10/05/2018, 19:17
Los ojos de Hanabi recorrieron por quincuagésima vez el pergamino, un pequeño rollo de tela envuelto en un forro azul, con el sello del País de la Tormenta. Suspiró, se recostó en el asiento y se rascó la nuca.
—Aaaaghhh... maldita sea...
El chūnin que le había traído la misiva, que se mantenía firme, estaba empezando a incomodarse. Una gota de sudor frío resbaló por su frente.
—¿Señor? ¿Pasa algo?
—Pasan... muchas cosas, Yin. Pasan muchas cosas. Tráeme a Uchiha Datsue, por favor...
—Pero... es jōnin, señor.
—¡Y yo tu kage, maldita sea, Yin! ¡Que venga, no quiero que nadie más sepa de esto! Te mando a ti. Y como no venga en menos de quince minutos, voy a ir yo a por él. Y se va a arrepentir. Asegúrate de decirle eso.
—S... sí, s-señor. Claro, como ordene, señor.
Yin se retiró, no sin dedicarle a su kage una pronunciada reverencia. Hanabi volvió a recostarse sobre el asiento.
—Lo mato. Es que lo mato.
—Aaaaghhh... maldita sea...
El chūnin que le había traído la misiva, que se mantenía firme, estaba empezando a incomodarse. Una gota de sudor frío resbaló por su frente.
—¿Señor? ¿Pasa algo?
—Pasan... muchas cosas, Yin. Pasan muchas cosas. Tráeme a Uchiha Datsue, por favor...
—Pero... es jōnin, señor.
—¡Y yo tu kage, maldita sea, Yin! ¡Que venga, no quiero que nadie más sepa de esto! Te mando a ti. Y como no venga en menos de quince minutos, voy a ir yo a por él. Y se va a arrepentir. Asegúrate de decirle eso.
—S... sí, s-señor. Claro, como ordene, señor.
Yin se retiró, no sin dedicarle a su kage una pronunciada reverencia. Hanabi volvió a recostarse sobre el asiento.
—Lo mato. Es que lo mato.