13/05/2018, 18:53
—Me dijo que estaba de misión con una compañera suya en Tane-Shigai. No me dijo ningún nombre, así que no sé quién podría ser —hasta ahí, todo bien. Datsue, acompañado de una dama en Tane-Shigai, metiéndose en algún problema, probablemente. Nada demasiado alejado de la realidad—. Esa compañera suya se fue a los baños termales de la ciudad y... entonces... alguien... le robó la ropa interior...
la ropa interior...
interior...
Ayame pudo vislumbrar de primera mano el cómo el rostro del tiburón se inundaba de desasosiego. Algo había hecho mella en su cabeza y, tras aquella información, el gyojin ató por sí sólo los puntos. Aquella pausa de la guardiana, esa dificultad de pregonar sobre ese alguien que había robado la supuesta ropa interior.
Entonces, sus temores se confirmaron. Ayame soltó el desenlace de la historia con poco tacto. Técnicamente se la encascó con dureza y sin vaselina. Kaido abrió los ojos como platos y apretó los dientes, dejando relucir aquel manojo en extremo filoso de navajas que tenía por dentadura.
—Me contó que rastrearon el olor de su propia ropa, y que el rastro les llevó a un pequeño motel pegado a la muralla de la ciudad. Y en una de las habitaciones de ese motel... Te vieron a ti. Con la ropa interior de esa chica.
Kaido el tipo de hombre que sucumbía a la ansiedad. Pero en esa ocasión, empezó a hiperventilar, y a respirar muy pero muy rápido. Jadeo tras jadeo, su ceño se fruncía cada vez más, y sus labios parecían arremolinarse en un intento fallido de conjeturar alguna palabra, algún improperio. Pero estaba tan enojado que le era físicamente imposible confeccionar una respuesta coherente.
—Pero, pe...ro. ¡¿Pero qué cojones, Ayame?! —gritó—. ¡¿Cómo mierda se le ocurre decir semejante porquería de mí, eh?! ¡es que lo voy.. lo voy...
¡le voy a arrancar la carótida a mordiscos la próxima vez que lo vea! —rugió más como un león que como un tiburón, con la cara tan roja como la de Ayame. Apretó los puños, comenzó a dar vuelta sobre su propio eje y empezó a murmurar frases ininteligibles que la kunoichi no entendía, aunque le podía parecer que el escualo estaba confeccionando las mil y un maneras en las que iba a hacer sufrir a Datsue para hacerle pagar por semejante ofensa.
Pero de pronto, en súbito, volteó a verla. Como si ella de pronto se hubiera convertido en la presa.
—D-ime, dime... que no le creíste. Por Ame no Kami, ¡dime que lo acusaste de mentiroso y le hiciste pagar en nombre de tu primo, Umikiba Kaido, del clan Hōzuki!
la ropa interior...
interior...
Ayame pudo vislumbrar de primera mano el cómo el rostro del tiburón se inundaba de desasosiego. Algo había hecho mella en su cabeza y, tras aquella información, el gyojin ató por sí sólo los puntos. Aquella pausa de la guardiana, esa dificultad de pregonar sobre ese alguien que había robado la supuesta ropa interior.
Entonces, sus temores se confirmaron. Ayame soltó el desenlace de la historia con poco tacto. Técnicamente se la encascó con dureza y sin vaselina. Kaido abrió los ojos como platos y apretó los dientes, dejando relucir aquel manojo en extremo filoso de navajas que tenía por dentadura.
—Me contó que rastrearon el olor de su propia ropa, y que el rastro les llevó a un pequeño motel pegado a la muralla de la ciudad. Y en una de las habitaciones de ese motel... Te vieron a ti. Con la ropa interior de esa chica.
Kaido el tipo de hombre que sucumbía a la ansiedad. Pero en esa ocasión, empezó a hiperventilar, y a respirar muy pero muy rápido. Jadeo tras jadeo, su ceño se fruncía cada vez más, y sus labios parecían arremolinarse en un intento fallido de conjeturar alguna palabra, algún improperio. Pero estaba tan enojado que le era físicamente imposible confeccionar una respuesta coherente.
—Pero, pe...ro. ¡¿Pero qué cojones, Ayame?! —gritó—. ¡¿Cómo mierda se le ocurre decir semejante porquería de mí, eh?! ¡es que lo voy.. lo voy...
¡le voy a arrancar la carótida a mordiscos la próxima vez que lo vea! —rugió más como un león que como un tiburón, con la cara tan roja como la de Ayame. Apretó los puños, comenzó a dar vuelta sobre su propio eje y empezó a murmurar frases ininteligibles que la kunoichi no entendía, aunque le podía parecer que el escualo estaba confeccionando las mil y un maneras en las que iba a hacer sufrir a Datsue para hacerle pagar por semejante ofensa.
Pero de pronto, en súbito, volteó a verla. Como si ella de pronto se hubiera convertido en la presa.
—D-ime, dime... que no le creíste. Por Ame no Kami, ¡dime que lo acusaste de mentiroso y le hiciste pagar en nombre de tu primo, Umikiba Kaido, del clan Hōzuki!