15/05/2018, 17:42
Pese a que el calor solía quitarle el hambre, aquel mediodía de Primavera se sentía con el apetito de un voraz lobo. Devoró sin miramientos su ración y bebió del odre de agua fresca hasta que ésta cayó por las comisuras de sus labios; incluso a un tipo tan recto como a Akame le gustaba darse un provechito de vez en cuando. No respetar algo tan básico como las normas de etiqueta en la comida le resultaba tan gratificante como cualquier otra cosa.
Mientras él se saciaba sin mostrar el menor respeto por su compadre —tampoco es que Datsue se fuese a ofender por ello, y Akame lo sabía—, éste le fue comentando sus impresiones sobre el peculiar encargo que les atañía en el santuario. El Uchiha escuchó con atención, y tuvo que admitir para sí que su compadre tenía razón; tal vez dejar solo a Iekatsu no hubiese sido la mejor forma de hacerlo. «Aunque, seriamente, dudo que Masaru se vaya a arriesgar a intentar nada. Este viejo ya está prácticamente muerto... Son sus hijos quienes deben preocuparle», pensó el jōnin.
Así pues, se puso en pie junto a Datsue y valoró la situación con su calma habitual.
—¿Qué haría falta para que pudieras sellarle una técnica al objetivo? —quiso saber Akame—. ¿Bastaría con un ligero roce?
Escudriñó la entrada del templo con sus ojos azabaches, deteniéndose en las esculturas de Amaterasu y Tsukiyomi.
—Creo que si jugamos la carta de los ninjas religiosos, podríamos tener una oportunidad de acercarnos a él. Aunque claro, nada más nos vea, le van a saltar todas las alarmas.
Mientras él se saciaba sin mostrar el menor respeto por su compadre —tampoco es que Datsue se fuese a ofender por ello, y Akame lo sabía—, éste le fue comentando sus impresiones sobre el peculiar encargo que les atañía en el santuario. El Uchiha escuchó con atención, y tuvo que admitir para sí que su compadre tenía razón; tal vez dejar solo a Iekatsu no hubiese sido la mejor forma de hacerlo. «Aunque, seriamente, dudo que Masaru se vaya a arriesgar a intentar nada. Este viejo ya está prácticamente muerto... Son sus hijos quienes deben preocuparle», pensó el jōnin.
Así pues, se puso en pie junto a Datsue y valoró la situación con su calma habitual.
—¿Qué haría falta para que pudieras sellarle una técnica al objetivo? —quiso saber Akame—. ¿Bastaría con un ligero roce?
Escudriñó la entrada del templo con sus ojos azabaches, deteniéndose en las esculturas de Amaterasu y Tsukiyomi.
—Creo que si jugamos la carta de los ninjas religiosos, podríamos tener una oportunidad de acercarnos a él. Aunque claro, nada más nos vea, le van a saltar todas las alarmas.