17/05/2018, 19:23
Los primeros segundos pensé que estaba pensando en algo ingenioso de decir, una vez pasaron esos segundos y empezaron a pasar los segundos segundos su expresión pasó a resultarme tétrica, espeluznante incluso. Finalmente, sus movimientos se fueron ralentizando, su mirada desenfocando y su cuerpo cayó contra el agua que se acumulaba en el suelo con un sonoro "plof".
Miré a Stuffy, él me miró a mi y lentamente volvió a sacar la lengua. Le señalé el cuerpo inerte del amenio, que ahora recibía la lluvia en lugar de la porción de suelo que ocupaba. Stuffy se acercó a él, le rascó un poco con una pata y volvió a girarse para mirarme. Negué con el indice, negué con la cabeza y negué con todo lo demás.
— ¡A mi no me mires! ¡No quiero saber nada de esto! ¡Has matado a un shinobi! Vas a ir a la cárcel perruna. Solo podrás comer carne una vez a la semana y seguramente de contrabando. Te llevaran a Amegakure, donde tendrás que vivir bajo la lluvia durante el resto de tu vida, oliendo a perro mojado, inevitablemente.
Mientras pronunciaba ese breve discurso de la vida que le esperaba a mi perro en la cárcel, él sollozaba en perruno y yo me acercaba al desconocido, no sin cierta precaución de que se fuese a levantar de nuevo. Primero, le di un par de golpes con el pie, después le puse el pie en la cara y al ver que no reaccionaba me acerqué del todo para verle el pulso.
— O tiene pulso y está vivo y todo esto queda en una anécdota sobre cómo dejaste inconsciente a un amenio en un segundo.
Entre Stuffy y yo lo arrastramos hasta una cueva cercana donde solíamos refugiarnos en nuestros viajes por el mundo. Teníamos un pequeño alijo oculto, con madera seca y una manta que olía a perro mojado. Pero, sinceramente, casi todo tejido que estuviese mínimamente cerca de un perro mojado cogía ese maldito olor hasta su destrucción.
Obviamente, estaba todo empapado, así que tras encender una hoguera puse la ropa, la mía y la del desconocido, a un lado para que se secara, quedándome en calzoncillos. A él le tapé con la manta, porque estaba claro que resistencia a las condiciones adversas no tenía demasiada, igual se me moría de hipotermia si lo dejaba en ropa interior.
Le dejé sus armas al lado, porque tenía para rato, seguro que se ponía tenso si no las encontraba. Esa era una de esas cosas que se hacen para compensar una falta en otra parte. ¿Quien necesita diez shurikens? Alguien con un pene pequeño, claramente. Los minutos pasaban y la tormenta parecía haber perdido el control por completo, el viento empezaba a soplar del lado contrario cuando le apetecía, siempre con una fuerza brutal que incluso tiraba árboles, la lluvia subía y subía de intensidad a la vez que aumentaban los truenos.
La cueva no era muy profunda, pero estaba inclinada hacia fuera, así que todo el agua que entraba salía antes que llegar hasta nuestra hoguera.
Mientras ocurría este fenómeno meteorológico único, Stuffy y yo echábamos la revancha de un pulso que no recordábamos ni cuando hicimos ni quien había ganado. Pero esta vez con la zurda. Lo que el can no sabía era que yo era ambidiestro. Bueno, seguramente no sabía ni qué significaba ambidiestro. Le gané, porque él solo era un perro diestro.
— Puf, demasiado fácil. A ver si entrenas más, te estas quedando flojo y fofo.
El can deshizo el jutsu que le permitía adoptar forma humana, porque eso es lo que hacen los animales, ser animales, no humanos, sino animales. Perros en este caso. Gruñó por lo bajo mientras me daba la espalda.
— ¿Te has enfadado? ¿Me vas a echar un mal de ojo?
Miré a Stuffy, él me miró a mi y lentamente volvió a sacar la lengua. Le señalé el cuerpo inerte del amenio, que ahora recibía la lluvia en lugar de la porción de suelo que ocupaba. Stuffy se acercó a él, le rascó un poco con una pata y volvió a girarse para mirarme. Negué con el indice, negué con la cabeza y negué con todo lo demás.
— ¡A mi no me mires! ¡No quiero saber nada de esto! ¡Has matado a un shinobi! Vas a ir a la cárcel perruna. Solo podrás comer carne una vez a la semana y seguramente de contrabando. Te llevaran a Amegakure, donde tendrás que vivir bajo la lluvia durante el resto de tu vida, oliendo a perro mojado, inevitablemente.
Mientras pronunciaba ese breve discurso de la vida que le esperaba a mi perro en la cárcel, él sollozaba en perruno y yo me acercaba al desconocido, no sin cierta precaución de que se fuese a levantar de nuevo. Primero, le di un par de golpes con el pie, después le puse el pie en la cara y al ver que no reaccionaba me acerqué del todo para verle el pulso.
— O tiene pulso y está vivo y todo esto queda en una anécdota sobre cómo dejaste inconsciente a un amenio en un segundo.
Entre Stuffy y yo lo arrastramos hasta una cueva cercana donde solíamos refugiarnos en nuestros viajes por el mundo. Teníamos un pequeño alijo oculto, con madera seca y una manta que olía a perro mojado. Pero, sinceramente, casi todo tejido que estuviese mínimamente cerca de un perro mojado cogía ese maldito olor hasta su destrucción.
Obviamente, estaba todo empapado, así que tras encender una hoguera puse la ropa, la mía y la del desconocido, a un lado para que se secara, quedándome en calzoncillos. A él le tapé con la manta, porque estaba claro que resistencia a las condiciones adversas no tenía demasiada, igual se me moría de hipotermia si lo dejaba en ropa interior.
Le dejé sus armas al lado, porque tenía para rato, seguro que se ponía tenso si no las encontraba. Esa era una de esas cosas que se hacen para compensar una falta en otra parte. ¿Quien necesita diez shurikens? Alguien con un pene pequeño, claramente. Los minutos pasaban y la tormenta parecía haber perdido el control por completo, el viento empezaba a soplar del lado contrario cuando le apetecía, siempre con una fuerza brutal que incluso tiraba árboles, la lluvia subía y subía de intensidad a la vez que aumentaban los truenos.
La cueva no era muy profunda, pero estaba inclinada hacia fuera, así que todo el agua que entraba salía antes que llegar hasta nuestra hoguera.
Mientras ocurría este fenómeno meteorológico único, Stuffy y yo echábamos la revancha de un pulso que no recordábamos ni cuando hicimos ni quien había ganado. Pero esta vez con la zurda. Lo que el can no sabía era que yo era ambidiestro. Bueno, seguramente no sabía ni qué significaba ambidiestro. Le gané, porque él solo era un perro diestro.
— Puf, demasiado fácil. A ver si entrenas más, te estas quedando flojo y fofo.
El can deshizo el jutsu que le permitía adoptar forma humana, porque eso es lo que hacen los animales, ser animales, no humanos, sino animales. Perros en este caso. Gruñó por lo bajo mientras me daba la espalda.
— ¿Te has enfadado? ¿Me vas a echar un mal de ojo?
—Nabi—
![[Imagen: 23uv4XH.gif]](https://i.imgur.com/23uv4XH.gif)