11/05/2018, 20:52
Akame se limitó a guardar silencio ante las palabras de Karamaru. No tenía interés alguno en compartir su opinión sobre la habilidad en combate de los ninjas de Ame con uno de los suyos, y mucho menos de arriesgarse a que aquel chico se ofendiera y decidiese continuar su camino en solitario. Porque claro, a aquellas alturas el jōnin ya había decidido servirse de Karamaru en sus entrenamientos matutinos.
La siguiente respuesta del calvo llamó la atención de Akame. «¿No les prestaste atención a tus compañeros ninjas?» Incluso él, que se consideraba un tipo un tanto introvertido y para nada carismático, tenía claro que en aquella profesión uno tenía que conocer a sus colegas lo suficiente como para poder arriesgar la vida por ellos llegado el momento. O que otros la arriesgaran por uno.
Cuando Karamaru formuló su tercera y última pregunta, el gran tronco del Árbol Sagrado ya se alzaba imponente frente a ellos. Habían salido de la ciudad propiamente dicha y ahora se encontraban en los alrededores del venerado lugar, una ribera de hierba verde y fresca y río de aguas cristalinas. Akame buscó la sombra de un arbolillo cercano.
—Sí, los conozco —añadió, algo lúgubre, y en su rostro se podía distinguir perfectamente la dureza marmórea que de repente había adoptado—. A los que siguen entre nosotros, quiero decir.
Dejó aquella frase en el aire.
—Fuimos una promoción numerosa, pero recuerdo sus caras. Las de todos. Ahora ya no quedamos tantos —miró a Karamaru con cierta nostalgia—. Gajes del oficio.
La siguiente respuesta del calvo llamó la atención de Akame. «¿No les prestaste atención a tus compañeros ninjas?» Incluso él, que se consideraba un tipo un tanto introvertido y para nada carismático, tenía claro que en aquella profesión uno tenía que conocer a sus colegas lo suficiente como para poder arriesgar la vida por ellos llegado el momento. O que otros la arriesgaran por uno.
Cuando Karamaru formuló su tercera y última pregunta, el gran tronco del Árbol Sagrado ya se alzaba imponente frente a ellos. Habían salido de la ciudad propiamente dicha y ahora se encontraban en los alrededores del venerado lugar, una ribera de hierba verde y fresca y río de aguas cristalinas. Akame buscó la sombra de un arbolillo cercano.
—Sí, los conozco —añadió, algo lúgubre, y en su rostro se podía distinguir perfectamente la dureza marmórea que de repente había adoptado—. A los que siguen entre nosotros, quiero decir.
Dejó aquella frase en el aire.
—Fuimos una promoción numerosa, pero recuerdo sus caras. Las de todos. Ahora ya no quedamos tantos —miró a Karamaru con cierta nostalgia—. Gajes del oficio.