14/05/2018, 17:56
Akame asintió con convencimiento cuando su compadre valoró la situación; el encargo de Toritaka Jirō no iba a ser tan fácil como simplemente rajarle el cuello por la espalda a un desgraciado. En la mayoría de países de Oonindo los santuarios eran lugares sagrados, reservados a la adoración y al rezo. Hi no Kuni no era la excepción. Los monjes que vivían en ellos normalmente se dedicaban exclusivamente a la meditación y la oración, además de los oficios religiosos que pudieran surgir y en los que tuviesen que asistir. «Por suerte para nosotros, es improbable que sea difícil acceder al santuario, mucho menos que haya vigilancia. Al fin y al cabo, nadie espera de estas buenas gentes que cometan un crimen dentro de sus límites...»
Tal y como había dicho el hijo mediano del señor de Rōkoku, ellos dos eran ninjas. Y quedaban exentos de casi todas las cláusulas morales que pudieran aplicarse en aquel rincón de Oonindo.
Un segundo asentimiento, esta vez acompañado de una leve sorpresa, cuando Datsue trazó un esbozo de su plan. «Esa es una idea realmente buena... Datsue-kun es muy astuto», valoró Akame; una sonrisa se dibujó en sus labios. «¿Así que el Fuuinjutsu puede lograr semejante cosa? Voy a tener que replantearme seriamente el estudio de esta materia...»
—Esa me parece una estrategia cojonuda, para qué te voy a mentir —admitió el Uchiha, encogiéndose de hombros y exhibiendo la misma naturalidad de su compadre para hablar de un asesinato premeditado—. Y, teniendo en cuenta que no nos quedaremos a dormir... Transformaríamos ese inconveniente en una ventaja. Me gusta, compadre.
Tal y como estaba previsto, la comitiva llegó al santuario varias horas después, justo a tiempo para el almuerzo. El Sol de Primavera —casi Verano— calentaba la tierra del Fuego con implacable eficacia, y hacía tanto calor que el séquito había tenido que detenerse junto a cada arrollo del camino para que bestias y personas saciaran la agobiante sed que les acosó durante el primer tramo del viaje. Akame incluso se había visto tentado, en varias ocasiones, a quitarse el grueso chaleco militar; que daba un calor de mil demonios. Pero, apelando a sus principios de profesionalidad y disciplina, había sido capaz de sobrellevarlo echándose agua por la cabeza a cada ocasión que se le presentó.
Durante aquella primera mañana de viaje no se sucedieron hechos notables. El séquito avanzó a buen paso, dejando la estela de los incensarios por los bosques de Hi no Kuni, hasta llegar a la primera parada; el santuario del que les había hablado Jirō.
—Vaya, es más austero de lo que me esperaba —comentó Akame cuando se acercaron al lugar.
El templo se encontraba construído a un lado del sendero, en el centro de un claro rodeado de frondosos árboles cuya sombra era de agradecer. Seguía el estilo arquitectónico típico de tantos santuarios en Oonindo; madera y tejas, sin valla alguna que le rodease y con un humilde pero bien cuidado huerto en la parte trasera. Desde fuera se podía apreciar que su tamaño era notable, al menos suficiente para que viviesen allí una docena de monjes. «Y, si nuestra información es correcta, deben haber recibido un nuevo visitante...»
Al llegar a los linderos del santuario, el séquito se detuvo. La entrada principal del mismo estaba flanqueada por sendas estatuas de Amaterasu y Tsukiyomi, y unas escaleras de madera ascendían hasta la puerta corredera principal. Un gran arco torii marcaba el inicio del sendero, que se desviaba del camino principal, hacia el templo.
Un hombre de edad avanzada, vestido con un kimono negro y con la cabeza rapada salió a recibirles. «Debe ser el maestro o líder de este lugar...»
—¡Bienvenidos! ¿He de suponer que este es el séquito funebre de Toritaka Iekatsu, señor de Rōkoku? —se dirigió a la comitiva, alzando ambos brazos.
La caravana se detuvo junto al sendero, y del lujoso carro bajaron tanto el señor como su dama. Tome, tan deslumbrante como hacía unas horas, parecía no haber sufrido en absoluto el calor durante la travesía; sus ojos dorados y astutos escudriñaron la zona y al responsable del santuario, mas no dijo nada. Iekatsu, a su lado, parecía más marchito que esa misma mañana, como si la vida se le fuera escapando por momentos.
El señor se acercó a la entrada del santuario agarrado del brazo de Tome y acompañado de su guardia personal.
—Así es, honorable religioso —respondió, con un hilo de voz, y su cabeza se inclinó en una reverencia que fue correspondida por el monje—. Marcho en peregrinación fúnebre para reunirme con mis antepasados en el mausoleo de nuestros ancestros, y he tenido a bien hacer un alto en el camino al pasar por este lugar sagrado.
Parecía que Iekatsu quisiera seguir hablando, pero el aliento se le escapó de la garganta y en lugar de ello, se limitó a toser varias veces. La dama Tome recogió el testigo.
—¿Y qué es un viaje religioso digno de un gran señor como Toritaka Iektasu-sama, si no presenta sus respetos ante los dioses que moran en este santuario?
El monje asintió con tranquilidad.
—Sea así, pues, la oración y devoción a nuestras divinidades tiene cabida en los corazones de todos. Podéis quedar aquí tanto como gustéis, pero advertid que somos religiosos. Nuestra despensa no está llena y es austera, y no tenemos presente alguno que ofrecer al señor Toritaka Iekatsu más que nuestra bendición.
—Con... —el viejo volvió a toser, tratando de erguirse—. Con vuestra bendición será suficiente, buen hombre.
Así pues, Iekatsu y su dama subieron las escaleras del templo para internarse en el mismo, mientras sus guardias personales daban instrucciones al séquito para que todos descansaran y dispusieran de la comida que llevaban en las pesadas alforjas de sus caballos.
Akame se acercó y tomó un par de raciones de bolas de arroz y pescado, y dos odres de agua. Luego volvió junto a su compadre. Buscar una de las muchas sombras proporcionadas por los árboles del claro y comer era imperativo, pero también tenían otros asuntos que tratar en el lugar...
Tal y como había dicho el hijo mediano del señor de Rōkoku, ellos dos eran ninjas. Y quedaban exentos de casi todas las cláusulas morales que pudieran aplicarse en aquel rincón de Oonindo.
Un segundo asentimiento, esta vez acompañado de una leve sorpresa, cuando Datsue trazó un esbozo de su plan. «Esa es una idea realmente buena... Datsue-kun es muy astuto», valoró Akame; una sonrisa se dibujó en sus labios. «¿Así que el Fuuinjutsu puede lograr semejante cosa? Voy a tener que replantearme seriamente el estudio de esta materia...»
—Esa me parece una estrategia cojonuda, para qué te voy a mentir —admitió el Uchiha, encogiéndose de hombros y exhibiendo la misma naturalidad de su compadre para hablar de un asesinato premeditado—. Y, teniendo en cuenta que no nos quedaremos a dormir... Transformaríamos ese inconveniente en una ventaja. Me gusta, compadre.
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Tal y como estaba previsto, la comitiva llegó al santuario varias horas después, justo a tiempo para el almuerzo. El Sol de Primavera —casi Verano— calentaba la tierra del Fuego con implacable eficacia, y hacía tanto calor que el séquito había tenido que detenerse junto a cada arrollo del camino para que bestias y personas saciaran la agobiante sed que les acosó durante el primer tramo del viaje. Akame incluso se había visto tentado, en varias ocasiones, a quitarse el grueso chaleco militar; que daba un calor de mil demonios. Pero, apelando a sus principios de profesionalidad y disciplina, había sido capaz de sobrellevarlo echándose agua por la cabeza a cada ocasión que se le presentó.
Durante aquella primera mañana de viaje no se sucedieron hechos notables. El séquito avanzó a buen paso, dejando la estela de los incensarios por los bosques de Hi no Kuni, hasta llegar a la primera parada; el santuario del que les había hablado Jirō.
—Vaya, es más austero de lo que me esperaba —comentó Akame cuando se acercaron al lugar.
El templo se encontraba construído a un lado del sendero, en el centro de un claro rodeado de frondosos árboles cuya sombra era de agradecer. Seguía el estilo arquitectónico típico de tantos santuarios en Oonindo; madera y tejas, sin valla alguna que le rodease y con un humilde pero bien cuidado huerto en la parte trasera. Desde fuera se podía apreciar que su tamaño era notable, al menos suficiente para que viviesen allí una docena de monjes. «Y, si nuestra información es correcta, deben haber recibido un nuevo visitante...»
Al llegar a los linderos del santuario, el séquito se detuvo. La entrada principal del mismo estaba flanqueada por sendas estatuas de Amaterasu y Tsukiyomi, y unas escaleras de madera ascendían hasta la puerta corredera principal. Un gran arco torii marcaba el inicio del sendero, que se desviaba del camino principal, hacia el templo.
Un hombre de edad avanzada, vestido con un kimono negro y con la cabeza rapada salió a recibirles. «Debe ser el maestro o líder de este lugar...»
—¡Bienvenidos! ¿He de suponer que este es el séquito funebre de Toritaka Iekatsu, señor de Rōkoku? —se dirigió a la comitiva, alzando ambos brazos.
La caravana se detuvo junto al sendero, y del lujoso carro bajaron tanto el señor como su dama. Tome, tan deslumbrante como hacía unas horas, parecía no haber sufrido en absoluto el calor durante la travesía; sus ojos dorados y astutos escudriñaron la zona y al responsable del santuario, mas no dijo nada. Iekatsu, a su lado, parecía más marchito que esa misma mañana, como si la vida se le fuera escapando por momentos.
El señor se acercó a la entrada del santuario agarrado del brazo de Tome y acompañado de su guardia personal.
—Así es, honorable religioso —respondió, con un hilo de voz, y su cabeza se inclinó en una reverencia que fue correspondida por el monje—. Marcho en peregrinación fúnebre para reunirme con mis antepasados en el mausoleo de nuestros ancestros, y he tenido a bien hacer un alto en el camino al pasar por este lugar sagrado.
Parecía que Iekatsu quisiera seguir hablando, pero el aliento se le escapó de la garganta y en lugar de ello, se limitó a toser varias veces. La dama Tome recogió el testigo.
—¿Y qué es un viaje religioso digno de un gran señor como Toritaka Iektasu-sama, si no presenta sus respetos ante los dioses que moran en este santuario?
El monje asintió con tranquilidad.
—Sea así, pues, la oración y devoción a nuestras divinidades tiene cabida en los corazones de todos. Podéis quedar aquí tanto como gustéis, pero advertid que somos religiosos. Nuestra despensa no está llena y es austera, y no tenemos presente alguno que ofrecer al señor Toritaka Iekatsu más que nuestra bendición.
—Con... —el viejo volvió a toser, tratando de erguirse—. Con vuestra bendición será suficiente, buen hombre.
Así pues, Iekatsu y su dama subieron las escaleras del templo para internarse en el mismo, mientras sus guardias personales daban instrucciones al séquito para que todos descansaran y dispusieran de la comida que llevaban en las pesadas alforjas de sus caballos.
Akame se acercó y tomó un par de raciones de bolas de arroz y pescado, y dos odres de agua. Luego volvió junto a su compadre. Buscar una de las muchas sombras proporcionadas por los árboles del claro y comer era imperativo, pero también tenían otros asuntos que tratar en el lugar...