17/05/2018, 13:41
Las milésimas de segundo que debieron de transcurrir entre su pregunta y la respuesta de Daruu se le antojaron una auténtica eternidad. Y para cuando su pareja al fin habló, Ayame ya estaba al borde de los nervios, jugueteando con sus manos en su regazo.
—¿Eh? C... claro. No tengo nada m-mejor que hacer —balbuceó, de forma tan torpe como entrañable—. Y no... no tengo por qué separarme tan pronto de ti. M-me gusta estar c-contigo.
—Y... y a mí... —correspondió ella, más roja que cuando se había abrasado con el sabor picante de los jalapeños, si es que aquello era posible siquiera.
Y allí estaban, dos tórtolos caminando bajo la torrencial lluvia de Amegakure sólo protegidos por sendas capas impermeables. Iban agarrados de la mano, pero ambos se habían sumido en un tenso silencio sólo roto por el sonido del chapoteo de sus calzados.
«Su mano es muy cálida y suave...» Meditaba Ayame, disfrutando de la sensación en su fuero interno.
Cualquier otro escenario habría sido mucho más propicio que aquel. No podían disfrutar de la vista de la luna ni de las estrellas por encima de su cabeza y en su lugar sólo tenían un inclemente chaparrón que no perdonaba a nadie. Pero, por aquel entonces, a Ayame le daba igual. Después de tanto tiempo de tensiones y sufrimientos, había disfrutado de una cena junto a Daruu y ahora se estaba permitiendo el lujo de olvidarse del mundo shinobi. Se olvidó de que era una kunoichi, se olvidó de sus rencillas con los Uchiha, se olvidó de los futuros exámenes que determinarían su destino y se olvidó incluso del reto que se había autoimpuesto para con su padre. En aquellos instantes, Ayame sólo quería ser una chica adolescente en compañía de su chico en una cita romántica.
Y ni siquiera Amenokami iba a impedir eso.
—¿Eh? C... claro. No tengo nada m-mejor que hacer —balbuceó, de forma tan torpe como entrañable—. Y no... no tengo por qué separarme tan pronto de ti. M-me gusta estar c-contigo.
—Y... y a mí... —correspondió ella, más roja que cuando se había abrasado con el sabor picante de los jalapeños, si es que aquello era posible siquiera.
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Y allí estaban, dos tórtolos caminando bajo la torrencial lluvia de Amegakure sólo protegidos por sendas capas impermeables. Iban agarrados de la mano, pero ambos se habían sumido en un tenso silencio sólo roto por el sonido del chapoteo de sus calzados.
«Su mano es muy cálida y suave...» Meditaba Ayame, disfrutando de la sensación en su fuero interno.
Cualquier otro escenario habría sido mucho más propicio que aquel. No podían disfrutar de la vista de la luna ni de las estrellas por encima de su cabeza y en su lugar sólo tenían un inclemente chaparrón que no perdonaba a nadie. Pero, por aquel entonces, a Ayame le daba igual. Después de tanto tiempo de tensiones y sufrimientos, había disfrutado de una cena junto a Daruu y ahora se estaba permitiendo el lujo de olvidarse del mundo shinobi. Se olvidó de que era una kunoichi, se olvidó de sus rencillas con los Uchiha, se olvidó de los futuros exámenes que determinarían su destino y se olvidó incluso del reto que se había autoimpuesto para con su padre. En aquellos instantes, Ayame sólo quería ser una chica adolescente en compañía de su chico en una cita romántica.
Y ni siquiera Amenokami iba a impedir eso.