9/05/2018, 21:57
Mientras el noble séquito abandonaba la seguridad de los muros de la ciudadela de Rōkoku, Akame no podía evitar pensar en cómo les mirarían tras pasar aquel enorme arco de piedra. Por lo que había podido ver, los ciudadanos de aquel lugar eran más pobres que las ratas; apenas campesinos o artesanos menores, de rostros curtidos por el Sol y manos encallecidas. «Esto... Esto no está bien», se dijo. Y aun así no pudo evitar pensar que aquella imagen se correspondía con lo que había visto ya en tantos y tantos otros lugares. Un daimyō, un pueblo. Y un abismo insalvable, un acantilado de diferencias que los separaban desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte.
«¿Por qué siento esta congoja?»
La voz de Datsue le sacó de sus pensamientos.
—¿Eh? ¿Qué? —balbuceó, ausente. Luego pestañeó un par de veces y volvió a la realidad—. Eh, ah, sí... La dama. Pues... No sé, compadre.
Tuvo que contener una risotada ante el gesto que le hacía Datsue. A veces eran niños, después de todo.
—Para, hombre, que se van a dar cuenta —le dijo, dándole un amistoso codazo en el brazo que más cerca tenía—. No sé si al viejo le quedaran fuerzas para un poco de... Bow Chika Bow Wow. Pero esa mujer... No me gusta —terminó declarando, y apartó la mirada—. No nos fiemos de ella.
Entretanto ya habían dejado atrás los gruesos y altos muros de la fortaleza, y el camino que se abría ante ellos ahora era la sucesión de casas maltrechas, desperdigadas y los senderos de tierra embarrada de la zona plebeya. Para sorpresa de Akame, no faltaron ciudadanos que se congregaran alrededor del séquito para gritar salves a Toritaka Iekatsu, o para arrojar ramos de flores al paso de su lujoso carromato.
Si prestaban atención, los ninjas podrían oír muy de vez en cuando alguna nota discordante en aquella sinfonía, pero que era rápidamente aplacada por las alabanzas y los salves de la muchedumbre.
Así, recorrieron las calles de Rōkoku en dirección a los exteriores del asentamiento.
«¿Por qué siento esta congoja?»
La voz de Datsue le sacó de sus pensamientos.
—¿Eh? ¿Qué? —balbuceó, ausente. Luego pestañeó un par de veces y volvió a la realidad—. Eh, ah, sí... La dama. Pues... No sé, compadre.
Tuvo que contener una risotada ante el gesto que le hacía Datsue. A veces eran niños, después de todo.
—Para, hombre, que se van a dar cuenta —le dijo, dándole un amistoso codazo en el brazo que más cerca tenía—. No sé si al viejo le quedaran fuerzas para un poco de... Bow Chika Bow Wow. Pero esa mujer... No me gusta —terminó declarando, y apartó la mirada—. No nos fiemos de ella.
Entretanto ya habían dejado atrás los gruesos y altos muros de la fortaleza, y el camino que se abría ante ellos ahora era la sucesión de casas maltrechas, desperdigadas y los senderos de tierra embarrada de la zona plebeya. Para sorpresa de Akame, no faltaron ciudadanos que se congregaran alrededor del séquito para gritar salves a Toritaka Iekatsu, o para arrojar ramos de flores al paso de su lujoso carromato.
Si prestaban atención, los ninjas podrían oír muy de vez en cuando alguna nota discordante en aquella sinfonía, pero que era rápidamente aplacada por las alabanzas y los salves de la muchedumbre.
Así, recorrieron las calles de Rōkoku en dirección a los exteriores del asentamiento.