lentamente. Sin embargo, estaba intentando buscar alguna forma de que simplemente se fueran, sin daños, sin peleas, sin katones.
Con cada ladrido, su mente se decantaba por los katones. Abrió los ojos, casi decidido a hacer perritos calientes en masa. Se encontró con un par de esmeraldas que le miraban en busca de una solución, pero lo que él iba a hacer no era una solución, era una barbarie. Su mente se aclaró mientras sus ojos no podian apartarse de los de ella. Suspiró y torció el morro. No le gustaba, no le gustaba nada.
Habia una cosa que le disgustaba incluso más que pegarse con aquellos animales y ese algo era huir de una pelea. Pero no le quedaba otra, tenia que despistar a esos bichos. Eri le preguntó si tenia alguna idea.
¿Ideas? Miles, tal vez millones. Soluciones solo una.
Fue a la cocina a coger un par de salchichas y antes de salir por una ventana que daba al lado contrario a donde estaban los perros volvió al salón para hablar con Eri.
Esperame aqui, no abras la puerta a desconocidos ni a perros. Y limpia el barro, por favor.
Se fue directo a la ventana y salió de un salto, tenia que ser agil, sabia que la peliazul intentaria detenerle. Pero antes de que esta pudiera reaccionar, y aún más teniendo a un chucho en brazos, ya estaria en el tejado del edificio. Sus ojos rojos contaban con tranquilidad el numero de perros. Una docena de animales se arremolinaban en su calle. Uno a uno todos fueron levantando la mirada hacia donde estaba él, una media sonrisa siniestra se poso en sus labios.
Segundos más tarde, se encontraba corriendo desesperadamente calle abajo con una jauria de perros tras él. Por mucha ventaja que les sacara inicialmente, esta se iba reduciendo a cada paso que daba. Corria tan rapido que casi se habia tropezado con sus propios pies un par de veces, pero siempre conseguia resarcirse antes de caer al suelo. Giraba de vez en cuando para deshacerse de un par de perros que no conseguian reaccionar a tiempo. Pero no le quedaba otra que intentar no perder a la mayoria antes de alejarse lo suficiente de su casa.
Con cada ladrido, su mente se decantaba por los katones. Abrió los ojos, casi decidido a hacer perritos calientes en masa. Se encontró con un par de esmeraldas que le miraban en busca de una solución, pero lo que él iba a hacer no era una solución, era una barbarie. Su mente se aclaró mientras sus ojos no podian apartarse de los de ella. Suspiró y torció el morro. No le gustaba, no le gustaba nada.
Habia una cosa que le disgustaba incluso más que pegarse con aquellos animales y ese algo era huir de una pelea. Pero no le quedaba otra, tenia que despistar a esos bichos. Eri le preguntó si tenia alguna idea.
¿Ideas? Miles, tal vez millones. Soluciones solo una.
Fue a la cocina a coger un par de salchichas y antes de salir por una ventana que daba al lado contrario a donde estaban los perros volvió al salón para hablar con Eri.
Esperame aqui, no abras la puerta a desconocidos ni a perros. Y limpia el barro, por favor.
Se fue directo a la ventana y salió de un salto, tenia que ser agil, sabia que la peliazul intentaria detenerle. Pero antes de que esta pudiera reaccionar, y aún más teniendo a un chucho en brazos, ya estaria en el tejado del edificio. Sus ojos rojos contaban con tranquilidad el numero de perros. Una docena de animales se arremolinaban en su calle. Uno a uno todos fueron levantando la mirada hacia donde estaba él, una media sonrisa siniestra se poso en sus labios.
Segundos más tarde, se encontraba corriendo desesperadamente calle abajo con una jauria de perros tras él. Por mucha ventaja que les sacara inicialmente, esta se iba reduciendo a cada paso que daba. Corria tan rapido que casi se habia tropezado con sus propios pies un par de veces, pero siempre conseguia resarcirse antes de caer al suelo. Giraba de vez en cuando para deshacerse de un par de perros que no conseguian reaccionar a tiempo. Pero no le quedaba otra que intentar no perder a la mayoria antes de alejarse lo suficiente de su casa.
—Nabi—