17/05/2018, 16:00
—¿Q-qué pasa? —preguntó él, al ser consciente de que Ayame se le había quedado mirando.
Ella quiso responder. Quizás le había incomodado sin pretenderlo e hizo el amago de apartar la mirada. Pero Daruu se había inclinado sobre ella y sus labios terminaron uniéndose. Ayame ni siquiera hizo por separarse. Se dejó hacer, y correspondió a su beso cuando sus labios se acariciaron. Y las mariposas que albergaba en su pecho terminaron por alzar un vuelo frenético. El calor la invadió, pero, por primera vez en mucho tiempo, Ayame se regocijó en el olor de Daruu. Aquel olor que tanto la reconfortaba y le traía recuerdos del bosque. Y así estuvieron durante varios segundos, o quizás fueron minutos (ya había terminado por perder la cuenta), cuando se separaron.
Hubo unos breves instantes de silencio sólo roto por la lluvia, mientras los dos chicos volvían al mundo real.
Y entonces...
—AYAME, MIRA —exclamó Daruu, de repente, señalando al escaparate—. ES ÉL.
Ella tuvo que sacudir la cabeza para terminar de despejarse, como si acabara de salir de un extraño Genjutsu, pero cuando se volvió hacia donde estaba señalando Daruu, se quedó congelada en el sitio.
—No puede ser... —murmuró, y entonces se pegó de golpe contra el cristal—. ¡¿POR QUÉ DEMONIOS MI HERMANO TIENE UNA FIGURITA?!
Pero aquello no era lo peor, ni mucho menos. Porque un poco por detrás de Kōri, una figura malhumorada los observaba con sus afilados ojos aguamarina de águila.
Y Ayame se sintió terriblemente incómoda.
Ella quiso responder. Quizás le había incomodado sin pretenderlo e hizo el amago de apartar la mirada. Pero Daruu se había inclinado sobre ella y sus labios terminaron uniéndose. Ayame ni siquiera hizo por separarse. Se dejó hacer, y correspondió a su beso cuando sus labios se acariciaron. Y las mariposas que albergaba en su pecho terminaron por alzar un vuelo frenético. El calor la invadió, pero, por primera vez en mucho tiempo, Ayame se regocijó en el olor de Daruu. Aquel olor que tanto la reconfortaba y le traía recuerdos del bosque. Y así estuvieron durante varios segundos, o quizás fueron minutos (ya había terminado por perder la cuenta), cuando se separaron.
Hubo unos breves instantes de silencio sólo roto por la lluvia, mientras los dos chicos volvían al mundo real.
Y entonces...
—AYAME, MIRA —exclamó Daruu, de repente, señalando al escaparate—. ES ÉL.
Ella tuvo que sacudir la cabeza para terminar de despejarse, como si acabara de salir de un extraño Genjutsu, pero cuando se volvió hacia donde estaba señalando Daruu, se quedó congelada en el sitio.
—No puede ser... —murmuró, y entonces se pegó de golpe contra el cristal—. ¡¿POR QUÉ DEMONIOS MI HERMANO TIENE UNA FIGURITA?!
Pero aquello no era lo peor, ni mucho menos. Porque un poco por detrás de Kōri, una figura malhumorada los observaba con sus afilados ojos aguamarina de águila.
Y Ayame se sintió terriblemente incómoda.