1/09/2015, 23:51
La respuesta que dio Daruu a su comentario fue del todo inesperada, y Ayame no pudo reprimir una carcajada que brotó esporádicamente desde lo más profundo de su pecho. De repente se dio cuenta de que hacía mucho que no se reía de aquella manera, y se cortó de inmediato, profundamente abochornada.
—Ahí no puedo quitarte la razón —confesó, con una sonrisa, al recordar que precisamente su padre era un experto en aquello de los venenos y las drogas como buen médico que era. Pero el chiste de las pizzerías nefastas había sido el detonante de su risa.
Sin embargo, los ojos de Daruu volvieron a oscurecerse con la siguiente pregunta, y Ayame se dio cuenta de aquello rápidamente.
«¿Qué le pasa? Es muy evasivo con ese tema...» Se preguntaba, pero aunque se moría de ganas de hacerlo, decidió no hurgar más en la herida. Si guardaba algún tipo de secreto, estaba en su justo derecho de mantenerlo.
Sobre todo cuando parecía dolerle como si le hubiesen aplicado un hierro al rojo vivo cada vez que se hablaba de ello.
—Yo ayudaba de pequeña a mi hermano con sus entrenamientos —dijo entonces, tratando de cambiar de tema. Se había recostado aún más sobre la barandilla y había cerrado los ojos para disfrutar de la caricia de las refrescantes gotas de lluvia sobre su rostro. Menuda bronca le iba a caer en cuanto llegara a casa...—. Eso me animó a querer esta vida, aunque fue mi padre el que me inscribió de repente.
—Ahí no puedo quitarte la razón —confesó, con una sonrisa, al recordar que precisamente su padre era un experto en aquello de los venenos y las drogas como buen médico que era. Pero el chiste de las pizzerías nefastas había sido el detonante de su risa.
Sin embargo, los ojos de Daruu volvieron a oscurecerse con la siguiente pregunta, y Ayame se dio cuenta de aquello rápidamente.
«¿Qué le pasa? Es muy evasivo con ese tema...» Se preguntaba, pero aunque se moría de ganas de hacerlo, decidió no hurgar más en la herida. Si guardaba algún tipo de secreto, estaba en su justo derecho de mantenerlo.
Sobre todo cuando parecía dolerle como si le hubiesen aplicado un hierro al rojo vivo cada vez que se hablaba de ello.
—Yo ayudaba de pequeña a mi hermano con sus entrenamientos —dijo entonces, tratando de cambiar de tema. Se había recostado aún más sobre la barandilla y había cerrado los ojos para disfrutar de la caricia de las refrescantes gotas de lluvia sobre su rostro. Menuda bronca le iba a caer en cuanto llegara a casa...—. Eso me animó a querer esta vida, aunque fue mi padre el que me inscribió de repente.