15/05/2018, 00:19
—¡Casi nos matamos! ¡No, no vamos a repetir nada! —exclamó Daruu, abnegado, y apenas tendiendo la mano al tiburón—. ¡Nos vamos, a más lejos mejor!
—Aguafiestas —respondió Kaido, mientras se limpiaba la nieve de culo.
—SEÑOR PELOPINCHO. PERO AHORA... ¿AHORA QUÉ HACER YO? NO QUERER VOLVER TAN PRONTO A SENDA DEL CARÁMBANO.
—Lo siento, Hibagon. Pero nosotros somos ninjas. Tenemos un trabajo. ¿Entiendes? Trabajo. ¡Y tenemos familia y amigos en la aldea! No podemos estar contigo mucho más tiempo. Ellos también nos echarán de menos.
—PERO HIBAGON ESTAR SOLO. —El Yeti, abatido, dejó caer los brazos hacia adelante.
Kaido, también achicopalado, tragó saliva, como respuesta a un tremendo nudo que parecía querer arremolinarse en su garganta. Intercaló la mirada entre Hibagon y Daruu, quien haría honor a su fortaleza y actuaría como la voz de la razón. El único destino posible para el abominable Yeti era, desde luego, el Valle de los Dojos. La bestia no rechistó, sin embargo.
Por el contrario, Hibagon alzó, orgulloso, su inmenso puño de yunque. Gesticulando aquella señal arcaica que hacía honor a las amistades más duraderas. A los vínculos más inquebrantables. De aquellos que sólo nacen y se forjan entre gente de buen corazón.
El puño de Daruu y Hibagon se chocaron. Para entonces, Kaido estaba a punto de largar lágrima como un crío de cinco años, aunque se resistió. Sin embargo, tenía los ojos aguados y pareció querer estrujárselos constantemente para ocultar su reacción ante un momento tan emotivo como aquel. El ceño le yacía fruncido hasta más no poder, como si aquel detalle ayudara un poco.
—Ca-cabrones, que me cayó una astilla en el ojo —dijo, mientras se acercaba a ellos. Alzó también su puño y lo chocó con el de ellos, sellando aquel vínculo—. Prometido, Hibagon.
Repitió, secundando a la voluntad del hyuuga.
—Aguafiestas —respondió Kaido, mientras se limpiaba la nieve de culo.
—SEÑOR PELOPINCHO. PERO AHORA... ¿AHORA QUÉ HACER YO? NO QUERER VOLVER TAN PRONTO A SENDA DEL CARÁMBANO.
—Lo siento, Hibagon. Pero nosotros somos ninjas. Tenemos un trabajo. ¿Entiendes? Trabajo. ¡Y tenemos familia y amigos en la aldea! No podemos estar contigo mucho más tiempo. Ellos también nos echarán de menos.
—PERO HIBAGON ESTAR SOLO. —El Yeti, abatido, dejó caer los brazos hacia adelante.
Kaido, también achicopalado, tragó saliva, como respuesta a un tremendo nudo que parecía querer arremolinarse en su garganta. Intercaló la mirada entre Hibagon y Daruu, quien haría honor a su fortaleza y actuaría como la voz de la razón. El único destino posible para el abominable Yeti era, desde luego, el Valle de los Dojos. La bestia no rechistó, sin embargo.
Por el contrario, Hibagon alzó, orgulloso, su inmenso puño de yunque. Gesticulando aquella señal arcaica que hacía honor a las amistades más duraderas. A los vínculos más inquebrantables. De aquellos que sólo nacen y se forjan entre gente de buen corazón.
El puño de Daruu y Hibagon se chocaron. Para entonces, Kaido estaba a punto de largar lágrima como un crío de cinco años, aunque se resistió. Sin embargo, tenía los ojos aguados y pareció querer estrujárselos constantemente para ocultar su reacción ante un momento tan emotivo como aquel. El ceño le yacía fruncido hasta más no poder, como si aquel detalle ayudara un poco.
—Ca-cabrones, que me cayó una astilla en el ojo —dijo, mientras se acercaba a ellos. Alzó también su puño y lo chocó con el de ellos, sellando aquel vínculo—. Prometido, Hibagon.
Repitió, secundando a la voluntad del hyuuga.