10/05/2018, 02:25
Daruu podía tener razón respecto a la pizza.
Era impresionante lo que podía lograr una rebanada tan sabrosa como aquella, de hacer que dos críos congelados que recientemente habían arrebatado la vida de un par de hombres, olvidaran todo para sólo disfrutar de aquella delicia que según los cánones debía tener forma triangular, pero que a Hibagon le importaba un bledo. La suya, amorfa; sabía igual de buena. Y eso que no tenía queso, o anchoas.
—¿QUÉ OPINAR?
—Hibagon, esto está buenísimo —aseguró Daruu—. Otro día tenemos que probarlo añadiéndole queso. Aportando mi granito de arena.
—O anchoa, pero sois unas nenazas.
Lo que vino después fue un intercambio circunstancial que terminó por definir la relación de amistad entre Daruu, Kaido y Hibagon. Quienes entre risas genuinas y una elocuencia que sólo podía salir al natural, en el interior de una fría cueva gélida, bromeaban entre sí y se atrevían a pasar ese buen rato que tanto les hacía en falta a los tres. Un momento que por sutil que fuera, y cursi también, iba a quedar guardado en un buen rincón del pequeñísimo corazón de Kaido.
No obstante, el pueblo de Yukio parecía haberse empecinado en arruinar aquella velada. Al final de la caverna las voces se arremolinaron una sobre la otra, anunciando la presencia de unos cuantos. Daruu terminó comprobando la horda con su visión mejorada, y Hibagon, plantándose frente a la dirección de la muchedumbre, juró proteger a sus amigos con su arma más potente: los pam pam en el coco.
—Hibagon-san, tienes que esconderte, rápido. Si le damos pam pam a esta gente, los tres estaremos en graves problemas, y si te ven, también —sugirió, en un gatillazo súbito de ideas—. Daruu: ¿y si decimos que estábamos en una misión, y que hemos descubierto a los farsantes? quizás ... Yui-sama no llegue a enterarse si apaciguamos a la gente. ¡Joder, no sé! ¿echamos a correr, o ...?
No había nada después de ese o. No tenían muchas opciones, esa era la realidad.
Era impresionante lo que podía lograr una rebanada tan sabrosa como aquella, de hacer que dos críos congelados que recientemente habían arrebatado la vida de un par de hombres, olvidaran todo para sólo disfrutar de aquella delicia que según los cánones debía tener forma triangular, pero que a Hibagon le importaba un bledo. La suya, amorfa; sabía igual de buena. Y eso que no tenía queso, o anchoas.
—¿QUÉ OPINAR?
—Hibagon, esto está buenísimo —aseguró Daruu—. Otro día tenemos que probarlo añadiéndole queso. Aportando mi granito de arena.
—O anchoa, pero sois unas nenazas.
Lo que vino después fue un intercambio circunstancial que terminó por definir la relación de amistad entre Daruu, Kaido y Hibagon. Quienes entre risas genuinas y una elocuencia que sólo podía salir al natural, en el interior de una fría cueva gélida, bromeaban entre sí y se atrevían a pasar ese buen rato que tanto les hacía en falta a los tres. Un momento que por sutil que fuera, y cursi también, iba a quedar guardado en un buen rincón del pequeñísimo corazón de Kaido.
No obstante, el pueblo de Yukio parecía haberse empecinado en arruinar aquella velada. Al final de la caverna las voces se arremolinaron una sobre la otra, anunciando la presencia de unos cuantos. Daruu terminó comprobando la horda con su visión mejorada, y Hibagon, plantándose frente a la dirección de la muchedumbre, juró proteger a sus amigos con su arma más potente: los pam pam en el coco.
—Hibagon-san, tienes que esconderte, rápido. Si le damos pam pam a esta gente, los tres estaremos en graves problemas, y si te ven, también —sugirió, en un gatillazo súbito de ideas—. Daruu: ¿y si decimos que estábamos en una misión, y que hemos descubierto a los farsantes? quizás ... Yui-sama no llegue a enterarse si apaciguamos a la gente. ¡Joder, no sé! ¿echamos a correr, o ...?
No había nada después de ese o. No tenían muchas opciones, esa era la realidad.