9/05/2018, 20:19
—Pues he venido a visitarte, Ayame. ¿y qué otra cosa sino? —respondió él, como si fuera algo tan evidente que era impensable que hubiera escapado a sus ojos. Y aún así, Ayame no pudo evitar mostrarse sorprendida—. Es que no te veía desde... ya tu sabes, y bueno, me preguntaba qué tal estabas. Y como iba de paso por el barrio...
—Ah... ya... Desde entonces... —murmuró ella, de forma torpe.
Por el rabillo del ojo vio que el Hōzuki se ponía de puntillas y miraba por detrás de ella sin ningún tipo de disimulo. Extrañada, Ayame se volvió, siguiendo la dirección de sus ojos...
Y un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se encontró con la anodina silueta de Aotsuki Zetsuo al final del pasillo, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados, y vigilándoles con sus ojos afilados.
—¿Te pillo en mal momento? —preguntó Kaido, y Ayame se volvió hacia él con un brinco.
—¡Oh, no, no! ¡Estaba terminando de desayunar! —exclamó ella, agitando las manos en el aire—. Pero me alegra verte por aquí... Hay algo importante que quería hablar contigo. ¿Me dejas un minuto?
Se retiró un momento de la puerta y atravesó de vuelta el pasillo entre largas zancadas antes de meterse por la segunda puerta que quedaba a la izquierda. Desde el fondo del pasillo, Aotsuki Zetsuo, vestido con ropajes casuales, se acercó a Kaido con pasos lentos y premeditados.
—Umikiba, qué sorpresa verte por aquí —le dijo, con gesto inescrutable. Clavó la mirada de sus ojos aguamarina en los suyos durante unos instantes y poco después añadió—: No he olvidado tu inestimable ayuda en la guarida de los Kajitsu. Tan sólo espero que sigas... igual de fiel.
—¡Ya estoy lista! —exclamó Ayame, perfectamente vestida y con todos sus utensilios encima, corriendo hacia la puerta. Se detuvo a pocos pasos, y miró alternativamente a Kaido y a su padre, genuinamente confundida.
Pero Zetsuo se retiró y le dejó vía libre. Aunque, justo antes de que la kunoichi terminara de atravesar el umbral de la salida, le dedicó una última advertencia.
—Intenta no meterte en más líos, niña. Ya nos conocemos.
—¡Jo, que no lo haré! —protestó Ayame, con un pequeño mohín—. Luego vuelvo. ¡Vámonos, Kaido-san!
—Ah... ya... Desde entonces... —murmuró ella, de forma torpe.
Por el rabillo del ojo vio que el Hōzuki se ponía de puntillas y miraba por detrás de ella sin ningún tipo de disimulo. Extrañada, Ayame se volvió, siguiendo la dirección de sus ojos...
Y un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando se encontró con la anodina silueta de Aotsuki Zetsuo al final del pasillo, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados, y vigilándoles con sus ojos afilados.
—¿Te pillo en mal momento? —preguntó Kaido, y Ayame se volvió hacia él con un brinco.
—¡Oh, no, no! ¡Estaba terminando de desayunar! —exclamó ella, agitando las manos en el aire—. Pero me alegra verte por aquí... Hay algo importante que quería hablar contigo. ¿Me dejas un minuto?
Se retiró un momento de la puerta y atravesó de vuelta el pasillo entre largas zancadas antes de meterse por la segunda puerta que quedaba a la izquierda. Desde el fondo del pasillo, Aotsuki Zetsuo, vestido con ropajes casuales, se acercó a Kaido con pasos lentos y premeditados.
—Umikiba, qué sorpresa verte por aquí —le dijo, con gesto inescrutable. Clavó la mirada de sus ojos aguamarina en los suyos durante unos instantes y poco después añadió—: No he olvidado tu inestimable ayuda en la guarida de los Kajitsu. Tan sólo espero que sigas... igual de fiel.
—¡Ya estoy lista! —exclamó Ayame, perfectamente vestida y con todos sus utensilios encima, corriendo hacia la puerta. Se detuvo a pocos pasos, y miró alternativamente a Kaido y a su padre, genuinamente confundida.
Pero Zetsuo se retiró y le dejó vía libre. Aunque, justo antes de que la kunoichi terminara de atravesar el umbral de la salida, le dedicó una última advertencia.
—Intenta no meterte en más líos, niña. Ya nos conocemos.
—¡Jo, que no lo haré! —protestó Ayame, con un pequeño mohín—. Luego vuelvo. ¡Vámonos, Kaido-san!